Acuerdo Transpacífico: guerra
comercial y crisis capitalista
Se
acaba de firmar el Acuerdo Transpacífico (conocido como TTP, por su sigla en
inglés) que ha sido proclamado como "el
mayor acuerdo de libre comercio de la historia". En ese pacto
participan doce países (entre ellos dos sudamericanos: Chile y Perú) y representa
el 40% del PBI mundial. Lejos de marcar una nueva era de "libre
comercio" y prosperidad, el TTP es un acuerdo principalmente entre Estados
Unidos y Japón contra China, la gran excluida del tratado.
Obama
habló sin rodeos: "Cuando más del 95
por ciento de nuestros clientes potenciales viven fuera de nuestras fronteras,
no podemos permitir que países como China escriban las reglas de la economía
global. Debemos escribir esas reglas, la apertura de nuevos mercados para los
productos estadounidenses".
Si
bien los detalles del documento TTP permanecen ocultos, su eje central está
dirigido a remover barreras y restricciones reglamentarias de modo de afirmar
la dominación de los mercados de Asia y el Pacífico en favor de las empresas
estadounidenses, especialmente en la banca, finanzas, seguros, comercio
minorista, informática, medios de comunicación, entretenimiento y productos
farmacéuticos. Al asociarse con Vietnam, Japón y Australia, el gobierno
norteamericano ha avanzado en una cabeza de playa en lo comercial en el área de
influencia china. El acuerdo contempla la eliminación de impuestos y aranceles
entre los países miembros, lo cual facilita el acceso, la penetración y el
copamiento de dichas economías por parte del capital norteamericano.
Esto
ya ha despertado resistencias y rechazos en distintos países firmantes del
acuerdo. En Chile, por ejemplo, se ha conformado la Plataforma NO-TTP, que
denuncia que el acuerdo generara mínimos o nulos beneficios comerciales para el
país transandino pero, en cambio, abrirá paso a normas y regulaciones que atentan
contra la soberanía del país. El pacto se negoció en secreto y su contenido
sólo se conoce por filtraciones. De los 30 capítulos que tendría el Acuerdo,
sólo tres han sido conocidos por la opinión pública.
El
flamante pacto regula la competencia entre las empresas privadas y estatales,
con la consecuencia de que las compañías del Estado competirán con las privadas
en condiciones desfavorables; se establece la posibilidad de que las
corporaciones transnacionales puedan llevar a juicio a los gobiernos ante
tribunales internacionales, frente a medidas que ellas consideren amenazantes.
El mecanismo de entrada en vigencia del TTP exige a los países firmantes
renunciar a sus legislaciones internas para responder a mecanismos
estadounidenses de certificación.
La
premisa del libre comercio es, sin embargo, dejada de lado cuando los afectados
por ella son los intereses de las grandes corporaciones. Washington impuso un
nuevo plazo de entre cinco y ocho años en la exclusividad de las fórmulas
empleadas para crear medicamentos para tratar algunas enfermedades. Los grandes
pulpos farmacéuticos, como Roche o Pfizer, lograron imponer regulaciones muy
estrictas cuando estaba en juego la defensa de sus intereses.
Dislocamiento
Esta
ofensiva de Estados Unidos se da en momentos que asistimos a un agravamiento de
la crisis capitalista que estalló en 2008. Estamos frente al derrumbe de China
y esto contribuye a una desaceleración del comercio mundial. Esto ha provocado una
reducción en el comercio mundial no vista desde la Gran Depresión en la década
de 1930. Estas tendencias intensifican los conflictos económicos y militares
entre las grandes potencias.
En
la región del Pacífico, Washington ha trabajado con Tokio para impulsar el
acuerdo, a la vez que fomenta la remilitarización de Japón.
La
Casa Blanca ha estado reforzando sus alianzas diplomáticas y militares en toda
la región de Asia-Pacífico en los últimos cinco años. Este año ya ha visto
movimientos provocativos y amenazas por parte de Estados Unidos para desafiar a
las reivindicaciones territoriales de China en el estratégico Mar de China
meridional.
