BOLIVIA: UN (POTENCIAL) TERREMOTO POLÍTICO
La creación del IPT, Instrumento
Político de los Trabajadores.
Las direcciones de la COB (central obrera boliviana) y de la FSTMB
(federación sindical de mineros) convocaron a una conferencia político-sindical
en Cochabamba, a mediados de enero pasado, la que fue realizada con la
presencia de más de 500 activistas. La conferencia lanzó la convocatoria a la creación
del IPT (Instrumento Político de los Trabajadores) en una nueva plenaria
nacional, a ser realizada en el distrito minero de Huanuni el próximo 21 de
febrero. Ya han sido divulgados una declaración de principios, un “programa de
gobierno” y un estatuto orgánico del nuevo partido, elaborados por una Comisión
Política de tres miembros. En Bolivia habrá elecciones generales en 2014.
En los últimos años, diversas luchas obreras y campesinas produjeron una
radicalización política y ruptura creciente de las masas explotadas con el gobierno
del MAS (Evo Morales) y su “capitalismo andino”. Las luchas contra el
“gasolinazo”, contra la construcción de una carretera en los territorios
indígenas del TIPNIS, favoreciendo los intereses brasileños y multinacionales,
la lucha contra el código antiobrero de trabajo, por la nacionalización del complejo
minero de Colquirí, las diversas luchas contra el congelamiento salarial
(público y privado), así como la huelga de los trabajadores de la salud contra
la extensión de la jornada de trabajo, fueron sus episodios más destacados.
Superadas las tentativas de rebeliones derechistas contra el gobierno de
Morales, sobre todo en la media luna cruceña, el gobierno pseudo-indígena del
MAS se evidenció crecientemente en el instrumento del gran capital y los terratenientes
contra las masas explotadas. La constitución del “Estado Plurinacional”,
saludada como revolucionaria por la izquierda del Foro Social Mundial y
asemejadas, realizó concesiones de segundo orden, o simplemente cosméticas, a
los sectores indígenas y comunitarios, al tiempo que consolidó la inviolabilidad
de la propiedad del gran capital y de la oligarquía terrateniente. Simultáneamente,
el gobierno evista realizó una importante cooptación de las direcciones obreras,
populares, indígenas y campesinas, al Estado, subsidios y cargos gubernamental-parlamentarios
mediante.
Esa integración entró en crisis con la lucha de clases. Los escándalos
de corrupción del gobierno de Morales dieron también relieve al inicio de una
importante crisis política. De la combinación de esa crisis “por arriba” con las
luchas obreras y populares, y también con el peso excepcional de la tradición
de independencia política clasista en el país, surgió el terremoto político que
se ha expresado ahora con la propuesta de creación del IPT.
Diversas organizaciones de izquierda revolucionaria han subrayado que la
iniciativa del IPT la ha tomado la burocracia dirigente de la COB (Trujillo) y
la FSTMB (Pérez), que hasta el momento había mantenido una política de apoyo abierto
o velado a Evo Morales. La ruptura con el MAS se debería a que esa burocracia
fue marginada en las componendas políticas del gobierno, cada vez más
derechizado, y también a la presión de las bases de la COB en favor de una
actitud combativa frente al gobierno antiobrero. Dos de las cinco centrales
campesinas, que también apoyaron a Morales en los últimos años, proclamaron ahora
la ruptura con su gobierno. La verdad es que el IPT, con ese nombre y sigla inclusive,
ya estaba en la agenda política de la COB desde antes de las insurrecciones de febrero
y octubre de 2003, que dieron inicio a la demolición del ciclo de gobiernos
“neoliberales” (Sánchez de Losada, Mesa Gisbert) y de sus políticas
privatizantes, entreguistas y represivas, cuando la dirección de la COB fue
capturada por el “Bloque Sindical Antineoliberal” (con Jaime Solares como secretario
general de la central).
Frente a la emergencia electoral del MAS, esa heterogénea izquierda
político-sindical fue incapaz de plantear una alternativa política obrera independiente,
disgregándose después entre corrientes integracionistas,
economicistas-sindicalistas y sectarias. El planteo actual de que Morales
habría “traicionado la agenda de 2003” (identificada con la nacionalización
integral de todos los recursos nacionales y la mejora de la condición de vida
de los explotados), que parte de la falsa base de que Morales se habría
comprometido programáticamente con ella, planteada como base política para el lanzamiento
del IPT, revela que éste no parte de un sólido balance de la pérdida de
independencia de clase de las organizaciones obreras frente al limitado
nacionalismo evista en los últimos años. El documento-programa del IPT endilga,
paradójicamente, una política colaboracionista a la dirección cobista y a la izquierda
en la revolución de 1952 (que tuvo una política mucho más nacionalista que la
de Evo, y que para anular la independencia de la COB tuvo que integrarla directamente
al “cogobierno” del país), o sea, apunta acusadoramente con el índice al colaboracionismo clasista de
hace seis décadas, para omitir el colaboracionismo mucho más grave del último
lustro.
La “declaración de principios” del IPT no parte de una caracterización de
la actual crisis capitalista mundial, a la que se refiere pasajera y superficialmente,
diluyéndola dentro de un “desastre medioambiental” (un proceso de décadas o, si
creemos a Marx y Engels, de los últimos siglos), que no caracteriza específicamente
a la actual fase de la crisis del capital, desastre del que serían responsables
las “transnacionales capitalistas”. Con el adorno de una referencia constante
al “socialismo” y al “anticapitalismo” se desliza así un planteo de naturaleza
nacionalista, reafirmado en el punto 9 del documento, que plantea el “rechazo
rotundo (sic) a la injerencia extranjera transnacional, a través de sus
empresas” (demonizadas no por ser capitalistas, sino por ser extranjeras). El
propio capitalismo es caracterizado, con resonancias claramente católicas e “indigenistas”,
como teniendo por base la “actitud de carácter individualista... la realización
personal egoísta” (lo que puede ser atribuido a cualquier persona en cualquier
circunstancia social), no la extracción de plusvalía por el capital mediante la
explotación del trabajo asalariado, y la subordinación a ella de todas las
formas de opresión social.
