VENEZUELA: GOLPISMO CRÓNICO
Una de las características de la
historia de la Venezuela chavista es el estado de golpismo permanente. Luego de un comienzo
‘neoliberal’, con un ministerio de Economía afín a la línea del FMI, la
orientación nacionalista y la fisonomía bonapartista del nuevo gobierno
determinaron, en la oposición de derecha, una política que pusiera fin al nuevo
régimen en forma anticipada. El golpe cívico-militar de abril de 2002 y el
lockout petrolero y empresarial de fines de ese año no fueron excepciones a la
norma. La oposición de derecha boicoteó las elecciones y la pelea parlamentaria
hasta muy avanzado el gobierno chavista. Incluso cuando corrigió, con la
participación electoral, lo que llamó un “error político”, fue duramente
criticada por un ala de ella, que la acusó de “legitimar” al gobierno; la
tendencia golpista no dejó de estar nunca presente en la oposición, ni cuando
aceptó la disputa electoral. La injerencia internacional fue muy manifiesta en
el golpe de 2002, cuando intentó armar una “mediación” integrada por seis
países. En el sabotaje económico a partir de finales de ese año, los bancos
internacionales, sin embargo, en ningún momento dejaron de refinanciar los
pagos de la deuda externa. Hasta el día de hoy, el gobierno de Venezuela ha
tenido una relación excelente con la banca internacional y con las
corporaciones petroleras a las que se encuentra asociada Pdvsa en la cuenca del
Orinoco; en el caso del conflicto con Exxon aceptó pagar las indemnizaciones
establecidas por las sentencia de la justicia norteamericana.
El chavismo, de todos modos, no
se detuvo en los ‘buenos modales’ cuando la oposición se plegó, tardíamente, a
la pelea electoral: luego de las parlamentarias de 2011 intervino todas las
administraciones económicas bajo soberanía provincial o municipal, lo que dejó
a las autoridades electas por la oposición con un poder ceremonial. El golpismo
opositor fue reemplazado, en el escenario político, por el golpismo oficial. La
tendencia golpista y contragolpista del proceso político alcanzó a las fuerzas
armadas, con el pasaje a la oposición del general Baduel, nada menos que el
hombre que desbarató el golpe de 2002 y repuso a Chávez en el gobierno. Como
consecuencia de estos acontecimientos, Chávez convirtió a la fuerza armada venezolana
en un custodio político del régimen y en una barrera extra constitucional a
cualquier oposición política. Finalmente, cuando la oposición cuestionó la
legitimidad de las elecciones que Hugo Chávez (Nota de Opción Obrera: por error se menciona a Chavez cuando en
realidad se trata de Nicolás Maduro) había ganado a Henrique Capriles por
un margen mínimo, el oficialismo respondió con la prohibición del uso de la
palabra a los diputados que no rechazaran en forma pública ese cuestionamiento,
y recientemente con su expulsión de la Asamblea Nacional. Ni en el golpe de
2002, ni en el lockout masivo de 2002/3, el gobierno chavista recurrió a la
movilización popular; mucho menos a la ocupación de las empresas saboteadoras o
al armamento del pueblo. En el golpe de abril de 2002, la resistencia popular
surgió de abajo y fue despedida por Chávez con la recomendación ‘clásica’ de
replegarse de “casa al trabajo”. En el sabotaje petrolero, hubo una
movilización de petroleros clasistas en varias refinerías, que aseguraron de
este modo su funcionamiento.
Obama
Chávez había construido un
régimen plebiscitario secundado por las fuerzas armadas. Con Maduro la base
plebiscitaria se va pulverizando como consecuencia del desbarajuste económico,
el arbitraje político pasa a las fuerzas armadas y el gobierno aparece con dos
o más cabezas. La crisis de conjunto del régimen chavista precipita la nueva
onda golpista, que se inicia a principios de 2014 y que divide a la oposición.
El término golpista (o putchista) es completamente adecuado, pues convoca a
acciones de calle con el propósito declarado de derrocar al gobierno. Pasa a
una lucha extra legal, que denomina “la salida”, en oposición a la lucha legal
que sigue planteando el sector mayoritario de la coalición opositora. No tiene
un carácter revolucionario sino restauracionista – o sea que es reaccionaria
por su liderazgo y programa. Pero es un golpismo minoritario, cuya única
posibilidad de triunfo, como ocurrió en 1955 en Argentina, reside en una
defección política y militar al interior del chavismo. Tiene razón Maduro
cuando sitúa como usinas de ese golpismo minoritario a Miami y Colombia, pues
sus fogoneros son la derecha republicana y el uribismo colombiano. Pero es
precisamente por esta razón que este golpismo está condenado al fracaso, ya que
el imperialismo y la mayor parte de los estados latinoamericanos tienen todo apostado
al éxito del desarme de las Farc de Colombia, un operativo que cuenta con el
apoyo insustituible de Venezuela y de Cuba. Lo último que quisiera el gobierno
de Obama es una victoria de este putchismo; entre Maduro y Leopoldo López, para
decirlo en términos contundentes, Obama ‘se queda’ con Maduro. La preocupación
de Estados Unidos es que la descomunal bancarrota económica de Venezuela
produzca un cambio político hostil a las negociaciones del gobierno de Colombia
con las Farc.
