Venezuela
marcha a un desenlace
El
arco “dialoguista” que participa de la mediación se extiende desde los “hijos
de Chávez” hasta los funcionarios de Barack Obama. Las negociaciones en curso
están dictadas por el temor a la creciente posibilidad de un estallido de
consecuencias impredecibles. De este modo se explica una suerte de “tregua” que
acaba de darse a conocer entre el chavismo y la oposición. Luego de que tanto
el gobierno como la MUD (oposición derechista) tuvieran respectivas reuniones
con Thomas Shannon (Departamento de Estado norteamericano), sobrevinieron los
"gestos". El gobierno de Maduro liberó cinco presos políticos y, en
contraparte, la coalición derechista decidió postergar la movilización hacia el
palacio presidencial prevista para el 3, "a pedido del Vaticano".
Límites
Esta
distensión no pasa de ser, sin embargo, un episodio efímero, porque la
mediación llega tardíamente. Reconociendo este escenario extremo de
confrontación, el arzobispo de Caracas había declarado antes de la suspensión
que “ir a Miraflores el jueves no conviene” (El Nacional, 31/10). La jornada
del 3 había sido presentada por numerosos comentaristas como la de un choque
callejero decisivo, que podría incluso precipitar una intervención militar.
Istúriz, el vicepresidente, había anticipado que recibiría la marcha “con
caballos de hierro” (bandas parapoliciales), evidenciando que la pretensión de
valerse de él como carta “moderada” para una transición consensuada entre
oficialismo y oposición quedó en la nada. La suspensión de la marcha no cancela
administrativamente el polvorín que hay detrás; la derecha emplazó públicamente
al gobierno a resolver sus demandas el próximo 11. "Si no hay resultados
tangibles en las próximas horas, esto no va para ningún lado" declaró
Capriles.
Las
fuerzas que intervienen en el arbitraje manifiestan severas debilidades para
encauzar la situación. El imperialismo, que promueve la mediación, ha cosechado
por esta orientación varios reveses en América Latina: entre ellos, la derrota
del “sí” en Colombia y el inmovilismo tras los rimbombantes anuncios sobre
Cuba. La Casa Blanca atraviesa numerosos frentes de conflicto en Siria y Medio
Oriente, y transita la recta final de unas elecciones explosivas y con final
incierto. El Vaticano, de su lado, acompañó al imperialismo en casi todas estas
empresas. Maduro y su camarilla, por su parte, se encuentran en el máximo
aislamiento posible; la oposición, a su turno, afronta la mediación
profundamente dividida. Más de 10 partidos de la MUD rechazaron la
participación en ella, y destacaron que carecía de sentido sin cambios
radicales y efectivos inmediatos –por ejemplo, liberación de sus presos. La
fractura alimenta el escepticismo de un sector del imperialismo respecto de la
viabilidad de esta experiencia (“El gobierno de Venezuela comienza diálogo con
una oposición dividida”, The Wall Street Journal, 31/10) El único “acuerdo” es
que las masas paguen los costos de la crisis, lo cual ya está en marcha.
Todo
parece indicar que marchamos a un desenlace, que se dirimirá en las calles y no
en el marco de un acuerdo palaciego; están en gestación salidas de fuerza. El
revocatorio o el adelantamiento electoral son, bajo una pantalla institucional,
golpes de estado. La respuesta del chavismo es promover un “autogolpe”, lo cual
apunta a consagrar un régimen de facto. Ambos bandos procuran atraer el
respaldo de las fuerzas armadas, acrecentando su rol de árbitros en la
situación política
Es
importante destacar que la hoja de ruta surgida del primer encuentro plantea
objetivamente el problema del cambio de régimen. Así, se han constituido
“cuatro mesas”, que serán dirigidas por el enviado del Papa, el titular de
UNASUR Samper, y los ex presidentes Fernández, Torrijos y Rodríguez Zapatero.
Entre ellas, se destacan los temas “cronograma e institucionalidad electoral”.
Por tanto, la mediación incluye en su agenda el relevo del gobierno.
Por una
intervención independiente de la clase obrera
Venezuela
atraviesa una crisis de poder: ha caducado la forma previa de gobernar, y en
medio de enormes desequilibrios y luchas se dirime la nueva. La clase obrera,
sin embargo, está ausente como tal. La responsabilidad de la izquierda, que se
anuló como factor independiente, oscilando entre el seguidismo al chavismo,
primero, y a la derecha, después, es inocultable. La falta de preparación para
superar la declinación de la principal expresión de nacionalismo burgués
latinoamericano en la última década debe ser revertida partiendo, en primer
lugar, de una intensa agitación política. Más allá de las consignas elementales
antiajuste, debe plantear el reclamo de una asamblea constituyente y soberana,
para reorganizar el país sobre nuevas bases sociales, y la convocatoria a un
congreso obrero, que parta del enorme activismo existente en el país, y
delibere para contraponer un plan político y económico de los trabajadores a
las variantes patronales en disputa.
Ale
Lipco
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