Opción Obrera es la sección venezolana de la CRCI (Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional)

Propulsamos el desarrollo de una política proletaria al seno de los trabajadores tras su independencia de clase y una organización de lucha para su liberación de la explotación e instaurar El Gobierno de los Trabajadores, primer paso hacia el socialismo.

Ante la bancarrota capitalista mundial nuestra propuesta es que:


¡¡LOS CAPITALISTAS DEBEN PAGAR LA CRISIS!
¡LOS TRABAJADORES DEBEN TOMAR EL PODER!



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domingo, 27 de noviembre de 2016

La muerte de Fidel Castro y la encrucijada cubana


La muerte de Fidel Castro y la encrucijada cubana

Ha muerto el líder del acontecimiento político más importante del siglo XX latinoamericano: la Revolución Cubana, por la cual toda una generación de jóvenes siguió las banderas del socialismo. El fallecimiento de Fidel Castro se produce en un momento crucial de la revolución en Cuba y en América Latina

Cuando fue juzgado después del asalto al cuartel Moncada en 1953, Fidel Castro transformó ese estrado judicial en una tribuna política para producir su famoso alegato: “La historia me absolverá”, todo un programa político que tenía su eje en la convocatoria a elecciones libres y en la vigencia de la Constitución demo-burguesa de 1940, que abrió el periodo de los gobiernos llamados “legítimos” (Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás) hasta el golpe de Fulgencio Batista en marzo de 1952.

Consumada la revolución el 1° de enero de 1959, la jefatura guerrillera en el poder intentó ejecutar aquel programa: estableció un acuerdo con partidos burgueses opositores a la dictadura de Batista y nombró presidente a Manuel Urrutia, representante de aquella coalición. El 8 de enero una maniobra política quiso imponer en el gobierno a una junta militar, pero Castro y su Movimiento 26 de julio convocaron a la huelga general para derrotarla.

Más tarde, cuando Urrutia expulsó a Fidel del mando militar, una movilización obrera y campesina lo repuso en el cargo y el presidente debió renunciar. Se quebró la coalición con la burguesía y se decretó la expropiación de los emporios azucareros, muchos en manos de pulpos norteamericanos. Esto es: cuando los objetivos democrático burgueses que perseguía el movimiento revolucionario se demostraron de cumplimiento imposible si no se les quitaba a la burguesía y a los latifundistas su poder económico y político, la dirección cubana tuvo el mérito histórico de avanzar audazmente por ese camino, el de barrer a todo el antiguo poder estatal. En enero de 1961, después de que Castro personalmente comandara las milicias que rechazaron la invasión de exiliados (financiados, entrenados y armados por la CIA) en Bahía de los Cochinos, el gobierno cubano proclamó públicamente el carácter “socialista” de la revolución.

Así, los aliados democráticos del M26 se van del gobierno o son expulsados, terminan en el exilio. La revolución entra en crisis con sus postulados originales y, mientras echa del gobierno a los partidos burgueses y expropia a los latifundistas, prohíbe elecciones libres en los sindicatos e impide cualquier desarrollo independiente de las organizaciones obreras y del proletariado mismo. El poder exclusivo del M26 deriva en el poder personal de Castro y se instaura así un bonapartismo sui generis. Poco después, los reveses económicos (el fracaso de campañas agrícolas y sobre todo la derrota de las tendencias industrializadoras, impulsadas por el Che Guevara y el ala izquierda del M26) empujarían a Castro a refugiarse en la burocracia contrarrevolucionaria del Kremlin; es más: el Partido Comunista, que se había opuesto a la revolución porque se contradecía con el equilibrio político acordado por Moscú con las potencias imperialistas, pasó a formar parte decisiva del gobierno y el Movimiento 26 de Julio tomó el nombre del partido estalinista.

Desde entonces, y particularmente a partir del fracaso de la experiencia foquista de Guevara, Castro se empeñaría en evitar que otros siguieran el camino cubano. Respaldó la “vía pacífica” al socialismo propugnada por Salvador Allende en Chile (1970-1973) y luego, producida la revolución nicaragüense en 1979, señaló con énfasis que Nicaragua no tenía por qué hacer como él mismo había hecho en Cuba, de modo que el sandinismo no expropió a burgueses ni a terratenientes y reconstituyó el ejército regular destruido por la revolución.

En sus últimos años de gobierno efectivo, Castro respaldó a gobiernos nacionalistas como los de Hugo Chávez y Evo Morales, e incluso al de los Kirchner. Una manera de desandar el camino de Cuba en 1959-61.

La encrucijada

Fidel Castro acompañó los acuerdos del gobierno cubano con Barack Obama, si bien en algún momento dejó caer alguna observación crítica (“no necesitamos que el imperio nos regale nada”), acuerdos que ahora entran en nueva crisis por la victoria de Donald Trump. Debe subrayarse, en ese punto, que Obama no levantó el bloqueo; apenas lo moderó, y con cuentagotas.

Este proceso se desenvuelve, además, cuando la bancarrota capitalista empeora en extremo las condiciones económicas de Cuba. Una reconversión capitalista en la isla revolucionaria produciría una situación explosiva por el grado de miseria que acarrearía. Por otra parte, la economía cubana está deteriorada gravemente en sus centros neurálgicos: la producción azucarera, por citar un caso, se ha derrumbado de 8 millones de toneladas en la década de 1990 a poco más de 1 millón en la actualidad. La entrega de tierras en propiedad a campesinos y cooperativas encuentra también obstáculos severos en el atraso agrario del país.

