Los yanquis en defol
Hace tiempo que Estados Unidos se encuentra en cesación de pagos (‘default'). La deuda pública federal es de 14 billones de dólares -un ciento por ciento del PBI; el déficit fiscal del ejercicio 2011 supera el 10% de ese producto, en las cercanías de los dos billones de dólares. El cómputo de la deuda pública no incluye a los estados de la federación y a los municipios -muchos de los cuales, entre ellos el estado de California, ha dejado de pagar sus cuentas en dólares para hacerlo en una suerte de moneda local, un certificado denominado IOU.
La ruleta
Estados Unidos ha dejado de pagar su deuda pública hace bastante tiempo, porque solamente la renueva. La causa principal de su crecimiento es la acumulación de intereses que se pagan con la emisión de deuda nueva. La tasa de ese crecimiento de la deuda supera la del PBI -por eso ha pasado del 62 al 100% en el curso de cuatro años. De modo que cuando se dice que Estados Unidos podría incurrir en defol, se oculta que ya lo ha hecho. La potencia capitalista más importante está en cesación de pagos, el valor de su deuda en el mercado no tiene nada que ver con la realidad. La cotización de la deuda pública disimula la desvalorización del dólar, la moneda que se usa como referencia mundial. Si se valuara la deuda norteamericana en términos de francos suizos, ni qué decir en términos de la cotización del oro, quedaría claro que ya ha sufrido una desvalorización suficiente como para ser declarada deuda basura o en default. La deuda pública norteamericana vale, en términos de oro, el 12% (un 88% inferior) con referencia a 2005 (lo que cayó la deuda de Argentina, en 2002, en términos de dólares).
Una disposición legal fija, sin embargo, un techo al endeudamiento en que puede incurrir Estados Unidos, que el Congreso va subiendo cada vez que se llega al tope. Es lo que ocurre ahora con el techo de los 14 billones. Pero Estados Unidos no va a dejar de seguir pagando su deuda impagable ni de renovar la deuda que va venciendo. La Constitución misma le exige honrar la deuda pública, aunque no le prohíbe devaluarla, claro, recurriendo a la desvalorización de la moneda. Al llegar al techo sin obtener una autorización del Congreso para subirlo, el gobierno dejará de pagar gastos sociales y hasta salarios, o suspender y despedir personal, pero seguirá con la ruleta financiera. Esta situación muestra el condicionamiento que impone el capital financiero al conjunto de la economía capitalista, en contraste con lo que ocurría en el siglo XIX, cuando los Estados enfrentaban sus crisis mediante el defol y la ruina de los acreedores.
Entre Boudou y los chinos
La deuda pública norteamericana tiene, sin embargo, algunas características explosivas. La más importante es que el cincuenta por ciento de ella se encuentra en manos extranjeras -bancos centrales y tenedores privados. Una inflación interna puede disminuir (desvalorizar) esa deuda en relación con los precios de otros activos en el interior del país y operar como una transferencia de valor entre los tenedores de diferentes formas de capitales. Los acreedores internacionales (China, Japón, Alemania, Brasil) podrían recurrir a deshacerse de los bonos y títulos públicos en su poder, y desplomar el mercado de capitales norteamericano y el comercio internacional. Como el perjuicio para los acreedores sería enorme, el manejo de la deuda pública sería el disparador de una crisis política mundial.
Otra característica es que el Banco Central norteamericano -siguiendo en esto al maestro Boudou- ha estado comprando la deuda de corto plazo, de modo que tiene hoy en sus arcas el 60% de ella. Esta medida inyectó dólares en los bancos y redujo el monto de deuda en circulación, o sea que redujo la oferta de títulos públicos para sostener su cotización -una expresión de que la deuda es impagable y de que su valuación en el mercado es ficticia. El gobierno de Obama tiene la opción de suspender el pago de esa porción de la deuda, o sea convertirla en circulante para reactivar la economía. Esto, sin embargo, no sólo desataría una reacción interna de los grandes bancos sino, con seguridad, una salida de capitales.
Obama pretende que el Congreso suba el techo del endeudamiento, a cambio de lo cual promete reducir el déficit en seis años. Los republicanos se oponen, con dos planteos: que el aumento del techo cubra un año financiero solamente y que la reducción del déficit sea mayor que la prometida por Obama y con acento en la poda de los gastos sociales. La prensa presenta la crisis de la deuda como un enfrentamiento entre dos variantes del ajuste o como una competencia frente a las elecciones de 2012, o como un resultado de la presión de la derecha en el partido republicano, pero relegan la evidencia de la inviabilidad del presente cuadro financiero de Estados Unidos -o sea de la obligación de hacer lo que ya muchos admiten para Grecia: la declaración de un defol.
Yanquis y helenos
En el estadio actual del desarrollo financiero del capitalismo, el valor de una moneda lo determina la cotización de la deuda pública. La deuda norteamericana es el anteúltimo refugio del capital frente a la crisis; el refugio último, el oro, sería, precisamente por eso, el detonante de un derrumbe mundial, porque privaría a los Estados de los medios para financiarse. El defol de Estados Unidos pone de manifiesto el carácter universal del derrumbe de Grecia.
El capitalismo ha llegado a una concentración tan enorme de los recursos económicos que podría salir de esta crisis con un gasto planificado gigantesco, que elevaría la producción y el movimiento comercial, y con ellos las finanzas públicas. El problema es que esos recursos están concentrados en manos privadas, que operan en función de sus propios intereses, y que el capital financiero ocupa la cúspide de esa concentración económica. Por eso, la salida del gasto impone la nacionalización, la usurpación de la propiedad capitalista por el Estado capitalista. En contra de esta tendencia, la crisis, por esto, ha propiciado el florecimiento de un mercado incendiario: el de los seguros contra default, que apuestan a que se produzca una cesación de pagos de los Estados, como si las compañías que venden esos seguros pudieran cumplir con los compromisos en el caso de un estallido.
