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miércoles, 28 de agosto de 2013

Golpe de estado contrarrevolucionario en Egipto


Prensa Opción Obrera 26 Agosto - Septiembre 2013

Golpe de estado contrarrevolucionario en Egipto

 “Sisi es Mubarak”
La represión creciente fue acompañada por la concentración del poder en manos de los militares y el afianzamiento del lugar que viene ocupando el llamado “estado profundo” de Egipto, que identifica la masa de funcionarios, políticos y empresarios que ejercían cargos en la época de Mubarak. Juristas y jueces del viejo régimen son quienes integran mayoritariamente el grupo de “notables” encargados de elaborar la nueva Constitución. La conducción económica ha quedado en manos de viejos personajes liberales, con una dilatada trayectoria bajo el régimen de Mubarak y en la transición posterior orquestada por las fuerzas armadas. Sisi, el jefe del ejército, se reservó para sí el estratégico cargo de ministro de Defensa, y al mismo tiempo el de vice primer ministro. Mansur, el actual presidente y titular del tribunal constitucional, oficia simplemente como un títere de las fuerzas armadas.

De los 25 gobernadores provinciales nombrados por Mansur, 19 son oficiales generales: 17 del ejército y dos de la policía. De los otros seis civiles, dos de ellos son conocidos partidarios del régimen anterior.

En contrapartida, se ha producido el progresivo desplazamiento de las fuerzas laicas y progresistas que apoyaron el golpe.

Esto ha conducido al creciente desgranamiento de la base –más o menos amplia– de fuerzas que respaldaron el golpe de estado. El hecho último, y posiblemente más relevante, es la renuncia que acaba de presentar Al Baradei, uno de los hombres con mayores vasos comunicantes con Occidente y con Estados Unidos, al gabinete. Baradei es una de las principales cabezas de la oposición burguesa laica contra Morsi. El alejamiento de Baradei viene precedido por la deserción del sector ultraislamista de Al Nour, que, presionado por su propia base, debió tomar distancia de los militares.

El mundo árabe y Estados Unidos
Entre sus principales sostenes, el golpe cuenta con las principales monarquías del mundo árabe, empezando por Arabia Saudita y los Emiratos árabes. Cuando la economía egipcia está virtualmente colapsada, ambos estados han inyectado varios miles de millones de dólares, que le están permitiendo el gobierno egipcio pilotear la crisis económica en curso. Para las monarquías árabes, el aplastamiento de Morsi es un tiro por elevación contra el movimiento musulmán que se desarrolla en sus propios países.

Otro apoyo fundamental ha sido el de Estados Unidos, quien no cortó la asistencia económica hasta el momento actual. Aunque el gobierno de Obama viene amenazando con revisar su actitud si continúa la escalada represiva del gobierno egipcio, lo cierto es que la administración norteamericana no ha roto lanzas con aquel. Según ciertos analistas, esta actitud formaría parte de un distanciamiento más general de la política norteamericana respecto de los movimientos musulmanes. Ese giro ya se vendría constatando en Siria: allí, el gobierno yanqui viene retaceando el apoyo militar a los rebeldes, entre los cuales el movimiento islámico tiene un lugar destacado.

Perspectivas
El nuevo gobierno no sólo apunta contra el movimiento musulmán, sino que tiene como principal blanco a la rebelión popular. El estado policial, que en poco tiempo se ha vuelto a poner en pie, está dirigido a poner fin al proceso revolucionario que arrancó dos años y medio atrás. Los militares le soltaron la mano al gobierno de los Hermanos Musulmanes cuando constataron que esa carta de contención era sobrepasada por la marea popular.

Pero entre el dicho y el hecho, hay mucho trecho. Junto a las grietas por arriba, empieza a extenderse una reacción por abajo. La bronca con los militares no sólo se circunscribe a la población musulmana, sino que se extiende a crecientes sectores laicos. Aunque todavía minoritariamente, empiezan a aparecer movimientos que vuelven a ganar las calles. Uno de ellos ha hecho concentraciones laicas al margen de las convocatorias oficiales. Se multiplican, por otra parte, los avisos en las redes sociales que denuncian que “Volvemos a los tiempos de Mubarak”, y plantean “Abajo con todos los Mubarak. Sisi es Mubarak”. Este clima ha encendido las voces de alarma y es lo que explica las presiones crecientes que las potencias occidentales vienen ejerciendo por un compromiso de las fuerzas armadas y los Hermanos Musulmanes. El temor, por supuesto, está plenamente fundado.

