Contra la austeridad, el fascismo, la guerra, la catástrofe ecológica y
la barbarie, ¡luchemos por el socialismo internacional!
Centro Socialista de los Balcanes "Christian Rakovsky" www.redmed.org 14 02 2016
Verano de resistencia en Grecia y Turquía: movilización multitudinaria por el “No” en el referéndum griego; trabajadores de la industria automovilística participando en la huelga para expulsar al sindicalismo amarillo y mafioso en Turquía
El mundo ha iniciado 2016 lleno de
preocupación y horror. Ocho años después del derrumbe de Lehman Brothers, el
capitalismo mundial se hunde cada vez más en su crisis intensificada y todavía
irresuelta, arrastrando a la humanidad a mayores niveles de austeridad,
desempleo, desigualdad, falta de vivienda y miseria. Ha creado una situación
socio-económica en la que la plaga fascista ha conseguido de nuevo levantar
cabeza. Las contradicciones del capitalismo han creado conflictos y guerra en
Oriente Medio, en África, en las antiguas repúblicas soviéticas y en otras
zonas, guerras que incluso amenazan con convertirse en una Tercera Guerra
Mundial. Y ha desatado un proceso de degradación medioambiental que amenaza no
solo nuestro futuro como humanos sino el de todas las especies de
planeta.
No es suficiente lamentar el azote de
la austeridad y el desempleo, de la guerra y el fascismo, del autoritarismo y
el cambio climático. Necesitamos comprender la dinámica que hay tras ellos y
combatirlos de acuerdo a la lógica de la situación objetiva. Los movimientos de
izquierda en el mundo-la llamada socialdemocracia y los que, antes de la caída,
fueron los partidos comunistas oficiales o sus actuales encarnaciones- se han
derrumbado a niveles todavía más bajos desde el colapso de los estados
burocráticamente degenerados (la Unión soviética, China, los países del centro
y el este de Europa, etc). Carecen de brújula para comprender el curso que ha
tomado la historia y no destruirán este orden socio-económico espantoso. La
izquierda podrá sacar a la humanidad del trance al que la ha conducido el
capitalismo imperialista solo mediante una crítica radical de la situación
existente y una actitud audaz de enfrentamiento con los poderes.
En plena Tercera Gran Depresión
El período que atravesamos está
marcado profundamente por la crisis económica generalizada del capitalismo,
desencadenada ciertamente por el colapso financiero de 2007-2008, pero
producida por las contradicciones del modo de producción capitalista en su
conjunto y que ha tomado el carácter de una profunda depresión económica, en
absoluto no confinada a la esfera financiera. Después de ocho años en crisis,
el capital y su personal político-ideológico no es capaz de encontrar una
salida e intentan como mejor pueden sortear la tormenta sin la menor idea de
dónde está la salvación. La crisis ha atravesado diferentes fases: el rescate
del sistema financiero privado por medio de las llamadas políticas de quantitative easing [creación de dinero] y las de tasa de
interés cero acabó transfiriendo el lastre al sector público, engendrando la
crisis de la deuda pública, que ha tenido su expresión más violenta en los
países de la cuenca mediterránea de la Unión Europea desde 2010. La política
monetaria expansiva de los bancos centrales más importantes del mundo
capitalista mantuvo sin embargo la economía mundial a flote, asistida en esto,
como resultado del desarrollo desigual, por las relativamente altas tasas de
crecimiento de los llamados “mercados emergentes”, en primer y principal lugar
China, pero también países como India, Brasil, Rusia, Suráfrica, Tailandia o
Turquía. Estos dos factores fueron ciertamente los que mantuvieron a flote a
las economías más maduras del mundo capitalista, evitando un estancamiento más
profundo de la economía mundial.
Actualmente, ambos factores se están
agotando. El programa de expansión monetaria de los Estados Unidos ha acabado y
el aumento de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal en diciembre
de 2015, tras una década de tasas prácticamente a interés cero, da marcha atrás
a los flujos de capital hacia los mercados emergentes, que sufren también el
impacto del freno de la economía china y el colapso de los precios de las
materias primas, sobre todo del petróleo. Estos cambios dramáticos tienen
vastas consecuencias no solo en los llamados países emergentes y
subdesarrollados, sino también en Europa, Japón y Estados Unidos, en todo el
mundo. Desde el comienzo de 2016, con el tsunami en
los mercados bursátiles de China y mundiales, aumenta la posibilidad de un
estancamiento mucho más profundo de la economía global, con niveles de
desempleo mucho más altos.
