Grecia: un gobierno de ‘izquierda radical’
Al final, Grecia tendrá nuevas elecciones a mediados de junio. Los intentos de formar una coalición a partir de los resultados del 6 de mayo pasado fracasaron sin atenuantes. La razón de fondo es que Syriza, el frente de izquierda que obtuvo el segundo lugar en esos comicios, no admitió ningún tipo de acuerdo político que no contemplara la anulación del memorando de ajuste firmado por Grecia con la Comisión Europea y el FMI. Ese memorando, que acompañó la refinanciación de la deuda de Grecia, impone unos 150 mil despidos adicionales en la administración pública, recortes mayores en las jubilaciones y en los gastos sociales, y una serie de privatizaciones. Syriza plantea también un condicionamiento del pago de la deuda externa a lo que determine una auditoría internacional sobre su legitimidad, e incluso una nacionalización parcial de los bancos. Un acuerdo de gobierno tampoco era ya posible por una razón netamente política: la tendencia popular desde horas antes de las elecciones pasadas va incontestablemente hacia la izquierda y hacia una votación masiva por Syriza. Aceptar una coalición de gobierno equivalía, para Syriza, atar su destino al cadáver político de los partidos tradicionales. En Grecia se ha creado una situación excepcional. La dispersión aparente de la tendencia política popular, que se manifiesta en esta crisis capitalista, empieza a cobrar homogeneidad con la profundización de esos procesos de crisis política.
Contagio
El nuevo mapa político ha dejado planteado el retiro de Grecia de la zona monetaria del euro y de la Unión Europea. Esto no obedece a la posición de Syriza, que está firmemente a favor de mantener a Grecia dentro de esa alianza imperialista, sino a la de la Comisión Europea, que ha dicho que el rechazo al memorando es incompatible con la continuidad de Grecia en la órbita del euro e incluso en la UE (que incluye a países que no están en la zona monetaria, como Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia, Polonia y otros). La posibilidad de la exclusión de Grecia del euro ha desatado de nuevo el interminable debate sobre las implicancias que tendría para Grecia y para el conjunto de Europa. Los bancos y grandes empresas tienen desde hace tiempo planes contingentes para esa eventualidad. La discusión es ociosa, porque no hace falta que se llegue a ese extremo para ‘contagiar’ a Europa con una ola de bancarrotas; esto lo prueba la situación de España, Italia, Bélgica, Portugal e Irlanda. Los créditos incobrables y los llamados activos tóxicos también se acumulan en Alemania, que aparecen disimulados ante la opinión pública por la fortaleza de la deuda pública del país, que es, sin embargo, la consecuencia de que ocupa un lugar de refugio para los capitales que huyen de otros mercados. Hay, por otra parte, una huida, que todavía no es generalizada, a la deuda pública norteamericana, cuya cotización, en consecuencia, ha alcanzado el cuarto pico más alto de su historia, a pesar de que el déficit fiscal de Estados Unidos no deja de crecer. Los bancos españoles, para dar otro ejemplo, han estado comprando la deuda pública de España, de la que se desprenden los fondos especulativos norteamericanos, para evitar un colapso de las finanzas estatales y de ellos mismos, atiborrados con títulos del Estado español. El ‘defol’ de la deuda de la mayor parte de las comunidades autónomas de España es el pretexto que esgrime el gobierno de Rajoy para intervenirlas. Han abundado las noticias acerca del hundimiento financiero de Bankia, el cuarto en el ranking español, con activos por 400 mil millones de dólares, pero no ha gozado de la misma publicidad la tercera quiebra inminente del banco franco-belga, Dexia, con activos por 1,3 billones de dólares. Dexia duplica los compromisos que, en su momento, llevaron a Lehman Brothers a la quiebra, obligando a la intervención ‘in extremis’ del gobierno norteamericano y de la Reserva Federal. La banca mundial ni siquiera ha empezado a purgar de sus balances los créditos incobrables y los activos invendibles, a pesar del socorro gigantesco que ha recibido de los bancos centrales. Cualquier episodio (sólo queda por saber cuál) podría desatar una hecatombe, sólo queda por saber cuál. Un cálculo del Financial Times (Alphaville, 15/5) estima en 80 mil millones de dólares para Francia, y en 110 mil millones de dólares para Alemania, la pérdida que la salida de Grecia provocaría a las Tesorerías públicas de esos países. Pero si el caso del Crédit Agricole sirve de ejemplo, la anulación del rescate de Grecia pondría fin a la vida del cuarto banco francés.