Pablo Heller

jueves, 25 de julio de 2013

Egipto, nuevos y viejos frentes de tormenta


Egipto, nuevos y viejos frentes de tormenta

El gobierno militar ha terminado de integrar su gabinete. Se hará cargo de la cartera de Finanzas Ahmed Galal, un economista de la Universidad de Boston que trabajó durante dos décadas como investigador en el Banco Mundial. Como ministro de Exteriores fue nombrado Nabil Fahmi, quien fuera embajador en Washington durante nueve años bajo el gobierno de Mubarak. Son hombres de confianza del gran capital, quienes tienen fluidos vasos comunicantes con el imperialismo. Asistimos, bajo la tutela de los militares, a una convergencia entre la oposición burguesa liberal y los viejos residuos del gobierno de Mubarak. “En Egipto, el Estado profundo levanta cabeza nuevamente” (The Wall Street Journal, 12/7). Bajo esta denominación, se engloba a la masa de ex funcionarios, burócratas, políticos, militares y empresarios que manejaron los asuntos de estado bajo el régimen depuesto en 2011. “Los militares eligieron presidente a un juez de la era Mubarak. Otro de estos jueces ha sido designado para encabezar los esfuerzos para elaborar una nueva Constitución” (ídem). Un digitado consejo de notables estaría a cargo de redactarla, para ser sometida luego a un referéndum. El “consejo” de reformistas está copado por juristas y personajes ligados al viejo régimen, lo cual aumenta las sospechas de que los militares estén pensando en prolongar su permanencia en el poder. Por lo pronto, Al Sisi, jefe de la cúpula militar que asestó el golpe, mantiene la cartera de Defensa y ocupa también el puesto de viceprimer ministro. Por otra parte, se le acaban de otorgar superpoderes al nuevo presidente. Son las mismas facultades extraordinarias que se le negaron a Morsi –cuyo pedido desató una revuelta popular a finales del año pasado. El nuevo presidente tiene el poder de dictar leyes y decretar el estado de emergencia. Esta decisión ha merecido el rechazo de la oposición laica que apoya al gobierno y de las organizaciones populares. Entre ellas se encuentra Tamerod, el grupo juvenil que organizó la campaña de firmas que se convirtió en un plebiscito masivo contra el gobierno islamista.

Primeras fracturas

Estas primeras grietas se producen cuando todavía el gobierno no comenzó a lidiar con el frente económico. Las estimaciones reales de desempleo rondan el 40 por ciento, en lugar del 13 por ciento que indican las estadísticas oficiales.

En medio de esta olla a presión, el nuevo ministro de Hacienda tendrá que negociar un préstamo de 3.650 millones de euros al FMI, el cual está condicionado a la aplicación de un plan de austeridad. La principal medida que exigen los organismos financieros es la supresión de los subsidios a los combustibles y alimentos –de los cuales una parte sustancial se importa de otros países. Ello representaría un golpe fenomenal para una población que ya se encuentra en una situación desesperante.

A esto, se agrega el abismo creciente entre el nuevo gobierno y la población musulmana. La persecución y matanza a la que fueron sometidos los seguidores de los Hermanos Musulmanes ha soliviantado a los trabajadores –incluidos sectores no religiosos–, ahondando el distanciamiento de las fracciones islámicas que, en un primer momento, apoyaron el golpe. La organización salafista –ultraislámica– de Al Nour ha desistido integrar el nuevo gabinete. Pero sin el apoyo islámico, la transición está cuestionada. El imperialismo está empeñado en forzar un compromiso.

Según ha revelado la agencia Reuters, el movimiento islamista ha propuesto la mediación de Bernardino León, el enviado especial de la Unión Europea para el sur del Mediterráneo, para abrir negociaciones con el gobierno.

Los líderes de la Hermandad estarían dispuestos a celebrar elecciones presidenciales anticipadas, la principal petición de la oposición antes de la destitución de Morsi. Pero no piensan reconocer la legitimidad de la asonada. Por su parte, los militares habrían ofrecido poner en libertad a los líderes islamistas arrestados –entre ellos, a Morsi– y archivar todas las causas judiciales en su contra recién abiertas, a cambio de poner fin a las movilizaciones. Pero la pretensión de una transición política armónica en manos del gobierno militar está jaqueada por la bancarrota económica y la crisis social galopante, las que siguen actuando como telón de fondo de la revolución egipcia.