Aunque en la primera fase de la crisis
mundial pareció que los “mercados emergentes” mantenían su vigor, les ha llegado
el turno de caer en una recesión profunda, como es ya el caso en Brasil y
Rusia. Incluso China, el principal motor de crecimiento reanimador de la
economía mundial, ha pasado a ser ahora un poderoso factor de inestabilidad,
con la declinación acelerada, primero de su mercado inmobiliario, luego de su
bolsa, y ahora de la economía real.
El paso dado por la Reserva Federal,
el banco central norteamericano, de disminuir de manera gradual y prudente el
apoyo que durante años proporcionó de manera completamente artificial a la
economía -primero reduciendo y finalmente eliminando la llamada creación
monetaria y luego subiendo la tasa de interés- no es de ningún modo una prueba
de confianza en un desarrollo sólido de la economía norteamericana, sino un
movimiento preventivo para evitar un nuevo estallido de la burbuja y la
repetición de los hechos de 2007-8 a mayor escala. Sin embargo, coincidiendo
con los graves problemas en China, una tercera recesión en Japón y la
permanente ciénaga en la que se encuentra la economía de la Eurozona
contribuirán con toda probabilidad al comienzo de una nueva fase de
estancamiento de la economía mundial.
Para estimar la gravedad de la
situación basta con el pánico creciente mostrado por algunos de los propios
actores del mercado. Los economistas del Royal Bank of Scotland, uno de los más
grandes del mundo, han advertido a sus clientes de la siguiente manera: “Vended
todo excepto los bonos de alta calidad. Se trata de vuelta del capital, no de
vuelta del rendimiento. En una sala repleta, las puertas de salida son
pequeñas.” El informe relaciona también la situación actual y la de 2008,
cuando el colapso del banco de inversión Lehman Brothers condujo a la crisis
financiera internacional. Esta vez, se dice, China podría ser la clave de la
crisis.
La barbarie en crecimiento
La Tercera Gran Depresión no es
simplemente un tropiezo en el camino. Tampoco es un episodio de
corrección del mercado. Se trata de una de las crisis económicas más profundas
en la historia del capitalismo, que atestigua el declive de las posibilidades
dentro del modo de producción capitalista, debido a la contradicción que se
produce entre las fuerzas productivas altamente socializadas y la apropiación
privada de los productos generados por esas fuerzas avanzadas. La destrucción
del medio ambiente es un signo del estrangulamiento de las fuerzas productivas
por el capitalismo actual. El alto desempleo, la terrible miseria y los
declinantes sistemas de salud y educación para las masas trabajadoras son
indicaciones del hecho de que el capitalismo se ha convertido en una barrera
para el progreso de la humanidad. La tendencia a la creación de conflictos y
guerra, con la posibilidad cada vez más cercana de una Tercera Guerra Mundial,
es una prueba clara de que el capitalismo en su fase imperialista es ya más que
una barrera al progreso; teniendo en cuenta las armas de destrucción masiva que
ha desarrollado, constituye una amenaza a gran escala para la simple
supervivencia humana, de hecho la de todas las especies vivas.
En este torbellino histórico crecen
las semillas de la barbarie. El fascismo está resurgiendo en Europa. Por
primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los movimientos fascistas reviven
el recuerdo del período transitorio de poder compartido de los nazis, como en
Ucrania después de los acontecimientos de Maidan. Las elecciones al Parlamento
Europeo de mayo de 2014 mostraron que ningún país del viejo continente estaba
inmune a la propagación del virus fascista. En tres países -Francia, Reino
Unido y Dinamarca- la llamada “extrema derecha” se convirtió en la primera
fuerza política en las elecciones. Este concepto de “extrema derecha” es un
tipo de eufemismo que oculta la existencia de partidos explícitamente fascistas
que reivindican símbolos nazis, como es el caso de Amanecer Dorado en Grecia o
Jobbik en Hungría, o de partidos que pueden transformarse rápidamente en
fascistas, como el Vlaamsblok en Holanda o el Front National en Francia. El
callejón sin salida a que el capitalismo ha llevado una vez más a la humanidad
ha vuelto a actualizar la amenaza del fascismo.
