Hugo Chávez
Las
autoridades políticas de Venezuela están llamando “a prepararse para lo peor”.
En distintos puntos de ese país se reúnen colectivos sociales para rezar por la
salud de Hugo Chávez. La muerte de Chávez sería un golpe moral para los
millones de venezolanos cuyas vidas cambiaron como consecuencia de la acción
social de Chávez, así como también para los que han vivido la experiencia
bolivariana como una reivindicación simbólica de los oprimidos.
La
desaparición física de Chávez sería un golpe fatal para el liderazgo chavista.
Chávez no sólo ha gozado de una autoridad personal, sino que lo ha distinguido
por sobre todo el ejercicio del poder personal. Salvo una ultra minoría de la
vieja izquierda, como el ex vicepresidente José Vicente Rangel, el grupo dirigente
bolivariano se caracteriza más como una corte que como un equipo de cuadros. El
núcleo duro de la dirección viene del nacionalismo militar, el Movimiento
Revolucionario Bolivariano, no de la izquierda. A la sombra del chavismo se ha
enriquecido la llamada ‘boliburguesía’, insertada en el presupuesto de PDVSA.
El chavismo no puso fin a la condición rentista del capitalismo venezolano,
sólo alteró la ruta de esa renta, la cual antes alimentaba a la banca
internacional y luego fue orientada al asistencialismo social. En ausencia de
una industrialización vigorosa, el asistencialismo se agota por una ausencia de
base económica y de desarrollo social. La modificación del hábitat de las masas
es imposible sin el desarrollo de las fuerzas productivas. La salida de Chávez
coloca al régimen venezolano ante la disyuntiva de convertirse en militar o
co-gobernar parlamentariamente con la oposición. El corresponsal de La Nación
en Caracas ha dado cuenta de conversaciones entre ambos bandos e incluso de una
acentuación de la división entre los opositores, en cuyas filas milita con
fuerza un sector golpista con apoyo de los republicanos norteamericanos. Los
planes de Chávez de vaciar al régimen constitucional vigente –esto mediante una
transferencia de funciones de gobierno de los estados y municipios a las
comunas populares– ya eran ficticios o inviables bajo su liderazgo y no podrían
sobrevivir en su ausencia.
Al
nacionalismo latinoamericano, la desaparición de Chávez lo dejaría sin
referencia; el ‘socialismo del siglo XXI’ operó como un sustituto minusválido
de la Revolución Cubana. Para la totalidad de los gobiernos latinoamericanos de
la nueva hornada, su ausencia será una excelente oportunidad para sacarse la
carga que representaba para ellos el radicalismo del chavismo y su abierto
desplante a la diplomacia norteamericana y occidental en general. ¡Cuántas
veces Kirchner y Lula manifestaron su fastidio por las ‘transgresiones’ del
chavismo! Esto no les impidió hacer negocios excelentes, incluso en el plano de
las camarillas gobernantes respectivas. Un buen trabajo de ocultamiento
mantiene en el olvido la posición ambigua del gobierno Lula en ocasión del
sabotaje petrolero de 2002/3, cuando propuso la mediación de un “grupo de
países amigos” con representación paritaria de los enemigos del chavismo. En la
base de América Latina, el bolivarianismo no hundió raíces y languidece sin
prisa ni pausa. El agotamiento del nacionalismo pequeño burgués, de distintas
características, está agotado desde mucho antes de que ocurriera el drama del
caudillo venezolano. La reorientación de las relaciones entre el bolivarianismo
venezolano y la derecha financiera de Colombia, que se plasma con más fuerza
con el inicio de las conversaciones de paz con las Farc, son una expresión de
la vasta operación internacional emprendida por el gobierno norteamericano para
contener dentro de límites precisos la impronta chavista. Los choques seguirán,
inevitablemente, porque el imperialismo yanqui no ha renunciado a recuperar el
control del oro negro de Venezuela.
Ningún
socialista ha dejado de asociarse al dolor de las masas cuando pierden a sus
grandes caudillos, pero ello no los ha apartado nunca de continuar con la
crítica severa que sirva para apartarlos del callejón sin salida del
nacionalismo, que en las naciones oprimidas aparece como un antimperialismo –casi
siempre verborrágico. Los caudillos nacionalistas se sirven del influjo que
ejercen en las masas, no para abrir una ruta de autoemancipación, sino para
someterlas a la regimentación del Estado, como factor de presión frente algunos
intereses capitalistas foráneos. Una parte de la prensa ha hecho circular la
versión de que estaríamos ante una ‘mise en scène’, para dramatizar las
elecciones regionales que tendrán lugar el próximo domingo.
Cuando
la amenaza de una desaparición física de Chávez está dando lugar a planteos
políticos de toda especie, queremos dejar clara la caracterización de la
persona, el movimiento y la situación concreta que hacemos desde el Partido
Obrero.
Jorge
Altamira