Pablo Heller

lunes, 15 de julio de 2013

El golpe de estado, contra la rebelión popular


El golpe de estado, contra la rebelión popular

Egipto
El golpe de Estado impuesto en Egipto el pasado 3 de julio ha dado lugar a un régimen de emergencia, el cual debe operar en medio de una enorme iniciativa popular.

La BBC británica calificó a la movilización del 30 de junio contra el gobierno de Mursi como la mayor de la historia de la humanidad. Una verdadera marea humana se adueñó de las calles de la capital egipcia y el fenómeno se reprodujo en todas las ciudades del país. El golpe se precipitó para abortar ese proceso.

El ejército es la cabeza de una coalición de fuerzas heterogénea, que incluye a las organizaciones que motorizaron y encabezaron la rebelión popular.

Entre ellas, se encuentra Tamarud (rebelión), que congregó a decenas de miles de jóvenes y organizó el petitorio contra Mursi, el cual reunió 22 millones de firmas y se convirtió en un plebiscito que ayudó a sellar la suerte del gobierno. Asimismo, se agrupó un arco de fuerzas extenso y contradictorio. Entre ellos, se encuentran sectores de la oposición burguesa laica, como el Frente de Salvación Nacional (integrado por liberales como el prooccidental El Baradei y nacionalistas nasseristas, o sectores ultraislamistas como Al-Nour) que salió segundo en las elecciones que consagraron presidente a Mursi y luego tomaron distancia del gobierno. Precisamente, uno de los datos de la rebelión popular fue el giro operado en las masas musulmanas, la base principal de apoyo de Mursi, que fueron restando apoyo al presidente para converger con las masas laicas.

El desarrollo acelerado de la revuelta popular forzó a los militares a una salida de apuro. La misma cúpula de las fuerzas armadas que Mursi nombró, luego de descabezar a las camarillas comprometidas con el viejo régimen de Mubarak, es la que terminó soltándole la mano. La salida que han improvisado apunta a encauzar una rebelión que había sobrepasado la capacidad de contención del gobierno islámico.

Los militares y los partidos burgueses y pequeñoburgueses, en una serie de negociaciones frenéticas, acordaron la destitución de Mursi y la formación de una nueva junta, encabezada por una coalición de figuras burguesas. Se trató de un golpe preventivo contra la emergencia de un movimiento revolucionario de la clase obrera” (Socialist Web Site, 5/7).

Primeras grietas
La heterogeneidad de la coalición gobernante afloró de entrada, al momento de tener que designar el gabinete y, en primer lugar, el primer ministro. “El nuevo presidente interino, el juez Adli Mansour, tanteó al líder opositor y premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei como posible primer ministro de un Ejecutivo de transición. La oposición inmediata del partido salafista Nour, que apoyó el golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes, le hizo reconsiderar esa opción” (El País, 5/7).

Pero, finalmente, El Baradei fue confirmado en el cargo de vicepresidente, con el apoyo del Frente de Salvación Nacional y el movimiento juvenil Tamarud. Acompañará al nuevo primer ministro el economista Hazem al Beblaui, que fuera titular de Finanzas durante algunos meses de 2011, en el régimen interino que siguió al derrocamiento de Hosni Mubarak.

Estos nombramientos fueron acompañados por la deserción de los salafistas del gobierno, en momentos en que recrudece la escalada represiva de los militares contra los Hermanos Musulmanes, con un tendal de muertos y heridos. El golpe ha debutado con una fractura antes de comenzar a gobernar.

Frentes de tormenta
Se ha abierto una gran disputa entre los promotores del golpe para definir su orientación. En esta disputa, están interviniendo las potencias occidentales y, en particular, Estados Unidos. Hasta ahora, el gobierno norteamericano se abstuvo de calificar la destitución de Mursi como golpe de Estado, lo que obligaría a cesar la asistencia económica y financiera a Egipto. La ayuda militar yanqui cubre el 80 por ciento de las compras anuales de equipamiento del ejército egipcio y Obama se está valiendo de ese hecho para condicionar al nuevo gobierno. “No haber mencionado las palabras golpe de Estado da tiempo a los gobiernos de Estados Unidos y Egipto para mantener una serie de conversaciones sobre las intenciones del ejército, la hoja de ruta y el calendario” (La Nación, 8/7).