Al ingresar al quinto año de la crisis, todos los fundamentos del capitalismo han sido puestos en cuestión.
La ruleta
Estados Unidos ha dejado de pagar su deuda pública hace bastante tiempo, porque solamente la renueva. La causa principal de su crecimiento es la acumulación de intereses que se pagan con la emisión de deuda nueva. La tasa de ese crecimiento de la deuda supera la del PBI -por eso ha pasado del 62 al 100% en el curso de cuatro años. De modo que cuando se dice que Estados Unidos podría incurrir en defol, se oculta que ya lo ha hecho. La potencia capitalista más importante está en cesación de pagos, el valor de su deuda en el mercado no tiene nada que ver con la realidad. La cotización de la deuda pública disimula la desvalorización del dólar, la moneda que se usa como referencia mundial. Si se valuara la deuda norteamericana en términos de francos suizos, ni qué decir en términos de la cotización del oro, quedaría claro que ya ha sufrido una desvalorización suficiente como para ser declarada deuda basura o en default. La deuda pública norteamericana vale, en términos de oro, el 12% (un 88% inferior) con referencia a 2005 (lo que cayó la deuda de Argentina, en 2002, en términos de dólares).
Una disposición legal fija, sin embargo, un techo al endeudamiento en que puede incurrir Estados Unidos, que el Congreso va subiendo cada vez que se llega al tope. Es lo que ocurre ahora con el techo de los 14 billones. Pero Estados Unidos no va a dejar de seguir pagando su deuda impagable ni de renovar la deuda que va venciendo. La Constitución misma le exige honrar la deuda pública, aunque no le prohíbe devaluarla, claro, recurriendo a la desvalorización de la moneda. Al llegar al techo sin obtener una autorización del Congreso para subirlo, el gobierno dejará de pagar gastos sociales y hasta salarios, o suspender y despedir personal, pero seguirá con la ruleta financiera. Esta situación muestra el condicionamiento que impone el capital financiero al conjunto de la economía capitalista, en contraste con lo que ocurría en el siglo XIX, cuando los Estados enfrentaban sus crisis mediante el defol y la ruina de los acreedores.
Entre Boudou y los chinos
La deuda pública norteamericana tiene, sin embargo, algunas características explosivas. La más importante es que el cincuenta por ciento de ella se encuentra en manos extranjeras -bancos centrales y tenedores privados. Una inflación interna puede disminuir (desvalorizar) esa deuda en relación con los precios de otros activos en el interior del país y operar como una transferencia de valor entre los tenedores de diferentes formas de capitales. Los acreedores internacionales (China, Japón, Alemania, Brasil) podrían recurrir a deshacerse de los bonos y títulos públicos en su poder, y desplomar el mercado de capitales norteamericano y el comercio internacional. Como el perjuicio para los acreedores sería enorme, el manejo de la deuda pública sería el disparador de una crisis política mundial.
Otra característica es que el Banco Central norteamericano -siguiendo en esto al maestro Boudou- ha estado comprando la deuda de corto plazo, de modo que tiene hoy en sus arcas el 60% de ella. Esta medida inyectó dólares en los bancos y redujo el monto de deuda en circulación, o sea que redujo la oferta de títulos públicos para sostener su cotización -una expresión de que la deuda es impagable y de que su valuación en el mercado es ficticia. El gobierno de Obama tiene la opción de suspender el pago de esa porción de la deuda, o sea convertirla en circulante para reactivar la economía. Esto, sin embargo, no sólo desataría una reacción interna de los grandes bancos sino, con seguridad, una salida de capitales.
Obama pretende que el Congreso suba el techo del endeudamiento, a cambio de lo cual promete reducir el déficit en seis años. Los republicanos se oponen, con dos planteos: que el aumento del techo cubra un año financiero solamente y que la reducción del déficit sea mayor que la prometida por Obama y con acento en la poda de los gastos sociales. La prensa presenta la crisis de la deuda como un enfrentamiento entre dos variantes del ajuste o como una competencia frente a las elecciones de 2012, o como un resultado de la presión de la derecha en el partido republicano, pero relegan la evidencia de la inviabilidad del presente cuadro financiero de Estados Unidos -o sea de la obligación de hacer lo que ya muchos admiten para Grecia: la declaración de un defol.
Yanquis y helenos
En el estadio actual del desarrollo financiero del capitalismo, el valor de una moneda lo determina la cotización de la deuda pública. La deuda norteamericana es el anteúltimo refugio del capital frente a la crisis; el refugio último, el oro, sería, precisamente por eso, el detonante de un derrumbe mundial, porque privaría a los Estados de los medios para financiarse. El defol de Estados Unidos pone de manifiesto el carácter universal del derrumbe de Grecia.
El capitalismo ha llegado a una concentración tan enorme de los recursos económicos que podría salir de esta crisis con un gasto planificado gigantesco, que elevaría la producción y el movimiento comercial, y con ellos las finanzas públicas. El problema es que esos recursos están concentrados en manos privadas, que operan en función de sus propios intereses, y que el capital financiero ocupa la cúspide de esa concentración económica. Por eso, la salida del gasto impone la nacionalización, la usurpación de la propiedad capitalista por el Estado capitalista. En contra de esta tendencia, la crisis, por esto, ha propiciado el florecimiento de un mercado incendiario: el de los seguros contra default, que apuestan a que se produzca una cesación de pagos de los Estados, como si las compañías que venden esos seguros pudieran cumplir con los compromisos en el caso de un estallido.
Al ingresar al quinto año de la crisis, todos los fundamentos del capitalismo han sido puestos en cuestión.