Por otro lado, la bandera negra del
ISIS es solo la expresión extrema del crecimiento de tendencias exageradamente
bárbaras en los países predominante o parcialmente musulmanes de Oriente Medio
y el norte de África, que se extienden por el África subsahariana, como en
Somalia, Mali o, sobre todo, Nigeria. El crecimiento de los movimientos takfiri-esto es, movimientos que estigmatizan como
“infiel” a todos excepto a los que se postran ante ellos, sin tener en cuenta
si se trata de cristianos o judíos, de las confesiones islámicas chiita o
alauita, o incluso musulmanes sunitas-, con su ideología retrógrada que impone
un estilo de vida austero y multitud de prohibiciones al conjunto de la
población, especialmente a las mujeres, es un azote que amenaza a decenas de
millones de personas en las regiones donde ha conseguido fortalecerse. Más
alarmante incluso es que estos movimientos recluten a sus militantes a escala
internacional, no solo en los países predominantemente musulmanes de Oriente
Medio, África, el Cáucaso o Asia Central -en particular, el Turkistán oriental
en China-, sino también entre la generación de jóvenes desposeídos de las
comunidades musulmanas de los países imperialistas occidentales, expuestos a la
exclusión social, el racismo, la represión estatal y el desempleo masivo. Esto
significa, por supuesto, que la barbarie de los takfiriy la clásica
de los nazis están destinadas a chocar en el corazón de una Europa colapsada.
El crecimiento de la amenaza de un
conflicto sectario entre sunitas y chiitas en Oriente Medio se alimenta del
radicalismo takfiri, pero también lo trasciende, amenazando a toda
la región con una bárbara guerra interna que con certeza arrasará el conjunto
del mundo islámico.
No debe haber duda, sin embargo,
acerca de sobre quién recae la responsabilidad última del surgimiento de las
tendencias a la barbarie. El levantamiento de las hordas fascistas en Ucrania o
de los bárbaros del mundo islámico no es contra una “civilización occidental”
supuestamente inmaculada. La “civilización occidental” en su forma
capitalista-a la que Marx llamó “la lepra de la civilización”- es la verdadera
causa que engendra las dinámicas de estas barbaries. No solo en el sentido más
inmediato de apoyar, abiertamente o de manera encubierta, estas tendencias
retrógradas. Ese aspecto innegable es solo parte de la historia, como se puede
observar claramente tanto en el claro apoyo que la Unión Europea, los Estados
Unidos y la OTAN dieron a los hechos de Maidan, en el sostenimiento prolongado,
y poco disfrazado, a grupos fascistas como el Sector de Derecha; como en el apoyo
a los grupos sectarios sunitas en Siria, que han convertido lo que comenzó
siendo un levantamiento popular semejante a los de Tunez y Egipto en una guerra
civil a gran escala. Lo fundamental es que el capitalismo, al sembrar desempleo
y miseria, al alentar las llamas de la guerra para conseguir sus fines
despreciables, crea las dinámicas que posibilitan la aparición de estos
movimientos.
Probablemente Al Qaeda nunca habría
nacido si la administración Reagan no hubiera respaldado en la década de los
ochenta a los llamados mujaidines en Afganistán. El ISIS nunca habría podido
lograr el apoyo de la comunidad sunita para establecer su primera base y
comenzar a extender su influencia a otros sectores si George Bush no hubiera
creado el caos que siguió a la guerra y la ocupación de Irak, y no hubiera
marginado totalmente a la minoría sunita. El ISIS no hubiera sido capaz de
llegar a decenas de miles de jóvenes que se han unido a la lucha de su causa
bárbara si no fuera por el desempleo desenfrenado, la miseria y la humillación
diarias que sufren los adolescentes de las ciudades francesas, el interior de
Tunez y otros lugares.
Donald Trump y Marine Le Pen son la
prueba viviente de las tendencias hacia la barbarie presentes en las supuestas
sociedades avanzadas de la “civilización occidental”. El capitalismo en su
período de declinación histórica actúa como el terreno fértil para las
tendencias hacia la barbarie que vemos a nuestro alrededor diariamente.
La fuente de esperanza: la
intensificación de la lucha de clases
Pero la tendencia a la barbarie que el
capitalismo crea no es el único producto de la actual situación mundial. Hay
también una contracorriente muy clara que suscita esperanza en el futuro. Si no
se percibe, se sucumbe al pesimismo generalizado que ha sufrido la izquierda
desde el colapso de la Unión Soviética y los regímenes estalinistas del llamado
“socialismo realmente existente”.
Las grandes depresiones crean
tendencias opuestas. La crisis de los años treinta provocó, por un lado, el
fascismo y el expansionismo japonés; por el otro, la revolución española, los
acontecimientos revolucionarios en Francia antes y durante el período del
“Frente Popular”, la radicalización masiva de los campesinos chinos y el
desarrollo del movimiento obrero norteamericano. Con los intentos desesperados
del capital por liberarse de sus propias contradicciones, sin compromisos entre
las clases contendientes en la medida de lo posible, la sociedad gira
progresivamente hacia las corrientes políticas e ideológicas radicales. De este
modo, aparecen de manera simultánea el fascismo y la barbarie por un lado, y
por otro las tendencias de lucha de clases cercanas a la revolución o que
evolucionan hacia ella cuando las condiciones están maduras.