El proto-IPT se propone construir “un mundo nuevo y mejor (para)
corregir el desequilibrio de la realidad material existente”, y otras formulaciones
semejantes, un planteo “redistributivista” opuesto a la lucha contra la explotación
capitalista y por la propiedad socialista. Proclama la lucha por la “justicia
social” a través de un “Estado gobernado por las mayorías” – todo en nombre,
claro, de la “democracia” y la “lucha de clases”, ésta última una concesión retórica
a la presencia de un marxista en la Comisión Política redactora (que un
“trotskista” se encuentre entre los tres redactores del documento revela solo
que la degeneración teórica se extiende a todo el arco ideológico de izquierda).
El programa propuesto para el IPT contiene reivindicaciones radicales (no pago
de la deuda externa, control del comercio exterior, nacionalización integral de
los recursos naturales) pero no es un programa de transición, un sistema de
reivindicaciones transitorias orientadas hacia la cuestión del poder (gobierno obrero
y campesino). Se autodefine como un “programa mínimo”. En los marcos burgueses,
el “radicalismo” de reivindicaciones aisladas es siempre materia de
negociación. A la cuestión agraria, expropiación del latifundio, históricamente
clave en Bolivia, le es dedicada apenas una línea.
Como ya es un clásico en este tipo de entuertos, del que la trayectoria del
PT brasileño dio la muestra acabada, los principios elaborados entre cuatro
paredes por la mini comisión política son acompañados por una demagogia “por
las bases” de la peor especie: “el programa no tiene que ser elaborado en un
gabinete o laboratorio, tiene que ser consecuencia de un trabajo de campo,
consciente y científico, recogido desde las bases-masas-pueblos o
nacionalidades, ciudad y campo. Solo después tiene que ser sistematizado
técnica y ecdémicamente (sic)”. Esta formulación intelectualoide busca, en lo inmediato,
evitar la confrontación clara y democrática de programas divergentes y eventualmente
opuestos, que son el producto de la experiencia de la lucha de clases en Bolivia,
América Latina y el mundo, y sobre todo preservar el poder burocrático-“científico”
de la reducida corte de “sistematizadores” autoproclamados, en nombre de las
“bases”. En otras condiciones políticas, el PT llevó este arte del burocratismo
basado en la demagogia de las “bases” hasta las últimas consecuencias. Es desde
ya notable que el escueto “programa mínimo”, que ocupa apenas una página, sea acompañado
por un “estatuto orgánico” ultra detallado de... diez páginas, que no
analizaremos en detalle.
Jaime Solares, que ahora tiene un cargo de segunda línea en la dirección
de la COB, ha criticado a la dirección (de la COB y del proceso pro IPT) pero
sin proponer una política y programa alternativos, solo radicalizando la
demagogia de las “bases”. El POR (Partido Obrero Revolucionario), que mantiene fuerza
en el magisterio y es el depositario esclerosado de una parte de la tradición
revolucionaria boliviana, ha repetido frente al IPT su política crónicamente sectaria
y abstencionista, declarando que no es preciso un nuevo partido porque ya
existe el POR, y denunciando todo lo que se encuentra fuera de él (o sea, casi
todo) como contrarrevolucionario.
La AMR (organización que se reclama simpatizante o próxima de la CRCI)
participa del proceso del IPT criticando su programa, y defendiendo una
definición estratégica contra el Estado burgués, por la independencia de clase
y el gobierno obrero y campesino (dictadura del proletariado); criticando
también el oportunismo pseudo-izquierdista de Solares. Denuncia también la
(anti)política del POR como una alianza objetiva con Evo Morales. Ha llamado a
formar un bloque obrero independiente en el IPT (“revolucionario,
anti-imperialista, democrático y de masas”) buscando agrupar a sectores obreros
clasistas de trayectoria conocida (sindicatos fabriles de La Paz, en primer
lugar) y a diversas organizaciones de izquierda. Plantea la necesidad de que el
IPT presente su propia alternativa electoral ya en 2014, contra los que quieren
hacer del IPT una simple amenaza política para presionar al gobierno.
El inicio de una ruptura de la burocracia sindical con el gobierno de
Morales ha suscitado un gran interés político en la vanguardia obrera y juvenil
boliviana, frente al que los revolucionarios no pueden permanecer ajenos o en actitud
abstencionista. La referencia al PT brasileño, constante en el sector
oportunista actualmente hegemónico, es una ilusión, pues éste contó con más de
dos décadas de desarrollo, en otras condiciones políticas e internacionales,
hasta transformarse en alternativa electoral viable para el gran capital y el
imperialismo. Actualmente su gobierno sostiene totalmente a Morales y su
política, con la que solo tuvo roces (fuertes) cuando éste “rozó” los intereses
de la Petrobrás y del capital brasileño en el Altiplano. Bolivia no es Brasil,
2013 no es 1980. Las contradicciones que en el PT tuvieron un cuarto de siglo
para expresarse y resolverse (en favor de la dirección burguesa) se plantean en
Bolivia con una urgencia que pone la alternativa entre un desarrollo clasista y
revolucionario o una completa frustración política en el orden inmediato del día.
La política revolucionaria debe estructurarse de acuerdo con esta perspectiva.
Osvaldo Coggiola
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