jueves, 7 de enero de 2016
Venezuela: la clase obrera debe dar su propia salida
Venezuela: la clase obrera debe dar su propia salida
El martes 5 se instaló en Caracas la nueva Asamblea Nacional, que reúne una mayoría calificada de la oposición al gobierno de Nicolás Maduro. Esta circunstancia habilita al parlamento a impugnar el régimen de gobierno por decreto que lleva adelante el Poder Ejecutivo, lo cual establece un sistema de doble poder en un sistema presidencialista. Es decir que se ha alcanzado el punto más alto posible de una crisis política en el marco de la renovación electoral del parlamento. A partir de ahora, cualquier choque institucional de relevancia desbordaría el cuadro constitucional precario. Sería el caso del anuncio, efectuado durante la inauguración, de que la Asamblea votaría una ley de amnistía que liberaría a los presos que la oposición califica de políticos, así como el levantamiento de la orden de captura para aquellos que se han marchado al exterior. Por eso, un prematuro teórico del chavismo, Heinz Dietrich, asegura que “El resultado final del proceso de transición será determinado por los militares...” (Perfil, 3/1). Esta conclusión de manual es, sin embargo, incierta, porque para eso las fuerzas armadas deberían homogeneizarse en un proyecto político nuevo -esto, en un cuadro de divisiones que refleja las que existen dentro del oficialismo, por un lado, y entre los llamados ‘escuálidos’ por Hugo Chávez, por el otro (los cuales, desde ese bautismo, ya no lo son tanto). Tampoco dice si una intervención militar del ejército “bolivariano” resultaría en un gobierno de la oficialidad chavista o procuraría proteger una salida pactada entre los llamados moderados de uno y otro lado.
La derrota última del gobierno, de todos modos, se encuentra inscripta en su reacción política ante esta crisis. Fingiendo ignorar que ha perdido la mayoría electoral como consecuencia de su responsabilidad en un caos económico que no cesa de acentuarse, ha vuelto a incurrir en chicanas institucionales para proteger sus poderes de excepción. En el pasado privó de autonomía a los Estados en manos de la oposición al adjudicar al Estado nacional decisiones de incumbencia estadual. Ahora, impugna la elección de cuatro diputados con la intención de quitarle a la oposición una mayoría calificada de dos tercios. Ha establecido, asimismo, ‘parlamentos comunales’, que algún periodista desairado se apresuró en calificar de ‘soviets’, cuando solamente se tratan de una prolongación de la camarilla gobernante. En lugar de ofrecer una salida social radical al derrumbe económico, y con esto reconquistar el apoyo y la movilización popular, el clan de Miraflores refuerza todos los días un inmovilismo suicida.
Los límites del nacionalismo militar
A diferencia del nacionalismo de los años ’70, conducido por Acción Democrática, que estatizó el petróleo para destinar la renta a promover una gigantesca especulación inmobiliaria y toda clase de corrupciones, el chavismo se distinguió por aplicarla a un enorme programa de mejoras sociales.
Pero no modificó la condición rentística de Venezuela, o sea que no apoyó el programa social en un proceso de industrialización. Pero esa industrialización tampoco hubiera sido viable sin una planificación de conjunto y, por lo tanto, sin el monopolio del comercio exterior y las ramas productivas fundamentales luego del petróleo, y sin la gestión política integral de los trabajadores. El nacionalismo militar entraña límites insalvables, incluso en sus variantes más avanzadas o radicales, pues se asienta en la expropiación política de la clase obrera. Los programas sociales chocaron con los límites de los capitales que controlan la industria del cemento y la siderurgia, o con los monopolios de las telecomunicaciones y se procedió a nacionalizar esas ramas con indemnizaciones colosales financiadas por la renta petrolera.
Lejos de la gestión obrera colectiva (plan) de la economía las empresas o fincas nacionalizadas quedaron en manos de una burocracia ligada al poder, lo cual procedió a una acumulación primitiva de capital de cuño ‘bolivariano’, o sea, a un saqueo privado de los activos estatizados. Ahora, la caída vertical del precio internacional del petróleo no solamente ha dejado desfinanciados los planes de viviendas, salud y educación: mucho peor, dejó al desnudo el vaciamiento al que fue sometida PDVSA -que enfrenta la posibilidad de un ‘defol’, esto por el tamaño de su deuda externa e interna. La caída del precio del petróleo ha paralizado la explotación de la cuenca del Orinoco, que tiene lugar en asociación con los principales monopolios internacionales -excluidos Exxon y Conoco. Maduro ha hipotecado los ingresos petroleros a un préstamo de 40 mil millones de dólares por parte de China. Incluso comparada con otra experiencia en demolición -la brasileña Petrobras- la de PDVSA es mucho más decepcionante. El colmo del parasitismo es el subsidio indiscriminado de la gasolina en el mercado interno, virtualmente gratuita, que ha servido para inundar a Venezuela de autos y para desarrollar un contrabando gigantesco de exportación. El caos económico ha derribado todas las conquistas sociales promovidas por el chavismo.
Entre golpes y autogolpes
El problema que enfrenta el gobierno de Maduro y de su eminencia gris, Diosdado Cabello, no es la derrota electoral sino su carencia de programa y la incapacidad de dotarse de ese programa, que es irrevocable. La aplicación consecuente de esta línea política conduce a un auto-golpe -o sea, a la disolución de la Asamblea Nacional por parte del Ejército. Alternativamente, podría conducir a otro golpe, pactado entre un sector del oficialismo y uno de la oposición. Una señal en esta dirección la acaba de dar el ex presidente de Bolivia, Jorge Quiroga, que integra el bloque de conspiradores internacionales de la derecha, y que convocó a Maduro a romper con Diosdado Cabello. Finalmente, tampoco se podrían descartar golpes cruzados, que serían capitalizados por la oposición. Cualquiera de estas variantes serían reaccionarias para el proceso político venezolano y deben ser combatidas por los trabajadores.
A la luz de toda esta caracterización, la expectativa de reformar al chavismo con la consigna del retorno a los orígenes, es un callejón sin salida. Los que siguen invocando a la “masa chavista” para seguir medrando con la reforma del chavismo, ni siquiera toman nota de que una parte importante de la masa del chavismo acaba de pronunciarse con un voto a la oposición y con la abstención. Los ‘reformistas’, como el caso de Marea Socialista (MST), que plantean auditar las cuentas del gobierno como gran consigna, empujan a esa masa en un sentido contrario y a la derrota. Si el oficialismo tuviera un programa daría una batalla política para reconquistar la mayoría popular, en lugar de encerrarse en el impasse mortal de las chicanas institucionales.
En Venezuela son numerosísimos los sectores sindicales combativos. Seria decisivo que se agruparan para una intervención de carácter político con total independencia del chavismo. Un agrupamiento político clasista debería evaluar la oportunidad de una consigna de Asamblea Constituyente libre y soberana que desarrolle un programa de control obrero generalizado, en oposición al gobierno y a la oposición que es impulsada por toda la reacción internacional.
Jorge Altamira
Partido Obrero Argentina, Prensa Obrera #1396
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