La muerte de
Fidel Castro
Con
la muerte de Fidel Castro, a los 90 años de edad, desaparece uno de los
revolucionarios más importantes del siglo XX. Castro personificó, en su larga
vida, el derrotero de la revolución cubana, desde su etapa democrática inicial
hasta la confrontación con el imperialismo y la burguesía cubana, para derivar,
en el transcurso de su primera década, en una adaptación al estalinismo que
marcaría su derrotero futuro. La larga estadía de Castro en el poder
(1959-2008), marca claramente su rol bonapartista en este proceso, arbitrando
entre las masas cubanas, armadas en milicias pero desprovistas de la
posibilidad de organizarse en un marco clasista, por un lado, y el imperialismo
y el aparato estalinista, por el otro.
Esta
caracterización revela tanto los alcances como las limitaciones del proceso
revolucionario que Castro arbitró durante medio siglo: una revolución en la
que, a pesar de haberse expropiado el capital, la clase obrera no apareció como
el sujeto revolucionario, organizado como tal y separado programáticamente de
las otras clases, sino subordinada políticamente a una dirección de origen
pequeñoburgués. El surgimiento de una burocracia privilegiada y la adaptación
al estalinismo mundial (la Unión Soviética) y local (el Partido Socialista
Popular, ex-Partido Comunista de Cuba, que había participado en un gobierno de
coalición con Batista), condujo al nuevo estado revolucionario a suprimir a los
trotskistas cubanos en 1965 y al alejamiento del Che de la dirección
revolucionaria, lo cual conduciría a su muerte en Bolivia en 1967, a la edad de
39 años. Su trágica muerte es testimonio no sólo de las divergencias que la
presión del estalinismo generó en el seno de la cúpula revolucionaria cubana
entre el ala izquierda liderada por el Che y el ala centrista dirigida por
Castro, sino del fracaso de la estrategia foquista del Che, quien, en un
retorno a las teorías de los populistas rusos, postulaba que el sujeto
revolucionario no eran los trabajadores asalariados sino los pequeños
propietarios campesinos de los países semicoloniales.
Los
trotskistas cubanos, abandonados a su suerte por la mayoría de las corrientes
trotskistas mundiales, creían que el nuevo estado era un estado obrero; a pesar
de ello, fueron suprimidos por demandar que no hubiera listas únicas de
candidatos confeccionadas por el partido gobernante en las elecciones a los
sindicatos, la convocatoria a un Congreso Nacional de la Central de
Trabajadores de Cuba Revolucionaria con nuevos líderes y delegados libremente
elegidos; el establecimiento de Consejos de Trabajadores para controlar, a
través de sus delegados, la administración del Estado cubano, y el derecho de
todas las tendencias políticas que apoyaran la Revolución a la libertad de
expresión.
La
historia de Cuba luego de su alineamiento con el estalinismo es un testimonio a
los límites infranqueables de los procesos permanentistas en los que la
burguesía es expropiada y las masas movilizadas para combatir al imperialismo
sin que la clase obrera juegue un rol dirigente en este proceso. Otro tanto
cabe decir de la política exterior cubana luego de su alineamiento con el
estalinismo, desde el apoyo de Castro a la invasión soviética en Checoslovaquia
en 1968 a su apoyo a los frentes populares en Chile y Nicaragua en los años
setenta y ochenta. En el marco de esta adaptación al estalinismo, el asesino de
Trotsky, Ramón Mercader, encontró refugio y murió en Cuba en 1978.
Hechas
estas salvedades, que explican por qué nos reivindicamos trotskistas y no
castristas o guevaristas, cabe señalar que, en cierto modo, somos hijos de la
revolución cubana, ya que el Partido Obrero nació en 1964, cinco años después
de la revolución y al calor de la misma. Nuestros debates con el foquismo en el
pasado y con el curso actual de la burocracia cubana, cuya política de
concesiones crecientes al imperialismo amenaza con llevar a la restauración del
capitalismo en la isla, no deben oscurecer los grandes logros sociales de la
revolución ni la deuda política que tenemos con el gigantesco impulso que los
revolucionarios cubanos dieron a la izquierda latinoamericana. Nuestra tarea
como revolucionarios es asimilar críticamente estas experiencias y expliárselas
a los trabajadores, que serán los continuadores genuinos de la revolución
cubana.
Daniel
Gaido
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