Está pendiente el cierre de un acuerdo con el FMI, que quedó inconcluso bajo el mandato del gobierno de los Hermanos Musulmanes. Pero la condición para que las negociaciones se destraben es avanzar en la supresión del subsidio a los combustibles y a los productos de primera necesidad, empezando por los alimentos. Egipto importa gran parte de ellos. El paquete del FMI incluye, también, un recorte de los gastos sociales y una austeridad extrema. Este paquetazo entra en choque con la agenda popular y las aspiraciones más elementales de las masas, agobiadas por la carestía, la desocupación y la desorganización económica. Meses atrás, Mursi tuvo que dar marcha atrás cuando intentó suprimir los subsidios.

El golpe también deberá lidiar con el movimiento islámico. Los Hermanos Musulmanes siguen siendo la fuerza política más organizada y extendida a lo largo del territorio. Como lo señaló el diario francés Le Monde, si “la transición era difícil con la Hermandad Musulmana en el gobierno, es imposible sin ella” (29/6). La apuesta de la flamante coalición gobernante es llegar a un compromiso. En el mismo sentido presiona Occidente, sabiendo que la gobernabilidad de Egipto es estratégica para las principales potencias. Todas las fracciones del Congreso norteamericano pidieron “tener en mente los intereses vitales de seguridad nacional”. Entre otras cuestiones, está en juego el estratégico Canal de Suez.

Pero, a medida que pasan los días, la perspectiva de un compromiso aparece cada vez más lejana y se instala la amenaza de una guerra civil. Un escenario de estas características representaría un golpe a la unidad que se viene gestando entre las masas laicas y musulmanas, así como un retroceso en el proceso revolucionario que se ha reabierto en el país.

Independencia política
La presencia de las organizaciones populares que participaron de la rebelión en el nuevo gobierno es alentada por los militares. Su cooptación está al servicio de sacar a las masas de la calle y proceder a la reconstrucción del Estado capitalista, jaqueado por la iniciativa popular. El nuevo régimen egipcio asoma como un frente popular, al menos en grado de tentativa. En este cuadro, se plantea –más que nunca– la lucha por la autonomía de las organizaciones obreras y de aquellas comprometidas con la lucha y los reclamos populares. Al colaboracionismo con el régimen es necesario oponerle una orientación y un programa independiente de los trabajadores frente a la crisis: por la unidad de las masas laicas y musulmanas; por la convocatoria de una asamblea constituyente libre y soberana, que desmantele por completo las bases económicas, sociales y políticas del viejo régimen de Mubarak –las que se mantuvieron intactas bajo Mursi–; que dé satisfacción a todos los reclamos populares y se proceda a una reorganización integral del país sobre nuevas bases sociales.


Pablo Heller

viernes, 5 de julio de 2013

GOLPE DE ESTADO BONAPARTISTA EN EGIPTO


GOLPE DE ESTADO BONAPARTISTA EN EGIPTO

La cercana igualdad en fuerzas de los dos bandos contendientes por el poder en Egipto llevó al ejército a organizar un golpe de estado bonapartista. No es sólo el reciente episodio de multitudes sin precedentes de millones que se han volcado a las calles el 30 de junio lo que ha hecho mover al ejército. La confrontación entre el gobierno de la Hermandad Musulmana del ahora depuesto Presidente Mohammed Morsi, por un lado, y la oposición, representada por el Frente de Salvación Nacional, y más recientemente por el movimiento Tamerod (Rebelión), por otra parte, ha estado sucediendo desde el pasado mes de noviembre. Esta es, de hecho, la tercera ola de manifestaciones espectaculares por parte de la oposición dentro de un ciclo en la revolución egipcia que se viene dando desde noviembre. Fue en noviembre, tras el pretendido decreto constitucional de Morsi, que la oposición comenzó a cuestionar la legitimidad del Presidente. De esa primera ola 10 personas murieron como resultado del ambiente electoral por el referéndum sobre la Constitución para el 15 de diciembre. Luego en el segundo aniversario de la revolución (los egipcios marcan el comienzo de la revolución, el 25 de enero, como su fecha), comenzó otra ola que duró casi un mes. Las gigantescas manifestaciones del 30 de junio y después son entonces la tercera ola. La singularidad de las concentraciones del 30 de junio se encuentran en el hecho de que, al menos en El Cairo, las multitudes eran simplemente demasiado grandes para ser comparadas con todo lo que pasó antes: no sólo fue la Plaza Tahrir, el centro emblemático de la revolución egipcia, mucha más densamente llena que en cualquier ocasión anterior según el comentario unánime de todo tipo de observadores, sino que Ittihadiye, el área alrededor del palacio presidencial en Heliopolis, atrajo a multitudes que, por su magnitud, ¡encabezarían con este incidente los anales de las protestas masivas en todo el mundo! ¡Así sería este movimiento de formidable que logró espantar a cualquier partido en el gobierno y a cualquier clase dirigente!