El gobierno de Venezuela acaba de
imputar al intendente de Caracas, que pertenece al ala putchista, por intento
de golpe con militares en retiro y en actividad. El relato describe acciones
temerarias y criminales de características desesperadas, que los implicados sin
embargo niegan y el gobierno aún no ha probado materialmente. Enseguida, sin
embargo, la oposición de derecha se unificó en una posición de participación en
las elecciones parlamentarias de este año.
La insistencia, incluso por parte de los putchistas de la oposición, en
calificar como constitucional el reclamo que circunscribe a una renuncia de
Maduro, deja entrever que especula con una definición al interior del chavismo
que desplace a Maduro, que es objeto de críticas reiteradas desde las filas del
PSUV, por parte de la derecha pero en especial de la izquierda, ante la
catástrofe económica que no cesa de agravarse. Si la oposición obtuviera
mayoría parlamentaria, sería inevitable una renuncia de Maduro o la disolución
de la nueva Asamblea Nacional, que debería contar con respaldo militar. La
alternativa a esta opción sería la formación de un gobierno transitorio de
unidad nacional, cuyo antecedente se manifestó el año pasado cuando se
estableció una “mesa de paz”, bajo la mediación internacional y del Vaticano.
‘Boliburguesía’
La represión desatada por el
gobierno contra las ‘guarimbas’ (provocaciones callejeras) de la oposición no
apunta a desbaratar un golpe que aún no cuenta con el apoyo del imperialismo ni
de la corriente principal de la oposición derechista. En medio del
desabastecimiento y una cuasi hiperinflación que destruye las condiciones de
vida de las masas, es una advertencia contra cualquier intento de enfrentar al
gobierno por el lado de los reclamos populares. El gobierno denuncia una
“guerra económica” de las patronales, sin advertir que la base objetiva para
esa guerra es la desorganización económica impuesta por el gobierno y que gran
parte de ella tiene como protagonista a su propia “boliburguesía”. Es lo que ha
denunciado Jorge Giordani, ministro de Economía con Chávez. El chavismo ha
pagado a precios de oro las nacionalizaciones, que hoy vegetan como
consecuencia del saqueo que les ha impuesto la burocracia estatal. La
nacionalización del monopolio de las comunicaciones, Verizon, se hizo a precios
de Bolsa, varias veces arriba de su valor real; la de Sidor dejó en manos del
Estado todos los pasivos ocultos del grupo Techint. Han producido un desangre
del Estado y hoy son responsables del desabastecimiento y de la suba de las
importaciones. Se han financiado importaciones con la emisión de deuda pública,
que rápidamente fue convertida en deuda externa El sistema cambiario ha sido
una fuente de acumulación financiera descomunal, alentada por el Estado. Las
autorizaciones a importar, a 6.50 bolívares, son desviadas al mercado negro,
que cotiza hoy a 175 bolívares. Para desbaratar este sabotaje económico, el ala
izquierda del Psuv reclama la nacionalización del comercio exterior, o sea la
abolición del comercio privado de importación y el control obrero de la
industria nacionalizada - pero esto es incompatible con un gobierno entrelazado
con la acumulación capitalista. La izquierda del Psuv fustiga el “capitalismo
de estado”, pero no percibe que su superación está condicionada a la existencia
de una clase obrera independiente que dispute el poder a los “capitalistas de
estado”.
Independencia
En esta coyuntura de crisis
extrema, sería simplemente suicida el seguidismo al chavismo, que recurre a las
amenazas de golpe de la derecha para que la clase obrera siga soldada al carro
bolivariano. Ha bastado la caída del precio del petróleo para que “el
socialismo del siglo XXI” perdiera su base rentista de sustentación. Esto mismo
ha comenzado a golpear a los gobiernos bolivarianos de Bolivia y Ecuador, y al gobierno
‘trabajador’ de Brasil. Para que los trabajadores puedan derrotar un golpe de
estado de derecha, lo que hoy está en la agenda es la conquista de su
independencia política. Cuando la
represión estatal que se despliega contra la derecha, quede agotada por el
descalabro económico, el mismo régimen que denuncia un golpe acabará
estableciendo un compromiso con la oposición derechista.
Es urgente la convocatoria a
construir un partido obrero independiente en Venezuela.
Jorge Altamira
Referente del Partido Obrero
Sección argentina de la CRCI
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