Opción Obrera es la sección venezolana de la CRCI (Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional)

Propulsamos el desarrollo de una política proletaria al seno de los trabajadores tras su independencia de clase y una organización de lucha para su liberación de la explotación e instaurar El Gobierno de los Trabajadores, primer paso hacia el socialismo.

Ante la bancarrota capitalista mundial nuestra propuesta es que:


¡¡LOS CAPITALISTAS DEBEN PAGAR LA CRISIS!
¡LOS TRABAJADORES DEBEN TOMAR EL PODER!



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jueves, 15 de octubre de 2015

Adónde va el Medio Oriente


Adónde va el Medio Oriente

La crisis desatada en Europa por la ola de refugiados de Medio Oriente y el norte de África elevó la crisis en esta región a un nuevo estadio internacional. El régimen migratorio de la Unión Europea fue sacudido de cabo a rabo, cuando aún se hacían sentir los peligros para la zona euro planteados por la bancarrota de Grecia. Alemania se vio sometida de inmediato a una crisis política, por ejemplo con la resistencia a la recepción de refugiados por parte del estado de Baviera. Significativamente, en el gabinete de Merkel empezaron a circular iniciativas para confiscar las propiedades sin alquilar en su territorio para paliar la escasez de espacios habitacionales para acoger a los refugiados. Ni más ni menos. La crisis humanitaria de los refugiados había sacudido a la opinión pública de todos los continentes.

Es precisamente en estas circunstancias, o sea cuando la crisis de la periferia invade a las metrópolis que la desataron, que Rusia decide intervenir militarmente en Siria. La situación creada en Europa era una prueba irrefutable del fracaso de los planes políticos de los estados imperialistas para ‘pacificar’ a Siria como a Irak y convertirlas o consolidarlas como estados títeres. Putin justificó la intervención rusa como el recurso necesario para que la desintegración de esos países no se transforme en una crisis directamente mundial, e incluso que la huida de refugiados la afecte a ella en un plazo relativamente corto. En contraste con la política occidental, Putin planteó de inmediato el envío de tropas sobre el terreno –incluso de la guardia revolucionaria de Irán. Irán, Irak y Rusia anunciaron un acuerdo de intercambio de informaciones; la dictadura militar de Egipto saludó la intervención militar de Rusia.

El objetivo invocado para la intervención fue el combate al Estado Islámico, pero enseguida quedó claro que era planteado a partir del sostenimiento al gobierno de Al Assad. El propósito estratégico de Putin es defender su única base en el Mediterráneo, más necesaria que nunca ante la precaria situación internacional de su ocupación de Crimea –que comunica a Rusia con el Mediterráneo a través del Mar Negro. Más allá de esto, para Putin no existe ninguna fuerza con capacidad para enfrentar al EI fuera del ejército de Siria y de las guardias de Irán y de Hizbollah. Si faltaba alguna prueba para esto, Obama anunció el cese del entrenamiento de sectores opositores a Al Assad pocos días después, alegando un fracaso rotundo en los resultados. Putin contó para su operación con el guiño de hecho del propio Obama, que pasó a admitir la continuidad de Al Assad para organizar una transición política en Siria. Putin no hubiera podido enviar tropas a Siria sin el consentimiento de EEUU y del estado sionista. Esto quedó de manifiesto, adicionalmente, cuando Netanhyau viajó a Moscú. Dentro de la UE, Rusia tuvo el respaldo inequívoco de Alemania. Quienes han visto en estos hechos un retorno a la ‘guerra fría’ tienen el reloj atrasado; asistimos a un acuerdo político de grandes potencias, incluso si en un futuro inmediato desatan nuevas crisis internacionales e incluso más violentas. Luego de la disolución del ejército de Saddam Hussein, en Irak, hace mucho que los analistas militares norteamericanos han llegado a la conclusión que en cualquier cambio de régimen que promueva Estados Unidos sería necesario preservar a las fuerzas armadas del viejo régimen. Cuando se habla de una transición negociada en Siria, se tiene en cuenta la necesidad de conservar a las fuerzas armadas de Al Assad. En la reunión que tuvieron en los márgenes de la asamblea reciente de la ONU, Obama y Putin coincidieron en la finalidad de asegurar la “unidad de Siria”.