Y sin embargo la Hermandad Musulmana y los otros movimientos islamistas, con algunas excepciones, no mostraron signos de ceder. Por un lado, organizaron demostraciones contrarias y plantones que alcanzaron hasta los cientos de miles. También hubo enfrentamientos en todo el país antes, durante y después de la fecha histórica del 30 de junio que provocó decenas de víctimas en ambos lados. Por su lado, Morsi mismo se mantuvo firme y declaró abiertamente que no iba a ceder a las demandas de la oposición. Estas demandas, hay que recordarlas, exigían su renuncia, la asunción provisoria a la Presidencia del nuevo jefe de la Corte Constitucional, la formación de un gobierno de transición tecnocrático que pudiera poner en orden a la tambaleante economía del país y el adelanto de las elecciones presidenciales. Esto, por cierto, también resultó ser la llamada "hoja de ruta" del ejército.

El estancamiento que nace de la confrontación de dos casi iguales fuerzas sociales y políticas fue simplemente inextricable. Amenazó con la guerra civil. Fue en este vacío que el ejército interviene y dio su golpe de estado. Se trata de un caso clásico de bonapartismo.

Para entender las ironías de la historia que este golpe representa uno tiene que recordar los hechos de la historia reciente. Por supuesto, es conocimiento común que desde principios de los cincuenta, el ejército ha sido el pilar del régimen egipcio. Después de la muerte de Nasser, el ejército gobernó a través del Partido Demócrata Nacional y sus hombres fuertes, primero con Anwar Sadat y luego con Hosni Mubarak. El nuevo período se abrió, por supuesto, con la deslumbrante a los ojos revolución egipcia del 25 de enero de 2011, que, en cuestión de 18 breves días, derribó el gobierno autocrático de 30 años de Mubarak. Esta revolución política fue una mezcla peculiar de revolución popular y golpe de estado. Realmente era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), liderada por el Mariscal de Campo Tantawi, el Ministro de Defensa bajo Mubarak durante dos décadas, quien retuvo el máximo poder tras bambalinas, sin embargo con la promesa de construir un régimen más democrático y pluralista.

Irónicamente, en el primer período, tras el derrocamiento de Mubarak, el ejército cooperó con la Hermandad Musulmana, la única fuerza coherente políticamente considerable en el país, como también en contra del campo de la revolución (la relación de la Hermandad con la revolución en sí misma fue muy problemática: llegó muy tarde y oscilando constantemente). Mientras tanto, la mayor demanda alrededor de la cual cada vez más se movilizó el campo revolucionario fue captado en la consigna "Yaskut yaskut, hukm el askar!" o "¡Abajo, abajo, el régimen militar!"

Año y medio después, Mohammed Morsi resulta el vencedor de las elecciones presidenciales a dos vueltas, en la segunda enfrentando a un candidato del viejo  régimen, Ahmad Shafik, un ex primer ministro bajo Mubarak venciéndole por un margen muy estrecho. Es importante destacar esto porque deja claro que muchas de las personas en las calles, sólo un año atrás, votaron por Morsi frente al candidato de la era anterior. Un mes después de asumir el gobierno, Morsi despide al Mariscal de Campo Tantawi y a su jefe de gabinete poniendo así fin a la dominación del SCAF del sistema político. En lo que es otra ironía de la historia, impulsó a Al Sisi al comando del ejército, haciéndolo su Ministro de Defensa, como salvaguarda a la intromisión del ejército en la vida política. !Fue Al Sisi el que debió organizar el golpe de estado contra Morsi en el aniversario de su mandato!