Las revueltas sociales en todo el
mundo ocuparon el escenario entre los años 2011 y 2013, con las masas luchando
por un mundo diferente. En todo el planeta, los pueblos se alzaron uno tras
otro para luchar por un mundo mejor: desde las revoluciones masivas de Tunez y
Egipto -que dieron impulso a los levantamientos menos ambiciosos de otros
países como Bahrein, Yemen y Siria en los primeros seis meses de los
acontecimientos en este país- al movimiento Occupy Wall Street, modelo de movimientos similares en
decenas de ciudades de Estados Unidos; desde el movimiento de los Indignados en
España, que ocupó las plazas de las principales ciudades durante semanas, y la
ocupación de la plaza Syntagma en Grecia junto a las docenas de huelgas
generales que conmocionan el país, a Tel Aviv, donde se acampó en Rothschild
Boulevard para protestar por los problemas económicos de los israelíes pobres.
En el verano de 2013 llegó el turno de las masas turcas y brasileñas. Y a
finales de junio de ese año, las luchas de masas en tres países a la vez
sacudieron el mundo, cuando treinta millones de egipcios se levantaron contra
la usurpación del poder gubernamental logrado en las elecciones por los
Hermanos Musulmanes.
Las demandas específicas pueden haber
sido diferentes, pero la percepción general fue que se había establecido
fraternidad y camaradería entre los diversos movimientos. Los revolucionarios
egipcios hicieron pedidos de pizzas para llevar a los trabajadores de la
administración local de Wisconsin, mientras los activistas de Occupy Wall
Street evocaban la revolución egipcia en todas sus acciones. Las masas
brasileñas enviaron saludos a través del océano cuando comenzaron sus acciones,
solo diez días después del levantameinto de Gezi en Turquía, levantando la
consigna “El amor ha acabado; a partir de ahora, esto es Turquía“. El caso más
remarcable sucedió en Tel Aviv, donde, después de décadas de hostilidad entre Israel
y los países árabes, ¡los acampados saludaron a los revolucionarios de la plaza
Tahir!
Ese momento revolucionario ha
desaparecido, la primera fase de la nueva corriente revolucionaria ha llegado a
su fin. Es importante la claridad sobre los motivos. Egipto fue el caso
paradigmático de esta fase revolucionaria. Fue en este país más que en
cualquier otro en el que se observó con claridad la ausencia de una dirección
revolucionaria. La clase obrera egipcia fue extraordinariamente combativa tanto
en los años que precedieron a la revolución como durante los dos años de su
desarrollo. El movimiento huelguístico fue decisivo en la caída de Mubarak.
Cerca de un millón y medio de trabajadores se afiliaron a sindicatos
independientes en esos años. Había una dinámica de revolución permanente en
desarrollo. Pero los grupos políticos revolucionarios no intentaron establecer
la independencia de clase y conducir la revolución bajo la hegemonía política
de la clase obrera. La crisis de dirección política es, por tanto, la enseñanza
que debe extraerse de esta primera fase de la revolución.
Sin embargo, el retroceso de la oleada
revolucionaria no implica que las masas no estén contraatacando. Incuso bajo la
dictadura militar de Al Sisi, los trabajadores del sector textil egipcios
consiguieron desarrollar una huelga combativa y victoriosa en octubre de 2015.
Es cierto que desde 2013, la
austeridad, la guerra, el fascismo y el autoritarismo creciente han ganado
protagonismo. Pero la lucha de las masas ha tomado un camino diferente en esta
segunda fase. Si bien la revolución árabe ha caído en lo que consideramos un
momentáneo aplazamiento, la clase obrera europea ha recogido la bandera de la
lucha. Dadas las condiciones históricas generales y el nivel de conciencia, que
no es sino un producto de estas condiciones, el proletariado europeo -y en
particular sus secciones del sur de continente- han girado a una estrategia
electoral para intentar revertir la devastadora política de empobrecimiento que
les impone la llamada Troika, formada por la Comisión
Europea, el Banco Central Europeo y el FMI. (En el caso de Grecia, al menos, se
ha convertido en un cuarteto, en tanto el Mecanismo de Estabilidad Europeo se
ha unido al grupo de los bandidos.)