En términos políticos, la autoridad de Fidel, perdida en la práctica desde que su salud lo obligó a retirarse del gobierno, se pierde ahora hasta en su sentido simbólico. La crisis del Estado cubano deberá necesariamente apurar la transición política, que finalmente se decidirá en el terreno de la lucha de clases dentro del país y, sobre todo, en el plano internacional.

En definitiva, el de Cuba es un proceso abierto. Junto a las tendencias restauradoras se desenvuelve otra, opuesta al régimen burocrático y favorable a la democracia obrera, a la defensa de las conquistas de la revolución, a la libertad de organización con ese fin. Las masas cubanas son conscientes de que se aproxima el momento del desenlace: Fidel ha muerto y Raúl está también ante el límite intraspasable de la naturaleza. La crisis mundial pone a los trabajadores cubanos ante ajustes similares a los que sufren sus compañeros de todo el mundo. La revolución latinoamericana bien puede recomenzar por la gloriosa Cuba.

Por último, se debe subrayar lo obvio: es un momento de congoja. Los revolucionarios nunca han sido indiferentes al dolor de un pueblo ante la pérdida de sus grandes líderes, y más aún cuando se trata del jefe de una revolución que cambió la historia latinoamericana.

Alejandro Guerrero


jueves, 8 de octubre de 2015

El apretón de manos de Santos y las FARC


El apretón de manos de Santos y las FARC

Con el apretón de manos entre Raúl Castro, el presidente Juan Manuel Santos y 'Timochenko' en La Habana, el proceso de paz entre el gobierno colombiano y las FARC ingresó para muchos en una fase "irreversible". Este optimismo está fundado en la gran cantidad de adhesiones cosechadas por los últimos acuerdos: el Vaticano, el Departamento de Estado, la Unión Europea, el castrismo, y el gobierno venezolano (que copatrocina los diálogos). Sólo el partido de Alvaro Uribe expresó su rechazo.

En el contexto de la última gira papal por Cuba y Estados Unidos, se acordó en La Habana la creación de una Jurisdicción Especial para la Paz que contempla penas reducidas para los involucrados en el conflicto. El contenido del acuerdo, sin embargo, ha desatado una fuerte controversia pública entre ambas delegaciones. Hay muchos puntos de esta justicia transicional que no están claros, por ejemplo cómo se designarán los jueces y si dicho tribunal podrá juzgar a ex presidentes (Uribe). Muchos analistas discuten también la pertinencia de amnistías o reducción de penas para la guerrilla, omitiendo la impunidad de la burguesía y de los paramilitares y el ejército, o sea del aparato estatal, en el desplazamiento de millones de personas y en la expropiación de tierras campesinas y crímenes durante el conflicto.

Las FARC deben desarmarse dos meses después de sellado el acuerdo definitivo. La integración de la guerrilla al orden 'democrático' se ha transformado en un objetivo estratégico, como lo resume el punto 10 del reciente acuerdo: "La transformación de las FARC en un movimiento político legal es un objetivo compartido, que contará con todo el apoyo del gobierno en los términos que se acuerden" (El Tiempo, 26/9). En función de este objetivo, los acuerdos previos sobre participación política habían comprometido ya una serie de garantías y circunscripciones territoriales especiales con acceso a la Cámara de Representantes.

Conflicto en el "posconflicto"

Mientras con una mano Santos negocia el acuerdo, con la otra refuerza el aparato militar con apoyo de los Estados Unidos y la Otan. El objetivo son "las amenazas a la seguridad que pasarán a primer plano tras el desarme de las Farc, principalmente los guerrilleros que no se desmovilicen" (Clarín, 26/9). La experiencia de otros procesos de desmovilización demuestra que el desarme puede dilatarse por años, como en el caso de El Salvador. Al mismo tiempo, todavía no se han iniciado las negociaciones con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). En cualquier caso, el aparato represivo del Plan Colombia permanecerá intacto y uno de sus máximos exponentes seguirá siendo el presidente de la República.

Motores

El avance del proceso de paz ha tenido por motores el alineamiento de una constelación de intereses agrarios, petroleros y mineros, que vislumbraron a partir del acuerdo un desarrollo de importantes negocios en el campo, de un lado, y la apertura cubana, del otro. El enviado estadounidense a las conversaciones de paz, Bernard Aronson, lo postula como un imán para las inversiones, y la directora del FMI, Christine Lagarde, como "las bases (...) para mejorar el clima de negocios" (La Nación, 4/10).

Pero dado que el ciclo de alza de los commodities ha finalizado, podríamos asistir a una 'paz tardía'. El retroceso en sus filas combatientes empujó también a las FARC a sentarse a la mesa de negociaciones, pese a sufrir durante buena parte del proceso la continuidad de los bombardeos y emboscadas del ejército.

Asistimos al final de una lucha armada no revolucionaria, que reemplazó la acción histórica independiente del proletariado por el foquismo y adoptó (desde su programa agrario de 1964) una política de convocatoria a la burguesía nacional que actualmente se expresa en su reivindicación del chavismo. La revolución social exige una fuerza política pegada a la clase obrera y una delimitación implacable del nacionalismo burgués.

Gustavo Montenegro