Cualesquiera sean las inclinaciones personales de Al-Sisi (fue clasificado en su momento por la prensa de occidente como representante de otra generación de oficiales), el ejército ahora ha vengado su humillación a manos de Morsi el año pasado y ha restaurado su prestigio ante los círculos dominantes y las masas. Aún más, con el golpe de estado el ejército ha evitado, al menos por el momento, una inminente guerra civil entre los dos campos. Una guerra civil es siempre un grave peligro para los ejércitos, nada menos porque puede llevar a una división fatal dentro de sus propias filas. Pero todo esto palidece en lo insignificante comparado con la importancia real del golpe de estado: ¡este golpe se ha anticipado a una posible revolución por parte del pueblo! El poder de las masas el 30 de junio, precedido como fue durante seis meses de febril actividad, manifestaciones, movilizaciones de masas, marchas, desafíos contra toques de queda, etc., asustaría a cualquier clase gobernante en cualquier parte del mundo. Con este paso el ejército hábilmente ha impedido una posible victoria de la revolución popular y en el proceso ha recibido el apoyo de una parte importante de las masas. Este golpe de estado bonapartista es entonces, en su esencia más pura, ¡una revolución secuestrada!

Una parte importante de la responsabilidad de esto recae en el liderazgo de la oposición. Durante la conferencia de prensa en la cual Al Sisi declara la asunción del poder por el ejército, estaba flanqueado, aparte de sus comandantes, por el Gran Jeque de Al Azhar como representante de la mayoría musulmana del país y el Papa Copto Tawadros II como el de la minoría cristiana. Pero hubo una tercera figura. Era Muhammad ElBaradei, el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, un "liberal" apreciado por los medios occidentales y el líder de una insignificante fuerza política burguesa del país. ¿Bajo qué criterios estaba allí? Como el portavoz del Frente de Salvación Nacional, una abigarrada colección de partidos y socialistas de todas las pintas, y que también incluye a uno de los magnates más ricos de Egipto, Naguip Sawiris, pero realmente centrado en torno a la figura de Hamdeen Sabbahi, el candidato de la izquierda nasserista que obtuvo alrededor de 21 por ciento del voto popular en la primera vuelta de las elecciones presidenciales hace un año (¡a sólo tres puntos porcentuales por debajo de Morsi!). Sabbahi y su Corriente Popular Egipcia formaron este frente incoherente y amarrado de manos de la izquierda nasserista y los socialistas al aliarse con los políticos burgueses de todas las tendencias casi sin fuerza militante ni influencia electoral. Con la presencia de Al Baradei, su portavoz, en la conferencia de prensa que constituyó oficialmente el golpe militar, ¡el campo revolucionario ha entregado así, de sus propias manos, el poder a los militares!

Se trata de una ironía raramente igualada en la historia. Fueron estas mismas masas de gente las que durante un año y medio después de la caída de Mubarak se enfrentaron, a costa de sus vidas, a veces, a esta institución militar ferozmente violenta, tratando de poner fin a su gobierno.

Sin embargo, incluso dos años y medio después de su primer levantamiento en esta etapa histórica, la revolución egipcia es tan fuerte y la gente está tan llena de pretensiones no sólo por la libertad, sino también por el pan y trabajo; tan importante es el componente de la lucha de clases en todo el proceso que sería una locura pensar que esto es el fin de la revolución y la estabilidad ha llegado a Egipto. Todo lo contrario. Que se haya desecho de tres décadas de larga dominación de un tirano y luego de un presidente que fue elegido en las urnas en elecciones razonablemente libres hace apenas un año y esto en el espacio de dos años y medio, la clase obrera egipcia y las grandes masas de gente están llenas de confianza en sí mismas y la creencia en su propia fuerza. La gente cree, y con razón, ¡que son ellas y no el ejército quienes derribaron a Morsi! La audacia de esta gente no es de extrañar nos presentará más sorpresas aún mayores en el futuro cercano. Pero la victoria de la revolución requiere la construcción de un liderazgo que sea capaz de romper con todas las formas de sumisión al imperialismo y la burguesía egipcia.


Sungur Savran

jueves, 4 de julio de 2013

LA SEGUNDA REVOLUCION EGIPCIA


LA SEGUNDA REVOLUCIÓN EGIPCIA

Ahora estamos en vísperas de una nueva revolución popular”. Estas palabras son parte de la convocatoria de uno de los nucleamientos sindicales que actúa en Egipto, la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, a las protestas que sacudieron el país y que culminaron con la caída del gobierno.

La destitución del presidente Morsi por un golpe militar se produjo luego de concentraciones multitudinarias en las principales ciudades pidiendo la renuncia –empezando por El Cairo, que reunió a medio millón de personas. Los medios internacionales indican un número de 14 a 17 millones de manifestantes en todo el país.