En un país tras otro, las masas trabajadoras
están girando hacia partidos a la izquierda de la sociademocracia tradicional,
como Syriza en Grecia o Podemos en España, dando de este modo un duro golpe a
los desacreditados sistemas bipartidistas del período anterior. El año 2015 fue
emblemático en este sentido.
Este nuevo giro en el sur de Europa
encuentra su base, por supuesto, en el poderoso movimiento de masas que surgió
en la primera fase de la lucha, cuando, especialmente en el año decisivo de
2011, las masas en Grecia y España aparecieron de forma masiva y con resolución
para protestar contra la oleada de austeridad, desempleo y pobreza que había
atenazado a estas sociedades tras el colapso financiero de 2007-2008. Es
importante ser claro sobre el hecho de que el éxito electoral de partidos
como Syriza y Podemos no es sino una forma específica -nosotros creemos que
efímera- del contenio real, que es el estado de ánimo combativo de las
masas.
Así como el caso de Egipto fue
paradigmático de la primera fase de lucha, el de Grecia lo es de la segunda.
Grecia ha sido el eslabón más débil de la cadena de la Unión Europea, a su vez
el eslabón débil del capitalismo mundial. Ha estado sometida a la disciplina de
la austeridad impuesta por Bruselas con la ayuda del FMI y la connivencia de
las fuerzas políticas más importantes de la burguesía griega. La respuesta de
las masas ha sido ejemplar. Preparadas por el estallido de la revuelta de
diciembre de 2008 contra el asesinato de un joven de quince años por parte de
la policía, las masas griegas aparecieron en escena con innumerables huelgas
durante el período, así como con la acampada permanente a principios del verano
de 2011, al mismo tiempo que el movimiento de los Indignados en España.
Grecia es también el país que ha
revelado con más claridad las contradicciones de la nueva vía elegida por las
masas en su lucha contra las arremetidas del capital. Después de haber hecho un
primer giro a finales de febrero, en el mero intervalo de un mes, a las
demandas de la Troika, el gobierno de Tsipras consultó a las masas en
un referéndum a principios de julio, probablemente con la esperanza de que la
mayoría votaría “sí”, dejando sus manos libres para una capitulación completa.
¡Las masas trabajadoras de Grecia dijeron “no” con un rotundo 62 por ciento del
voto! El hecho de que Tsipras capitulara a la presión de la UE a pesar de ese
robusto respaldo del pueblo griego probó en los hechos lo que siempre habíamos
dicho: la estrategia de respaldar a partidos de izquierda reformista en un
momento en que las reformas son imposibles, cuando la única alternativa a la
miseria y la reacción es arrebatar el poder de las manos de la clase
capitalista, es un callejón sin salida. La línea estratégica de Syriza de un
“compromiso histórico” de clase en el propio país, y, sobre todo,
internacional, estaba condenado a fracasar sin gloria: pedía la paz entre las
clases en condiciones de guerra abierta de clases. Tsipras y su equipo se
dirigieron a Bruselas y Berlín, caminaron sobre un campo de minas en una guerra
declarada, para enfrentarse a enemigos feroces, inflexibles, levantando la
bandera de la paz entre clases, es decir, la bandera blanca de la
rendición.
Pero las masas tendrán que
sobreponerse a este revés, a las limitaciones políticas planteadas por el
reformismo y a la confusión provocada por su traición a través de su propia
experiencia. La tarea de los revolucionarios es desmarcarse claramente de los
errores del movimiento, sin ninguna marca de sectarismo hacia las propias
masas, uniéndose a ellas en todas sus luchas contra el enemigo común, pero
exponiendo al mismo tiempo a los dirigentes traidores por lo que son y
construyendo una alternativa política y organizativa que sea capaz de servir a
las masas como herramienta cuando estén preparadas para tomar el camino revolucionario.
Esto vale para Grecia y para España, así como para todos los países donde las
masas trabajadoras inician la lucha por la supervivencia ante los ataques del
capital.
El año 2016 será decisivo para una
Europa con millones de desempleados y personas empobrecidas, con una economía
estancada, con una crisis bancaria y de deuda insoluble, extremadamente
vulnerable a las nuevas conmociones que llegan del Este y el Oeste, desde
China y Estados Unidos; una Europa que se está fragmentando por estados nacionales,
antagonismos imperialistas y nacionalismos emergentes, entre su norte más
“privilegiado” y los países del sur, entre la Europa occidental y la oriental.
