El
estado español, entre el ‘tejerazo’ y la república
Es obvio que Juan Carlos no abdicó por
cazar elefantes o por tener una amante alemana. En realidad, asistimos al
naufragio del pacto entre el franquismo y los partidos socialista y comunista
que alumbró a la llamada ‘transición’ española. Ni siquiera es cierto que la
monarquía fuera restaurada como garantía última de ese pacto ‘democrático’. Un
libro reciente de Pilar Urbano, una escritora de derechas, establece en forma
fehaciente que Juan Carlos conspiró para derribar al primero de los primeros
ministros de la ‘transición’, Adolfo Suárez, y alentó de ese modo el golpe
conocido como ‘tejerazo’, cuando un teniente coronel mantuvo como rehén, a pura
pistola, a todo el Parlamento. El rey volvió sobre sus pasos cuando la acción
escapó a los altos mandos y debido a la presión en contrario de las potencias
de la Otan. Aprovechó, sin embargo, el empuje del golpe para armar un segundo
pacto, el de la Moncloa, que convirtió a la izquierda y a los sindicatos en una
rueda del Estado posfranquista.
La descomposición de la familia real,
con una hija y un yerno al borde de las rejas, no agota la caracterización de
la situación de conjunto del Estado español. Juan Carlos abdica poco antes de
que lo haga el jefe del PSOE, Alfredo Rubalcaba, como consecuencia del derrumbe
electoral del partido en las parlamentarias europeas; su jefa regional acaba de
decir que el PSOE solamente subsiste en Andalucía. En la cuerda floja se
encuentra también Rajoy dentro del PP e incluso la dirección de Izquierda
Unida. Con el monarca de los safaris se derrumba el sistema político de la
‘transición’. Al lado de este desmoronamiento, se desarrolla un movimiento
autonomista poderoso en Cataluña y el País Vasco. Es claro que la separación
nacional de estos Estados es incompatible con la monarquía. El próximo rey,
Felipe, ya se adelantó a prometer “la unidad de España”. La abstención
inevitable del representante catalán en el Parlamento frente a la abdicación
provocó, sin embargo, una crisis en el partido de la burguesía catalana, de
parte de quienes reivindican apenas una autonomía mayor para Cataluña dentro
del Estado español. O sea que el agotamiento del sistema político se extiende
al interior de las nacionalidades y autonomías. Obviamente, el test más severo
lo representa la descomposición literal de la economía del Estado centralizado,
que tiene una desocupación del 24 por ciento bien entrado el octavo año de la
crisis mundial y con un inventario enorme de desalojos en poder de los bancos.
No deben sorprender, entonces, las incesantes movilizaciones populares por las
razones más diversas, incluida la dimisión de todo el régimen político
establecido.
En este cuadro, ¿cuáles son las
alternativas? Felipe pretenderá fingir que su función es reinar pero no
gobernar, pero no hay que olvidar que es el jefe de las fuerzas armadas y por
lo tanto de todo el aparato de represión. Recurrirá a la burguesía europea para
aplacar los afanes independentistas de Cataluña, pero esta reivindicacón ha
penetrado fuerte en la pequeña burguesía y en una parte de los trabajadores,
detrás del espejismo de que la separación sería la salida a la crisis
capitalista. Por otro lado, la oposición de izquierda que ha emergido en las
últimas elecciones es políticamente inconsistente, en especial porque no
manifiesta interés en oficiar como instrumento político de la lucha de clases
de los trabajadores. Esta limitación ofrece un margen de movimiento a la
política tradicional. Pero incluso con estas reservas, la profundidad y la
prolongación de la crisis deberán acentuar la lucha popular, en sus diversas
formas, y con ello agudizar la crisis política. La renuncia de Juan Carlos ya
ha producido un movimiento por la república, bajo la forma de la exigencia a un
referendo sobre la organización del Estado. Las encuestas indican una tendencia
republicana mayoritaria en la población. La reivindicación de la república
traduce la aspiración a una salida popular a la crisis capitalista.
Las alternativas, tomadas en su
conjunto, son claras. Si los movimientos nacionales independentistas se fortalecen
y la lucha de clases se acentúa, la crisis política resultante pondrá al nuevo
rey ante la necesidad de emprender un ‘tejerazo’ con él a la cabeza. La
monarquía es el arma de la reacción, no una representación ‘simbólica’. Las
masas, por el contrario, avanzarán cada vez más con la reivindicación de la
república, de la cual los intelectuales de moda se mofaban hasta hace pocos
años. Los revolucionarios somos campeones, desde el comienzo, de la república y
el derecho a la separación nacional. En materia de democracia, le ganamos al
demócrata más pintado. Pero hacemos un agregado: ni una ni la otra tienen la
capacidad de resolver la crisis del capital y de que la paguen los
capitalistas. Por eso planteamos una república socialista y la unidad de los
explotados de todo el Estado español y de Portugal bajo la forma de una
Federación socialista de pueblos ibéricos.
Jorge Altamira
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