Prensa Opción Obrera 26 Agosto - Septiembre 2013
Golpe de
estado contrarrevolucionario en Egipto
La
represión creciente fue acompañada por la concentración del poder en manos de
los militares y el afianzamiento del lugar que viene ocupando el llamado
“estado profundo” de Egipto, que identifica la masa de funcionarios, políticos
y empresarios que ejercían cargos en la época de Mubarak. Juristas y jueces del
viejo régimen son quienes integran mayoritariamente el grupo de “notables”
encargados de elaborar la nueva Constitución. La conducción económica ha
quedado en manos de viejos personajes liberales, con una dilatada trayectoria
bajo el régimen de Mubarak y en la transición posterior orquestada por las
fuerzas armadas. Sisi, el jefe del ejército, se reservó para sí el estratégico
cargo de ministro de Defensa, y al mismo tiempo el de vice primer ministro.
Mansur, el actual presidente y titular del tribunal constitucional, oficia
simplemente como un títere de las fuerzas armadas.
De
los 25 gobernadores provinciales nombrados por Mansur, 19 son oficiales
generales: 17 del ejército y dos de la policía. De los otros seis civiles, dos
de ellos son conocidos partidarios del régimen anterior.
En
contrapartida, se ha producido el progresivo desplazamiento de las fuerzas
laicas y progresistas que apoyaron el golpe.
Esto ha conducido al creciente desgranamiento de la base –más o menos amplia– de fuerzas que respaldaron el golpe de estado. El hecho último, y posiblemente más relevante, es la renuncia que acaba de presentar Al Baradei, uno de los hombres con mayores vasos comunicantes con Occidente y con Estados Unidos, al gabinete. Baradei es una de las principales cabezas de la oposición burguesa laica contra Morsi. El alejamiento de Baradei viene precedido por la deserción del sector ultraislamista de Al Nour, que, presionado por su propia base, debió tomar distancia de los militares.
El mundo árabe
y Estados Unidos
Entre
sus principales sostenes, el golpe cuenta con las principales monarquías del
mundo árabe, empezando por Arabia Saudita y los Emiratos árabes. Cuando la
economía egipcia está virtualmente colapsada, ambos estados han inyectado
varios miles de millones de dólares, que le están permitiendo el gobierno
egipcio pilotear la crisis económica en curso. Para las monarquías árabes, el
aplastamiento de Morsi es un tiro por elevación contra el movimiento musulmán
que se desarrolla en sus propios países.
Otro
apoyo fundamental ha sido el de Estados Unidos, quien no cortó la asistencia
económica hasta el momento actual. Aunque el gobierno de Obama viene amenazando
con revisar su actitud si continúa la escalada represiva del gobierno egipcio,
lo cierto es que la administración norteamericana no ha roto lanzas con aquel.
Según ciertos analistas, esta actitud formaría parte de un distanciamiento más
general de la política norteamericana respecto de los movimientos musulmanes.
Ese giro ya se vendría constatando en Siria: allí, el gobierno yanqui viene
retaceando el apoyo militar a los rebeldes, entre los cuales el movimiento
islámico tiene un lugar destacado.
Perspectivas
El
nuevo gobierno no sólo apunta contra el movimiento musulmán, sino que tiene
como principal blanco a la rebelión popular. El estado policial, que en poco
tiempo se ha vuelto a poner en pie, está dirigido a poner fin al proceso
revolucionario que arrancó dos años y medio atrás. Los militares le soltaron la
mano al gobierno de los Hermanos Musulmanes cuando constataron que esa carta de
contención era sobrepasada por la marea popular.
Pero
entre el dicho y el hecho, hay mucho trecho. Junto a las grietas por arriba,
empieza a extenderse una reacción por abajo. La bronca con los militares no
sólo se circunscribe a la población musulmana, sino que se extiende a
crecientes sectores laicos. Aunque todavía minoritariamente, empiezan a
aparecer movimientos que vuelven a ganar las calles. Uno de ellos ha hecho
concentraciones laicas al margen de las convocatorias oficiales. Se
multiplican, por otra parte, los avisos en las redes sociales que denuncian que
“Volvemos a los tiempos de Mubarak”, y plantean “Abajo con todos los Mubarak.
Sisi es Mubarak”. Este clima ha encendido las voces de alarma y es lo que
explica las presiones crecientes que las potencias occidentales vienen
ejerciendo por un compromiso de las fuerzas armadas y los Hermanos Musulmanes.
El temor, por supuesto, está plenamente fundado.
Pablo
Heller
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