El conjunto del proyecto de la Unión
Europea ha quedado conmocionado y ahora su crisis se exacerba de manera inmensa
por la crisis política producida por las oleadas imparables de migrantes que
llegan desde todos los países que han caído víctimas de las guerras
imperialistas de Europa y Estados Unidos, de la devastación y de las crisis
humanitarias, recorriendo un largo camino desde Siria, Irak, Afganistán o
África.
Los cambios sociales y políticos son
ya evidentes: desestabilización en los Balcanes; Polonia y Europa central y
oriental, bajo regímenes ultranacionalistas de extrema derecha, comienzan a enfrentarse
incluso a sus antiguos amos, Alemania y la Unión Europea; en la frontera
oriental de la UE, Ucrania se ha convertido en un agujero negro, económica,
política y militarmente. Hace solo unos pocos meses, Merkel aparecía como el
dirigente político más poderoso en la UE; ahora, incluso un sector considerable
de su propio partido pide su dimisión por la crisis migratoria.
Desde Grecia a Portugal, desde
Cataluña a Escocia, desde la perspectiva de un Grexit a la posibilidad de un Brexit, Europa ha
entrado en un período de históricas confrontaciones sociales y nacionales, de
grandes transformaciones. Las clases dominantes europeas han fracasado
miserablemente en la unificación del continente. Esta es la tarea de la clase
obrera, a la cabeza de las masas empobrecidas.
Lo que se necesita es una nueva
dirección de las clases obreras de Europa, una dirección organizada
internacionalmente, junto con los partidos revolucionarios de otros
continentes, para luchar por una nueva Europa que acabe con el poder del capital
y sus complejos aparatos de dominio, ambos encarnados en las estructuras de la
UE y en estados-nación; una nueva Europa que los remplace por los Estados
Unidos Socialistas de Europa.
La otra troika: el atolladero
de oriente Medio y el norte de África
La región de Oriente Medio y el norte
de África se ha convertido en el centro neurálgico del cataclismo al que se
dirige el mundo. Siria, un país con una superficie de unos doscientos mil
quilómetros cuadrados y una población de 23 millones antes de la guerra, se ha
convertido en el escenario de una guerra en la que participan ¡más de 65
países! -62, la mayoría europeos y árabes, son parte de la coalición contra el
ISIS formada por Estados Unidos; además, Rusia, Irán y Líbano, a través de
Hezbolah, están presentes sobre el terreno; esto sin contar la unidad política
de señores de la guerra denominada Estado Islámico, dirigida por el
autoproclamado califa Al Baghdadi.
Tres rasgos esenciales han de ser
enunciados claramente para desentrañar lo que a primera vista parece una
situación caótica. En primer lugar, la catástrofe que ha alcanzado a Oriente
Medio está estrechamente relacionada con los resultados de pasadas
intervenciones y agresiones del imperialismo y el sionismo en la región.
Limitándonos al siglo XXI, nada habría sido igual en la región sin la guerra y
ocupación de Afganistán (2001) e Irak (2003), sin la agresión israelí contra
Líbano en 2006 y los bombardeos de Gaza en 2008 y 2014 por parte de Israel, sin
el armamento y la financiación de los grupos sectarios sunitas y takfiri en Siria después de septiembre de
2011. Comprender esto proporciona suficiente base para entender por qué no debe
apoyarse a la coalición imperialista en su lucha contra el ISIS o cualquier
otra fuerza en la región. El conflicto entre Estados Unidos y sus aliados por
una parte, y las fuerzas sectarias takfiri por
la otra es una lucha entre dos maldiciones para los pueblos de Oriente Medio;
las fuerzas de la clase obrera y los oprimidos deben abstenerse de tomar
partido por una u otra y desarrollar su propia línea de lucha contra ambas. El
imperialismo, en particular el norteamericano, nunca ha sido tan débil, tan
inefectivo, en su acción en la zona; carece de cualquier estrategia consistente
y convincente para enfrentarse a los riesgos que entraña.
En segundo lugar, tres poderes
regionales –Arabia Saudita, Catar y Turquía, dirigida por el hombre fuerte
Tayyip Erdogân- están instigando claramente un conflicto entre sunitas y
chiitas que amenaza con convertirse en una guerra a gran escala. Este tipo de
guerra sectaria, una auténtica guerra civil del conjunto del mundo islámico,
solo puede causar muertes en masa y destrucción en toda la región. Las guerras
por delegación de las que el mundo ha sido testigo en Irak especialmente
durante los años 2006-2007, en Bahrein en 2011, en Siria desde finales de 2011,
y en Yemen desde hace aproximadamente un año, ahora han pasado a un segundo
plano en cuanto a su importancia, una vez las principales fuerzas tras el conflicto
sectario, Arabia Saudí e Irán, han comenzado abiertamente a enfrentarse desde
principios de año, tras la ejecución por parte del régimen saudí del jeque
Sheik Nimr Bakr Al-Nimr, el más prominente clérigo chiita en Arabia Saudí, por
haber condenado con rotundidad la política de la monarquía, en especial su
invasión de Bahrein con el objetivo de sofocar la revolución en
2011-2012.