El escenario y las bambalinas
¿Chau Grecia, entonces? No necesariamente, porque la crisis griega es parte de un juego mayor y un pretexto para hacer valer intereses ajenos a Grecia. El cuadro de conjunto demuestra que la inviabilidad no es de Grecia sino de la zona euro, y que la amenaza vale para todo el mundo. La señora Merkel acaba de perder por goleada en el estado más industrial de Alemania, debido a que el electorado rechazó el ‘ajuste’ en la región más endeudada del país. Francia, por su lado, no tiene espaldas para rescatar a ninguna entidad bancaria del país, si llegara el caso. Lo revela la disputa con Bélgica por el rescate de Dexia. O sea que mientras Syriza reivindica la anulación del memorando, o más precisamente su renegociación, son muchos los intereses que presionan por una modificación de la orientación a Europa por parte de Alemania de cara a la crisis. Cohn Bendit, un diputado europeo que debutara en los 60 como un revolucionario prematuro, acaba de recomendar que Grecia reciba una asistencia social internacional como la que recibió el este de Alemania luego de la caída del muro de Berlín (Le Monde, 11/5) -una suerte de asignación por hijo para griegos. La que levantó la punta del velo en forma más explícita fue la directora del FMI: “Si los compromisos no se cumplen, dijo en referencia a una anulación del memorando, habrá que hacer las revisiones adecuadas y ello significa más tiempo y más financiación (!!!) o un mecanismo de salida que debería ser ordenada” (El País, 16/5). Los líderes de Syriza que, por sobre todo, no quieren romper con la Unión Europea, han encontrado la pareja que estaban buscando. Es que, de un modo más general, la Reserva Federal, y los bancos de Inglaterra, Japón y el Europeo, están reclamando que Alemania acepte integrar un Fondo de Financiamiento, que pueda ser suscripto en el mercado internacional y que supere largamente el billón y medio de dólares. Sería una suerte de bicicleta financiera que se utilizaría para rescatar a los bancos que entren en cesación de pagos, hasta que el propio Fondo caiga bajo el peso de la especulación internacional.
Este encuadre de la situación explica la consistencia del planteo contradictorio de Syriza: rechazar el memorando (‘ajuste’), por un lado, y obtener de las potencias europeas la permanencia en la zona monetaria y en la unión política, por el otro. Ojo que Syriza no plantea la vuelta atrás en el ‘ajuste’ ya consumado -algo que la Comisión Europea tiene perfectamente en claro. Mientras la consistencia se sostenga (algo incierto), el planteo-síntesis de Syriza (que se califica por su oportunismo extremo) es una dinamita electoral. El Frente está gestionando su conversión a partido, porque es una condición para recibir el ‘premio de mayoría’ – cincuenta diputados adicionales para el que arriba primero.
Syriza
Syriza levanta también una consigna poderosa: el llamado a formar “un gobierno de izquierda”, capaz de imponer la derogación del memorando, que, repetimos, compendia el ataque brutal del capital contra los trabajadores. Esta consigna ha encendido la imaginación popular. Políticamente, mete presión sobre el partido comunista, con fuerte raíz histórica e implantación en la clase obrera, cuyo sectarismo ha sido siempre funcional a los intereses del estado nacional griego. La burocracia del PC, como era de esperar, ha rechazado el convite, y por ese motivo será posiblemente castigada en términos de votos en junio (el 6 de mayo obtuvo el 8%). Convoca, además, a una escisión de derecha, la Unión Democrática, que en los cabildeos recientes se manifestó a favor de una coalición con los viejos partidos en desgracia. Aunque incluso podría reunir las condiciones para gobernar solo (hasta recibiría gran parte de los votos que el pasado 6 de mayo fueron para el fascista Amanecer Dorado), Syriza está gestionando un acuerdo con una fuerza menor, Dimar, una escisión del Pasok, con el argumento de que compensaría así el boicot del partido comunista. Dimar, a través de largos años en el gobierno, ha formado una burocracia con intereses definidos y relaciones relevantes con la burguesía helena, incluida la poderosa fracción de los armadores navieros.