Crisis de régimen
El golpe militar es un recurso desesperado de las fuerzas armadas para salvaguardar un régimen que los tiene como principales beneficiarios. “Los militares son un Estado dentro de un Estado en Egipto. El ejército cuenta con sus propios tribunales y un imperio económico propio con empresas” (Ambito, 3/7). Integran el establishment con propiedades en bancos, agencias de viajes o fábricas que explican cerca del 40 por ciento del producto bruto. Morsi estableció una alanza con el ejército, previa selección de una nueva cúpula militar afín, que asumió el control de la fuerza luego del desplazamiento de las camarillas más comprometidas con el viejo régimen de Mubarak. Como contrapartida, el gobierno de los Hermanos Musulmanes preservó sus privilegios y prebendas. La constitución de Morsi garantizó la autonomía y los negocios de las fuerzas armadas.

Lo mismo vale para la burocracia estatal, que no fue removida. “Plétoras de políticos y consejeros que pueblan los ministerios y la Cámara alta testimonian la ausencia de renovación del personal político” (Le Monde, 30/6). Esto es aún más acentuado en las provincias, donde los viejos caciques vinculados a la época de Mubarak siguen teniendo una influencia determinante.

Morsi tuvo frecuentes choques con el Poder Judicial –donde está enquistada una numerosa masa de funcionarios vinculados con el viejo régimen depuesto– pero fue impotente en remover ese obstáculo. De la misma manera, el presidente egipcio fue incapaz de enfrentar la extorsión del FMI, que venía reclamando la implementación de un ajuste en regla contra el pueblo. El imperialismo venía sosteniendo a Morsi como la soga sostiene al ahorcado, exigiéndole la supresión de los subsidios a los combustibles, tarifazos y un plan de austeridad a gran escala a cambio de otorgarle un socorro financiero.

De modo que cuando el presidente denuncia el golpe y la conspiración de la derecha oculta que ese gigantesco edificio reaccionario se ha mantenido intacto y apañado bajo su mandato. Es cierto que los sectores pro-Mubarak están tratando de obtener su ganancia a río revuelto, pero eso no puede llamar a confusión sobre la naturaleza y el alcance de la movilización en curso.

La rebelión popular que se llevó puesto a Morsi es un golpe al conjunto del Estado como a sus instituciones, y al gran capital.

Situación insostenible
La crisis industrial y el congelamiento de la economía es uno de los principales motores de la rebelión popular. Cuatro mil fábricas han cerrado en este último período, provocando la pérdida de miles de puestos de trabajo. Casi el 60 por ciento de los jóvenes está desocupado.

Ese cuadro general está en la base de la creciente insurgencia popular. Desde la subida de Morsi al poder, han tenido lugar 3.817 protestas obreras. El gobierno de los Hermanos Musulmanes ha respondido intensificando la represión y persecución gremial. La vieja ley sindical mordaza de Mubarak sigue rigiendo las relaciones laborales.

La desorganización económica se ha apoderado del país, con cortes de electricidad y de agua, escasez de combustibles, carestía creciente, desabastecimiento y fuga de capitales. Egipto está en virtual cesación de pagos y sobrevive agónicamente por los préstamos de Qatar y Arabia Saudita.

La revolución en una nueva etapa
Las concentraciones actuales vinieron acompañadas por el desarrollo de una campaña Tamerod (rebelión), una suerte de plebiscito para recoger firmas entre la población contra Morsi, que habría logrado reunir 22 millones de adhesiones. Esta iniciativa surgió de parte de grupos “de jóvenes revolucionarios de izquierda que, decepcionados por la incapacidad de la oposición para organizar la protesta, se lanzaron a fin de mes a una empresa incierta” (Le Monde, 30/6). “Sin recursos pero con el apoyo de decenas de miles de militantes, estos sectores crearon comités en todas las provincias del país, que tomaron en sus manos la recolección de firmas… Todos los petitorios son enviados a El Cairo, donde un “comité central de una veintena de miembros reúne las firmas luego de verificar su validez” (ídem).

La plataforma de Tamerod, incluye, por lo que se conoce, demandas sociales y políticas, aunque de características difusas.

Muchos de los miembros que estuvieron al frente de la campaña Tamerod, un año atrás, habían votado por Morsi en la segunda vuelta. Es un indicador del desplazamiento político de las masas egipcias. La propia base islámica de apoyo al gobierno giró hacia un frente con los laicos, acicateada por una crisis social que se agrava día a día.