La división sunita-chiita, basada en
un cisma ideológico-político casi tan viejo como el Islam mismo, es en estos
momentos solo la expresión ideológica de un enfrentamiento material de
intereses entre los dos estados rentistas y sus clases dominantes, que viven de
la renta del suelo proporcionada por las reservas de petróleo y gas natural de
sus territorios. El alcance del problema se puede captar con facilidad cuando
se recuerda que la provincia oriental de Qatif, en Arabia Saudí, y Bahrein, son
las mayores fuentes de renta del suelo y que son de mayoría chiita, pero están
dominadas por los sunitas. Cuando en 2011 Bahrein y la población chiita de
Arabia Saudita se unieron a las masas árabes en ebullición, esto se convirtió
en una pesadilla para el régimen saudí, ya entonces el centro principal de la
contrarrevolución en el conjunto del mundo árabe. La autodenominada “Alianza
Islámica contra el Terrorismo” -anunciada recientemente en Rihad por el nuevo
hombre fuerte de Arabia Saudita, Mohamed Bin Selman, hijo del rey y príncipe
heredero de la corona- reunió a 34 países musulmanes, pero excluyó
cuidadosamente a todos los países con algún grado de influencia chiita o
alauita. No es pequeña ironía que sea este país el que se coloque como
dirigente del mundo islámico sunita: un país cuyo distintivo es -además de
acoger los lugares sagrados del Islam- ser uno de los más ricos del mundo
gracias a sus reservas de petróleo, ahora, en esta coyuntura crítica, se
encuentra en una situación de crisis económica profunda como resultado de la
caída del precio del petróleo en el contexto de la crisis mundial.
Como una guerra sectaria en Oriente
Medio estará motivada por el reparto de la inmensa riqueza producida por el
petróleo y el gas natural entre las camarillas gobernantes de estos países, la
división teológica solo sirve para enmascarar estos intereses. Sin embargo, ya
que las masas -a no se ser que se convenzan de la naturaleza real de la guerra-
tomarán partido atendiendo a sus respectivas confesiones religiosas, este será
uno de los más sangrientos registros en los anales de la guerra.
Es crucial comprender el lugar de
Tayyip Erdogan en esta ecuación. Turquía está más avanzada que los demás países
árabes en términos de sus estructuras económicas capitalistas y la formación de
una clase capitalista. La burguesía turca ha estado mostrando tendencias
expansionistas ya desde la década de 1990, cuando el colapso de la Unión
soviética y los otros estados obreros burocráticamente degenerados prometió
abrir nuevos espacios geográficos para el capital crecientemente ambicioso del
país. Aprovechando esta situación, Tayyip Erdogan ha puesto sus ojos en la
posibilidad de convertirse en el Rais, el
líder, de toda la región. Esto es lo que explica su política criminal, así como
la de su partido, instigando la guerra civil en Siria, enfrentando a las
fuerzas sunitas con la minoría alauita. Sin embargo, Turquía tiene su propio
conflicto con Arabia Saudita en relación a Egipto, ya que el primero apoya a
los Hermanos Musulmanes y el segundo al bonaparte Al Sisi, verdugo de la
Hermandad.
No debe darse por supuesto que Estados
Unidos respaldará a Arabia Saudí, durante largo tiempo su mayor aliado en al
región, y a Turquía, país miembro de la OTAN. En efecto, la ejecución de Al
Nimr por el régimen saudí puede ser interpretada parcialmente como un intento
de forzar a Estados Unidos a elegir un bando, ya que el acuerdo nuclear con Irán
firmado en julio del año pasado fue recibido con absoluta hostilidad por el
régimen saudita. En cuanto a Erdogan, tiene sus propias fricciones con Estados
Unidos en el asunto de los kurdos en Siria, a los que Estados Unidos considera
como uno de los aliados más útiles en la zona, mientras que el gobierno del AKP
en Turquía los considera como una amenaza, en tanto la fuerza dirigente en la
comunidad kurda de Siria es pro-PKK.