Escalada
económica y militar
El
acuerdo ha sido el resultado de arduas negociaciones, pero todavía debe ser ratificado
por cada uno de los países que son miembros. Dicho aval está lejos de estar
asegurado, empezando por el propio Estados Unidos. Existe una división en la
burguesía norteamericana. Sectores, como el agrícola vislumbran grandes
oportunidades para las exportaciones norteamericanas. Otros, como Ford y las
restantes automotrices rechazan el acuerdo, frente a la amenaza de una invasión
de la competencia japonesa. Los sindicatos yanquis, de un modo general, se
oponen al pacto, alertando sobre el peligro de una pérdida sensible de puestos
de trabajo. Por lo pronto, Hillary Clinton ha dado un giro y, luego de su apoyo
inicial al tratado, ha manifestado su desacuerdo, con lo cual Obama ni siquiera
cuenta con el apoyo homogéneo del partido demócrata. Un panorama similar se
constata en Australia y Canadá. Los intereses que están en disputa y hay que
armonizar son muy disímiles y hasta contradictorios, no sólo entre las naciones
firmantes sino al interior de ellas. El acuerdo es un enorme rompecabezas, cuyo
armado final todavía está por verse.
Pero,
más allá del desenlace, lo cierto es que la formación de bloques de esta
naturaleza son una expresión inconfundible de la descomposición y dislocamiento
económico que reina en el sistema mundial capitalista, lo que va de la mano de
una exacerbación de las tendencias a una guerra comercial y reforzamiento de
los aprestos y enfrentamientos militares. La formación del TTP está
inextricablemente ligada a los preparativos de Estados Unidos para someter a
China. El fin último de esta movida es transformar a China en una semicolonia,
llevando hasta el final el proceso de restauración capitalista.
El acuerdo de
libre comercio TTP y Mercosur
El
nuevo acuerdo, del que forman parte México, Chile y Perú, constituye un nuevo
golpe al ya maltrecho Mercosur. Para amplias franjas de la burguesía –empezando
por la de Brasil, pero que es extensivo a otros países miembros–, el Mercosur
debe dejar de ser "una unión aduanera" y quedar en libertad de
suscribir tratados de libre comercio con Europa y Estados Unidos.
Con
la constitución del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, empieza a
generarse "un nuevo centro de
gravedad de la actividad comercial hacia el Pacifico". El Mercosur
"está invitado a iniciar conversaciones
con la Alianza del Pacífico, al que pertenecen los tres latinoamericanos
firmantes del TTP" (Ambito, 9/10). Entretanto, algunos países, como
Argentina han estrechado sus vínculos comerciales, económicos y financieros con
China. Mientras se renuevan y se amplían los swaps y líneas de créditos
destinadas a inversiones provenientes del coloso asiático, retrocede el
comercio con el Mercosur y otras regiones del planeta.
Esto
acentúa aun más las tendencias al dislocamiento del Mercosur. Las banderas de
la unidad y la integración latinoamericana, así como la condena del Alca han
quedado en el tacho de basura y se fomentan acuerdos, en que las naciones
latinoamericanas ofician de socios menores de las grandes metrópolis.
Estas
asociaciones no son inocuas. El acceso privilegiado al mercado norteamericano
tiene como moneda de cambio una apertura de la economía de los países
sudamericanos. En el caso del TTP, los firmantes latinoamericanos "deberán adaptar su legislación en el sector
bancario, de servicios, en la tecnología, en el farmacéutico, facilitando el
ingreso de firmas multinacionales". En Chile, "hay mucha resistencia porque el sector
bancario está bastante concentrado. Chile tiene un mercado que está en manos de
muy pocos grupos económicos y eso lo va a forzar a abrir eso" (Clarín,
6/9).
Esto
va estrechamente unido a un ataque a las condiciones laborales. Aunque los
firmantes aseguran que los derechos de los trabajadores serán salvaguardados,
gran parte del acuerdo sigue siendo secreto y la experiencia pasada indica que
estos compromisos de libre comercio fomentan la competencia ruinosa entre los
trabajadores de las naciones involucradas, las tendencias a la baja de los
salarios y a la pérdida de puestos de trabajo y conquistas laborales, a partir
de la desregulación de la legislación protectora del trabajo vigente en cada
país.
Pablo
Heller
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