Venezuela:
golpes, autogolpes y el temor a la rebelión popular
La declaración por parte de Maduro del
“estado de excepción” el pasado 13 de mayo implicó un nuevo salto en la
característica golpista que adquirió el régimen chavista. Mediante esta medida
se amplía la capacidad del Ejecutivo para cercenar libertades democráticas,
reprimir manifestaciones y emitir deuda. Este “pasaje del bonapartismo
plebiscitario al bonapartismo de facto” (http://opcion-obrera.blogspot.com/2016/05/venezuela-de-regimen-plebiscitario.html)
se desarrolla como experiencia declinante –lo contrario a una afirmación de
poder. La camarilla “madurista” se aferra a la conducción del Estado en medio
de un impasse extraordinario, pues carece de un programa para afrontar el
deterioro monumental de la vida social venezolana. El nacionalismo rentista se
derrumba confesando que no tenía alternativa prevista para la declinación de
los precios de las materias primas –una negación de cualquier tipo de
desarrollo genuinamente autónomo.
En este marco de sistemática
degradación, la declarada negativa de Maduro y compañía respecto a la
realización del referendo revocatorio, para el cual la oposición asegura haber
reunido diez veces más que las firmas necesarias, atiza el fuego del golpismo y
el autogolpismo.
“Evitar
un caracazo”
A la derecha proimperialista,
naturalmente, le importa un bledo “la democracia”; quiere sacarse de encima a
Maduro a como dé lugar, pero teme más que a la peste un desenlace que se vaya
de control. Idéntico recelo tienen los propios Estados Unidos y el Vaticano,
que intentan contener estas contradicciones, comprometidos como están en un
delicado reordenamiento general de América, desde Cuba y Colombia hasta los
buitres que sobrevuelan Buenos Aires. Las “preocupaciones” sobre una salida
militar a la crisis que dejan trascender funcionarios norteamericanos buscan
reforzar la extorsión a Maduro para que abandone el poder y dé paso a una
“transición ordenada”; sentido similar tuvo la carta del Papa, y la visita de
Rodríguez Zapatero –un lobbista de la banca española. El propio Macri viró, y
se suma al “equipo” de la “transición ordenada”, tras instar a Malcorra a
moderar sus dichos respecto a la “Carta Democrática” de la OEA, y postular, él
mismo, “la necesidad del diálogo” (La Nación, 21/5). Existe la preocupación que
el desmadre derive en una situación revolucionaria. Quien más claro expresa la
cuestión es Capriles: “hay que hacer todo
lo que esté a nuestro alcance para que no haya una reedición del Caracazo de
1989. Lo que puede darse en Venezuela son muchos estallidos que generen una
situación que se nos escape de las manos” (El País, 20/5).
El
arbitraje de las Fuerzas Armadas
En Venezuela, las Fuerzas Armadas
aparecen como un actor ineludible de la crisis, lo cual ilustra otro límite
insalvable de la experiencia nacionalista.
La división en sus filas es señalada
por oficialistas y opositores; Heinz Dieterich, un destacado chavista que aboga
por una “retirada táctica”, señaló hace varias semanas que “la fracción del general madurista Padrino
López reafirma la política de ‘ni un paso atrás’ de Stalingrado, [mientras] el
grupo del general chavista Rodríguez Torres aboga por la política de la
retirada táctica: una solución política negociada con las fuerzas del 6-D”
(se refiere al bloque que derrotó a Maduro en las últimas elecciones).
Cualquiera sea la variante que se abra paso, lo que está claro es que no hay
“poder popular” si el destino de semejante crisis reposa en las manos de una
camarilla corrompida o de fracciones de un ejército estatal organizado de
arriba para abajo.
Por
una intervención independiente de la clase obrera
No nos privamos de insistir: rechazamos
que el hundimiento de las experiencias nacionalistas configuren una derrota de
las masas –eso dependerá de la lucha de clases, y de la calidad de la
intervención de la izquierda revolucionaria para emerger como alternativa
política frente a la crisis. La clase obrera debe emerger como factor
independiente en la escena política venezolana. La situación excepcional que el
país atraviesa pone al rojo vivo la necesidad de la convocatoria de un congreso
de trabajadores para discutir una salida obrera a la crisis y reclamar una
asamblea constituyente libre y soberana, que sea convocada por un gobierno de
trabajadores.
Alejandro Lipco
No hay comentarios:
Publicar un comentario