De este modo, la gran amenaza actual
en la región procede de lo que se puede denominar la otra Troika, compuesta
por la monarquía saudita, Catar y Turquía.
En tercer lugar, hay muchos factores
que, por primera vez desde que comenzó la guerra civil, favorecen una solución
política en la estancada situación de Siria. Rusia se ha dado cuenta de que
cuanto más dure el cenagal, más fuerte será la amenaza de un contagio de
tendencias takfiri entre
la población musulmana del país así como de las zonas fronterizas, y puede muy
bien estar dispuesta a sacrificar a Beshar Al Assad a cambio de lo que se ha
llamado un “estado civil” en Siria, aproximadamente el equivalente de un
“régimen secular” en la terminología política árabe. La Unión Europea ha
afrontado la llegada de alrededor de un millón de refugiados, hecho que
probablemente causará fricciones mayores, dado el crecimiento del racismo en
todo el continente, y está ya preparada para encontrar una solución política
para detener definitivamente esta oleada migratoria. Los Estados Unidos están
ahora, si creemos las palabras de Obama, más preocupados incluso por el ISIS
que por Assad, y pueden acabar por aceptar un régimen Baath renovado si se
desplaza a Assad. La posición de Irán dependerá de quién se imponga en la
política interna, los moderados más prooccidentales, entre los que se incluye un
ala de los conservadores representados por el actual presidente Rouhani, o los
auténticos conservadores, ya bastante hostiles al acuerdo nuclear. Si gana el
primer sector, con el apoyo de quienes están bien situados para aprovechar una
apertura al capitalismo occidental, entonces Irán retirará su inflexible
rechazo a la destitución de Assad.
De hecho, es la troika sunita la que intentará frenar una
solución política en Siria. Han invertido tanto en la caída del régimen sirio
que será una derrota total para los tres países si algo parecido a un régimen
Baath sin Assad permanece en el poder. De este modo, una lucha implacable
contra el régimen saudita y el sistema de poder establecido por Tayyip Erdogan
en Turquía es vital para el futuro de los pueblos de la región. Una guerra
entre sunitas y chiitas en Oriente Medio significará la devastación de la
región y el terreno de preparación para la Tercera Guerra Mundial.
La salvación de los pueblos de Oriente
Medio y el norte de África reside en el renacimiento del espíritu de la
revolución árabe, del levantamiento de Gezi en Turquía, de las protestas de
Rothschild Boulevard en Israel, de la serhildans de
los kurdos, de la intifada de los palestinos, y de un movimiento
revolucionario renovado en Irán. Esto requiere la unidad de las fuerzas de la
clase obrera y el campesinado pobre, de las naciones y creencias oprimidas, de
las mujeres esclavizadas y la juventud desposeída, con el objetivo de crear una
alternativa al belicismo sanguinario de las clases dominantes. Solo la
formación de una Federación Socialista de Oriente Medio y el Norte de África
traerá paz y prosperidad reales a los problemas históricos que afligen a los
pueblos de la región.
¡Por la construcción de
partidos y de una internacional revolucionarios!
No se puede confiar de ninguna manera
en las direcciones tradicionales para resistir las tormentas que sacuden el
viejo continente y el mundo mediterráneo, y parar el rápido crecimiento de las
tendencias de barbarie. Ni los viejos partidos estalinistas, ni los nuevos
partidos supuestamente pluralistas -concebidos como refugio tras la bancarrota
del estalinismo, sin ningún tipo de perspectiva para el futuro-, ni la
socialdemocracia europea, por un lado, ni el nacionalismo pequeñoburgués de
tipo nasserita en el mundo árabe, por el otro, pueden proporcionar respuestas a
las cuestiones candentes de nuestro tiempo. La política de la identidad
postmoderna o la “democracia radical” postmarxista -tendencias populares en una
variedad de partidos de carácter muy diverso, desde Podemos en España al HDP,
predominantemente kurdo, en Turquía-son políticas totalmente equivocadas en un
mundo en el que la lucha de clases y la guerra total tienen cada vez más la
palabra final.
Lo necesario es un partido
revolucionario de la clase obrera en cada país y una organización internacional
que los una para actuar como foco dirigente en las luchas regionales,
continentales e internacionales. Lo que se necesita más que nunca es
proporcionar una dirección a las masas por medio de partidos internacionalistas
educados en las tradiciones del marxismo revolucionario. El éxito de tal
objetivo es la condición necesaria para poner fin a la barbarie mediante la
creación del socialismo internacional, en un país tras otro, en una región tras
otra, en un continente tras otro.