Dique de contención y alternativas
Frente a este escenario, Obama venía presionando por un compromiso. Declaró que “apoyaba las protestas pacíficas” e instó “a Morsi y a la oposición al diálogo” (ídem). La cabeza de la oposición, el Frente de Salvación Nacional, con fuertes vasos comunicantes con el establishment y las potencias occidentales, trabajó en esa dirección.

Las fuerzas armadas han tomado ese libreto y “pondrían en marcha una serie de medidas, que se aplicarían con la participación de todas las fuerzas políticas” (Clarín, 2/9). El Ejército “planea suspender la Constitución, disolver el parlamento e instaurar un gobierno de transición liderado por el presidente de la Corte Suprema” (Ambito, 3/7). El plan “incluye un breve periodo de gobierno interino que será seguido por elecciones presidenciales y parlamentarias”, según el parte dado a conocer por la agencia estatal de noticias del país. El gobierno militar debe atravesar un campo minado. La posibilidad de pilotear el proceso dependerá de los acuerdos políticos que logre enhebrar con el conjunto de partidos, incluido el propio movimiento islámico depuesto.

El jeque de la institución islámica de Al Azhar, Ahmed al Tayeb, el papa copto, Teodoro II, el representante de la oposición, Mohamed El Baradei, y jóvenes del movimiento “Tamerod” anunciaron junto a jefes militares la hoja de ruta que se aplicará para sacar a Egipto de la crisis” (El País, 3/6). La agenda deberá pasar la prueba de intereses contradictorios y hasta antagónicos. Por un lado, el gobierno deberá retomar las negociaciones empantanadas con el FMI y buscar sellar un acuerdo. Por el otro, está la agenda de las masas, cuyas demandas apremiantes entran en choque con las pretensiones del capital y de sus órganos financieros. Se pondrá a prueba la capacidad de pilotear la crisis, en momentos que se agrava la bancarrota capitalista y se traslada a los países emergentes. La luna de miel puede terminarse muy rápido. Lo que está claro es que el escenario donde deberán operar los militares está dominado por la iniciativa popular. Dos años después de la destitución de Mubarak, esa iniciativa ha provocado la caída del islamismo, una de las principales cartas de las que se viene valiendo el imperialismo para frenar la revolución que sacude al mundo árabe.


Pablo Heller

martes, 29 de marzo de 2011

El Fracaso del Nacionalismo

Prensa Opción Obrera 19 - Marzo 2011

El Fracaso del Nacionalismo

En realidad todo ciclo nacionalista, como todo ciclo, tiene un auge, una permanencia y una caída. El nacionalismo es el enfrentamiento de un país subordinado como suministrador de materias primas al o los países dominadores para mejorar su ingreso o renta. Tiene siempre un límite al no trascender el marco burgués del Estado, ante lo cual el gobernante, por ese límite, es derrocado o se vuelca (180 grados) contra su propio país, vale decir, contra sus propios trabajadores, para continuar su sobrevivencia bajo los dictados o la complacencia del enemigo que dijo combatir, el capital extranjero.

La economía pesa y determina la vida del país, si los tentáculos por los cuales funcionan las relaciones de producción, la industria, el comercio, el transporte, la banca, el agro, sin soberanía se pliegan u obedecen a los dictados y necesidades del mayor capital que siempre lo representan los monopolios, sólo les queda trasformar esas relaciones liberándolas de ese corsé e instaurando otra forma en las relaciones de producción que no pueden ser otras que las dirigidas por los trabajadores. Para esto se deben conformar como gobierno para comenzar los pasos hacia la nueva sociedad socialista, lo que se logra mediante la revolución proletaria, de lo contrario, su caricatura permite que tarde o temprano triunfe la contrarrevolución.

Comenzar enfrentando las tareas nacionales no resueltas o diferidas por la burguesía cuando era clase dominante y podía intentar solucionarlas, ya en la época de declinación del capitalismo global se trastocan o se entrelazan con las de corte o tipo socialistas por las cuales hace bastante tiempo espera el proletariado del país. Esto es la revolución permanente.

En Egipto con Nasser, Sadat y Mubarak desde el 54, en Túnez con Ben Ali hace a 24 años gobernando y acostumbrado a las revueltas del pan, y  Khadafi hace 42 años, representan el ocaso del nacionalismo pan africano.