Nelson
Mandela
Quizá la palabra que más recorra las
redes sociales en relación a Mandela sea “magnanimidad”, la virtud que, según
el arzobispo Desmond Tutu, caracterizaba al líder que acaba de morir y habría
sido puesta a prueba a la hora de evitar la guerra civil que se avizoraba en
Sudáfrica a inicios de la década del ’80.
Los primeros intentos de negociación
del gobierno del Apartheid y el líder negro –tendientes a lograr un acuerdo de
unión nacional entre la minoría blanca y el Congreso Nacional Africano (CNA) –
se produjeron en 1985 y Nelson Mandela se retiró de la vida política en 2004.
Son esos 19 años, en una vida política que se extendió por casi setenta, los
que reivindica la burguesía mundial. Mandela se había unido al CNA (movimiento
nacionalista burgués) en 1943. Fundó su juventud y, desde su dirección, luego
de la imponente huelga obrera en mayo de 1950, desenvolvió un vínculo estrecho
con el Partido Comunista de Sudáfrica –estalinista– y con la dirección de los
sindicatos –la
central Cosatu, que forman parte hasta el día de hoy de la “orgánica” del
movimiento. En 1955, el CNA aprobó la Carta de la Libertad, que llamaba a la nacionalización
de los bancos, las minas de oro y los latifundios, en la perspectiva de un
“capitalismo negro”. Como Mandela se ocupó de explicar, en un artículo
publicado entonces, “la ruptura y democratización de estos
monopolios abrirá campos frescos para el desarrollo de una próspera clase
burguesa no europea”. La Carta se oponía a la lucha de clases: “Sudáfrica
pertenece a todos los que viven en ella, negros y blancos”.
La
crisis internacional
Hacia 1985, Sudáfrica vivía una
situación revolucionaria. El gobierno enfrentaba una colosal crisis, sitiado
por una ola de huelgas obreras y rebeliones de la juventud. Al mismo tiempo, el
CNA enfrentaba la oposición política del Congreso Panafricanista, partidario de
la acción directa y la lucha armada y opuesto a la política de conciliación.
Entonces, el gobierno del Apartheid resolvió iniciar negociaciones con el líder
del CNA en prisión, al mismo tiempo que declaraba la ley marcial para aplastar
la insurrección que tenía como protagonista a la juventud negra.
En ese cuadro, el régimen adoptó una
política consciente de asesinatos para eliminar potenciales oposiciones al
acuerdo. El 13 de septiembre de 1989, dos meses después de la primera reunión
oficial entre el presidente y Mandela, fue asesinado por un “grupo de tareas”
Anton Lubowsky, un abogado blanco defensor de los perseguidos por el régimen,
inmensamente respetado por el movimiento de lucha.
En 1993 cayó del mismo modo Chris
Hani, el dirigente más reconocido, junto a Mandela, del CNA; secretario general
del PC y líder del movimiento armado del CNA –Umkhonto we Size, “La Lanza de la
Nación”. El asesinato se produjo ante un impasse en las negociaciones
gobierno-CNA para llegar a una constitución “consensuada” y formó parte del mar
de sangre obrera y juvenil con que se quiso “amasar” el acuerdo. Por ese
tiempo, y ya en libertad, Mandela había sido ferozmente abucheado en el estadio
Jambulami por haber exhortado a “considerar
como amigos a los viejos enemigos”. Aun así, la dirección del CNA se
apresuró a declarar que el asesinato de Hani no llevaría a una suspensión de
las negociaciones.
En los finales de 1993, una mujer
negra fue elegida por primera vez Miss Sudáfrica, y Mandela y el presidente De
Klerk recibieron en paridad… el premio Nobel de la Paz.
El supuesto fin del Apartheid se
consumó en 1994, en un período de aguda crisis –el Muro de Berlín había caído
en 1989, la burocracia de la URSS asistía a su retirada y desintegración, Bush
padre era derrotado por Clinton, como expresión de un giro político provocado
por el impasse de la Guerra del Golfo y el fin de la “era Reagan”. En el mismo
período en que se consumó el pacto en Sudáfrica se produjo el acuerdo
“histórico” entre la OLP y el Estado de Israel (1993), que consagró la renuncia
definitiva al objetivo de crear un Estado palestino independiente y el cese de
la Intifada, el levantamiento nacional palestino iniciado en 1987. Bajo la
estricta orientación de la diplomacia norteamericana, se consagró una victoria
estratégica del imperialismo con la complicidad de la burocracia de la URSS y
los elencos nacionalistas.