Tenemos, de este modo, una situación política altamente contradictoria en Grecia: un giro masivo del electorado hacia la izquierda, que se desarrolla sobre los escombros de los partidos tradicionales; la división e incertidumbre en la burguesía y en el aparato del Estado de Grecia; y un “desensillemos hasta que aclare” de parte de la burguesía internacional, mientras mete presión sobre Syriza. Esto por un lado; por el otro lado, una maniobra de la pequeña burguesía progresista de Grecia, para mantener al país en el campo del imperialismo. Una ficción política en términos de programa -la posibilidad de frenar el ‘ajuste’ sin romper con el imperialismo- podría acabar asumiendo el rol de recurso último del imperialismo contra las masas griegas, apenas ellas se vean empujadas a la lucha por un gobierno de trabajadores. Syriza se ha presentado, algunas veces como la expresión del chavismo y, en otras, como una Unidad Popular chilena (curiosamente, dos ejemplos que ponen a América Latina como un laboratorio mundial de política popular, que permiten también evaluar en concreto los resultados históricos de esas experiencias). Levanta como consigna “Por un gobierno de izquierda”, el cual interpreta -como se ha dicho, como un gobierno independiente de los partidos tradicionales- que busca un compromiso con la Unión Europea -comando ejecutivo del imperialismo.
La situación no podría ser más inestable, por eso se ha especulado con establecer un ‘gobierno técnico’ y postergar sin tiempo las elecciones, lo cual plantearía la necesidad de un apoyo político de las fuerzas armadas. Las provocaciones ocupan un lugar destacado en el escenario griego: el gobierno interino del país acaba de efectuar un pago de 400 millones de euros, o sea el ciento por ciento de la deuda, al puñado de fondos buitres que había rechazado la quita del reciente canje, en perjuicio del 90% de los acreedores que lo había aceptado. ¿Se busca provocar un repudio del reciente rescate?
Política revolucionaria
Este es el cuadro que, según se ha expuesto, debe abordar la izquierda revolucionaria de Grecia, la cual el pasado 6 de mayo apenas llegó, sumadas sus fracciones, al 1,4% de los votos válidos, pero que con un 3% en junio próximo, si va unida, podría ingresar cerca de una decena de representantes al parlamento, dada la radicalización que se desarrolla en el país. El desafío para la izquierda es superar la marginalidad y convertirse en protagonista nacional en una situación prerrevolucionaria. La dificultad que ella enfrenta no es solamente su heterogeneidad. El frente Antarzya integra a diferentes fracciones del trotskismo y a una antigua escisión de izquierda del partido comunista; el EEK es el partido que representa a la CRCI; y existen otros agrupamientos trotskistas y maoístas. Esta izquierda revolucionaria se enfrenta el desafío de elaborar una caracterización adecuada de una situación que es completamente nueva y compleja. En un afán de simplificar, diríamos que enfrenta el peligro de un abordaje oportunista, como sería un apoyo -incluso ‘crítico’- a Syriza, en nombre de “una lucha contra el ajuste”. También del peligro de ser sectario -que caracterizaría a Syriza como expresión de un recambio del viejo sistema político.
La izquierda revolucionaria no debería rechazar la reivindicación de “un gobierno de izquierda”, que no solamente goza de la simpatía popular, sino que es un arma de presión para quebrar la posición reaccionaria del partido comunista. Debe oponerlo a la acepción que le da Syriza y a su programa, definiéndolo en términos anticapitalistas -en primer lugar, como un gobierno de trabajadores que repudia la deuda externa, que revierte todas las medidas de ‘ajuste’ contra los trabajadores; que plantea la confiscación de la banca bajo control obrero; que rompe con la Unión Europea e impulsa la formación de una Federación socialista, incluida Rusia; y que convoca a la formación de comités obreros y de barrios para luchar contra el sabotaje capitalista y para superar la representación formalista del parlamentarismo por la representación directa de las masas activas.
La izquierda revolucionaria, repetimos, debe rechazar como la peste cualquier tipo de oportunismo que la conduciría a una colaboración de clases disfrazada. Debe valerse del programa revolucionario, no para justificar el aislamiento, sino -por sobre todas las cosas- para quebrar la marginalidad y convertirse en protagonista político. Las elecciones próximas son, para este propósito, fundamentales.