La muerte de
Fidel Castro y la encrucijada cubana
Ha
muerto el líder del acontecimiento político más importante del siglo XX
latinoamericano: la Revolución Cubana, por la cual toda una generación de
jóvenes siguió las banderas del socialismo. El fallecimiento de Fidel Castro se
produce en un momento crucial de la revolución en Cuba y en América Latina
Cuando
fue juzgado después del asalto al cuartel Moncada en 1953, Fidel Castro
transformó ese estrado judicial en una tribuna política para producir su famoso
alegato: “La historia me absolverá”, todo un programa político que tenía su eje
en la convocatoria a elecciones libres y en la vigencia de la Constitución
demo-burguesa de 1940, que abrió el periodo de los gobiernos llamados
“legítimos” (Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás) hasta el golpe de
Fulgencio Batista en marzo de 1952.
Consumada
la revolución el 1° de enero de 1959, la jefatura guerrillera en el poder
intentó ejecutar aquel programa: estableció un acuerdo con partidos burgueses
opositores a la dictadura de Batista y nombró presidente a Manuel Urrutia,
representante de aquella coalición. El 8 de enero una maniobra política quiso
imponer en el gobierno a una junta militar, pero Castro y su Movimiento 26 de
julio convocaron a la huelga general para derrotarla.
Más
tarde, cuando Urrutia expulsó a Fidel del mando militar, una movilización
obrera y campesina lo repuso en el cargo y el presidente debió renunciar. Se
quebró la coalición con la burguesía y se decretó la expropiación de los
emporios azucareros, muchos en manos de pulpos norteamericanos. Esto es: cuando
los objetivos democrático burgueses que perseguía el movimiento revolucionario
se demostraron de cumplimiento imposible si no se les quitaba a la burguesía y
a los latifundistas su poder económico y político, la dirección cubana tuvo el
mérito histórico de avanzar audazmente por ese camino, el de barrer a todo el
antiguo poder estatal. En enero de 1961, después de que Castro personalmente
comandara las milicias que rechazaron la invasión de exiliados (financiados,
entrenados y armados por la CIA) en Bahía de los Cochinos, el gobierno cubano
proclamó públicamente el carácter “socialista” de la revolución.
Así,
los aliados democráticos del M26 se van del gobierno o son expulsados, terminan
en el exilio. La revolución entra en crisis con sus postulados originales y,
mientras echa del gobierno a los partidos burgueses y expropia a los
latifundistas, prohíbe elecciones libres en los sindicatos e impide cualquier
desarrollo independiente de las organizaciones obreras y del proletariado
mismo. El poder exclusivo del M26 deriva en el poder personal de Castro y se
instaura así un bonapartismo sui generis. Poco después, los reveses económicos
(el fracaso de campañas agrícolas y sobre todo la derrota de las tendencias
industrializadoras, impulsadas por el Che Guevara y el ala izquierda del M26)
empujarían a Castro a refugiarse en la burocracia contrarrevolucionaria del
Kremlin; es más: el Partido Comunista, que se había opuesto a la revolución
porque se contradecía con el equilibrio político acordado por Moscú con las
potencias imperialistas, pasó a formar parte decisiva del gobierno y el
Movimiento 26 de Julio tomó el nombre del partido estalinista.
Desde
entonces, y particularmente a partir del fracaso de la experiencia foquista de
Guevara, Castro se empeñaría en evitar que otros siguieran el camino cubano.
Respaldó la “vía pacífica” al socialismo propugnada por Salvador Allende en
Chile (1970-1973) y luego, producida la revolución nicaragüense en 1979, señaló
con énfasis que Nicaragua no tenía por qué hacer como él mismo había hecho en
Cuba, de modo que el sandinismo no expropió a burgueses ni a terratenientes y
reconstituyó el ejército regular destruido por la revolución.
En
sus últimos años de gobierno efectivo, Castro respaldó a gobiernos
nacionalistas como los de Hugo Chávez y Evo Morales, e incluso al de los
Kirchner. Una manera de desandar el camino de Cuba en 1959-61.
La encrucijada
Fidel
Castro acompañó los acuerdos del gobierno cubano con Barack Obama, si bien en
algún momento dejó caer alguna observación crítica (“no necesitamos que el
imperio nos regale nada”), acuerdos que ahora entran en nueva crisis por la
victoria de Donald Trump. Debe subrayarse, en ese punto, que Obama no levantó
el bloqueo; apenas lo moderó, y con cuentagotas.
Este
proceso se desenvuelve, además, cuando la bancarrota capitalista empeora en
extremo las condiciones económicas de Cuba. Una reconversión capitalista en la
isla revolucionaria produciría una situación explosiva por el grado de miseria
que acarrearía. Por otra parte, la economía cubana está deteriorada gravemente
en sus centros neurálgicos: la producción azucarera, por citar un caso, se ha
derrumbado de 8 millones de toneladas en la década de 1990 a poco más de 1
millón en la actualidad. La entrega de tierras en propiedad a campesinos y
cooperativas encuentra también obstáculos severos en el atraso agrario del
país.
En
términos políticos, la autoridad de Fidel, perdida en la práctica desde que su
salud lo obligó a retirarse del gobierno, se pierde ahora hasta en su sentido
simbólico. La crisis del Estado cubano deberá necesariamente apurar la
transición política, que finalmente se decidirá en el terreno de la lucha de
clases dentro del país y, sobre todo, en el plano internacional.
En
definitiva, el de Cuba es un proceso abierto. Junto a las tendencias
restauradoras se desenvuelve otra, opuesta al régimen burocrático y favorable a
la democracia obrera, a la defensa de las conquistas de la revolución, a la
libertad de organización con ese fin. Las masas cubanas son conscientes de que
se aproxima el momento del desenlace: Fidel ha muerto y Raúl está también ante
el límite intraspasable de la naturaleza. La crisis mundial pone a los
trabajadores cubanos ante ajustes similares a los que sufren sus compañeros de
todo el mundo. La revolución latinoamericana bien puede recomenzar por la
gloriosa Cuba.
Por
último, se debe subrayar lo obvio: es un momento de congoja. Los
revolucionarios nunca han sido indiferentes al dolor de un pueblo ante la
pérdida de sus grandes líderes, y más aún cuando se trata del jefe de una
revolución que cambió la historia latinoamericana.
Alejandro
Guerrero
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