“Transición”
e indulto
El pacto del gobierno y el CNA, un
cogobierno a esa altura, estableció elecciones con participación de los negros
en 1994, con un gobierno de transición en que la configuración del gabinete
debía reflejar la proporción de votos obtenida por cada partido. Dio garantías
de que ni los funcionarios blancos, incluidos los militares, iban a perder sus
puestos, ni los granjeros blancos sus tierras –sesenta mil blancos poseían el
87% de las tierras cultivadas y el 90% de la producción agrícola. No habría
juicio y castigo por la masacre operada en el país. El nuevo gobierno “negro”
bajo la presidencia de Mandela constituyó una Comisión de la Verdad y la
Reconciliación, fundada sobre la base de exceptuar de castigo a todo aquel que
denunciase los asesinatos producidos.
Mandela y el CNA accedieron al poder
bajo un pacto secreto por el cual debía reducirse el déficit, subir las tasas
de interés y abrir la economía, a cambio de un préstamo del FMI.
Las leyes del Apartheid –de Servicios
Separados, que prohibía a las personas negras entrar en las mejores playas y
parques, o de Inscripción de la Población, que compartimentaba a los grupos
raciales y establecía sus privilegios, y alguna otra– fueron anuladas, pero su
alcance fue meramente formal en la medida que no se alteraron las bases
sociales y políticas del régimen.
Utilizada como arma política contra la
rebelión obrera y juvenil, la consigna “un
hombre, un voto” permitió preservar íntegramente el régimen social fundado
por la minoría blanca. Consumar la integración del movimiento nacionalista al
Estado y la defensa de los privilegios de la clase explotadora “histórica”, no
ya en el terreno racial –que
se reveló agotado–,
sino en un terreno de clase.
Marikana
y el futuro
El ex dirigente sindical Cyrill
Ramaphosa fue la mano derecha de Nelson Mandela en las negociaciones por el
“fin” del Apartheid. Hoy, su fortuna está entre las diez más importantes de
Sudáfrica. Fue uno de los beneficiarios de la política de “otorgamiento de poder económico a la comunidad negra”, establecida
como soporte del “capitalismo negro”, por el que abogaba Mandela.
Los índices de crecimiento económico
de Sudáfrica desde el ’94 ocultan el enriquecimiento inmenso de la minoría
blanca y esta nueva elite negra en el poder, mientras más de la mitad de la
población sigue anclada en la pobreza y la indigencia. El gobierno miente sobre
la desocupación, que reconoce en un 25%, siendo que es del 40 y entre los
jóvenes, del 60.
Los puestos más descalificados siguen
siendo ocupados por los negros, tres cuartas partes de los alumnos blancos
completan el último año de la escuela secundaria, pero los alumnos negros sólo
un tercio.
Cyrill Ramaphosa mutó de fundador de
la central de trabajadores –Cosatu– a ser parte del Consejo de Administración
de la empresa que enfrentó la enorme huelga minera en Marikana (agosto de
2012), cuando la policía mató a tiros a 34 mineros en una mina de platino.
Desde entonces, las huelgas, movilizaciones y protestas son una constante en el
país. Las huelgas mineras están dirigidas, en gran cantidad de casos, por el
AMCU, un sindicato independiente que ha impulsado la elección de comités de
huelga, enfrentando a la burocracia sindical.
La crisis mundial ha terminado de
dislocar la obra que la burguesía exhibe como fruto histórico de la humanidad
en la persona de Mandela. Los pulpos mineros están obligados a un “ajuste” por
el derrumbe en la demanda internacional del platino y otros minerales, y deben
enfrentar la oposición violenta de los trabajadores. Marikana no sólo fue una
huelga y rebelión obrera por el salario, es la expresión del agotamiento del
régimen fundado hace 19 años y que ha “vendido” a obreros, jóvenes y explotados
como el fin de su larga odisea bajo el gobierno del opresor blanco.
Ni uno solo de los problemas de las
masas, ni siquiera la discriminación, ha sido resuelto. A través del
nacionalismo capitalista, la burguesía mundial enfrentó el reclamo por la
nacionalización de las minas y de las tierras, que son las consignas que hoy
vuelven a formar parte del debate político frente al agotamiento del régimen y
el gobierno. Y que, en definitiva, constituyen la plataforma de un gobierno de
trabajadores.
La clase obrera y la juventud –negra y
blanca– de Sudáfrica tienen la palabra.
Christian
Rath
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