La intervención rusa representa con toda claridad un golpe para el régimen de Turquía, pues entierra la pretensión de éste de crear una base al interior de Siria bajo su tutela para proceder a la liquidación de Al Assad y convertir a Siria en un satélite. El turco Erdogan buscaba de este modo acabar con el gobierno kurdo en el norte de Siria –frontera con Turquía–, que había sido el único en resistir en forma victoriosa al EI, con la ayuda del PKK –el partido kurdo en Turquía e Irak. También está acusada de complicidad con el EI. ¿Cómo pretenden Obama y sus secuaces acabar con el EI sin quebrar al principal régimen político de la región que avala sus acciones militares y sus masacres? Turquía se ha convertido ahora en un epicentro de la crisis, luego de haber sido su promotora, incluido su apoyo al EI, del cual esperaba que pusiera fin al régimen de Al Assad. La necesidad militar había llevado a Obama a apoyar a los kurdos contra el EI y a chocar también con el gobierno de Turquía, al cual el curso que han tomado los acontecimientos podría llevar a un colapso. Luego del aplastamiento de la primavera árabe, el territorio del viejo imperio otomano podría conocer en poco tiempo una nueva crisis revolucionaria. Los atentados criminales reiterados contra la izquierda y la población kurda en Turquía son una confección hecha y derecha de Erdogan, incluso si usa para ello al EI.

Rusia repite, contra el EI, la táctica de la Alemania contra la URSS en la segunda guerra: ataca a los opositores de Al Assad que ocupan el noroeste de Siria, como Hitler atacó primero a Gran Bretaña y Francia –para cuidar sus espaldas. Ese sector opositor está representada principalmente por una fracción de Al Queda –con vasos comunicantes con EI. El gobierno kurdo de esa región ha declarado su apoyo a Rusia y reclama una autonomía en una Siria unida. Obama y compañía conocen estos planes de antemano y reconocen su consistencia militar. Esta unidad de circunstancia entre EEUU y Rusia y entre Obama y Putin, de ningún modo ponen fin o siquiera limitan las contradicciones explosivas entre uno y otro. Es la misma unidad que los juntó para imponer a Irán el acuerdo de control de su programa nuclear por parte de EEUU. Es la unidad de conveniencia que está tejiendo Arabia Saudita con Rusia, a partir del fracaso de la coalición militar de los estados del Golfo Pérsico y Estados Unidos para doblegar la rebelión en Yemen. Asistimos a un acuerdo limitado y circunstancial entre Obama y Putin, del cual cada uno quiere sacar ventajas en su confrontación de orden general. En el marco de la bancarrota mundial del capitalismo, la estrategia del imperialismo es doblegar las resistencias que bloquean su dominación completa del ex espacio soviético y de China.

Las mismas razones que empantanaron a EEUU en Afganistán e Irak deberán empantanar a Putin en Siria, como ya empantanaron a la ex URSS en Afganistán. Rusia, por otra parte, no tiene los recursos económicos ni políticos para capitalizar una victoria en Siria, que siempre será transitoria. Afectada por una fuerte recesión y una quiebra bancaria, los gastos de la acción militar en Siria comprometerán más su situación económica. La conclusión es que así como contó con la venia del viejo imperialismo para intervenir en la guerra en Siria, acabará arreglando una salida con EEUU y la UE, si es que logra consumar el trabajo sucio de pelear con tropas propias contra las milicias contrarias a Al Assad.

Como se ha dicho más arriba, el epicentro de la crisis se ha desplazado a Turquía, cuyo régimen ha fracasado en todos sus objetivos de convertirse en potencia regional. Asimismo, la ferocidad de la crisis humanitaria y social vuelve a colocar en el primer plano la cuestión del sionismo y la opresión de Palestina, cuando el protagonismo gana a la población que habita dentro de las fronteras de Israel. Es necesario despertar a los trabajadores de todo el mundo a la necesidad de una acción internacional contra el imperialismo y por la autodeterminación de las naciones y la revolución socialista.

Jorge Altamira
10/10/2015



jueves, 25 de julio de 2013

Egipto, nuevos y viejos frentes de tormenta


Egipto, nuevos y viejos frentes de tormenta

El gobierno militar ha terminado de integrar su gabinete. Se hará cargo de la cartera de Finanzas Ahmed Galal, un economista de la Universidad de Boston que trabajó durante dos décadas como investigador en el Banco Mundial. Como ministro de Exteriores fue nombrado Nabil Fahmi, quien fuera embajador en Washington durante nueve años bajo el gobierno de Mubarak. Son hombres de confianza del gran capital, quienes tienen fluidos vasos comunicantes con el imperialismo. Asistimos, bajo la tutela de los militares, a una convergencia entre la oposición burguesa liberal y los viejos residuos del gobierno de Mubarak. “En Egipto, el Estado profundo levanta cabeza nuevamente” (The Wall Street Journal, 12/7). Bajo esta denominación, se engloba a la masa de ex funcionarios, burócratas, políticos, militares y empresarios que manejaron los asuntos de estado bajo el régimen depuesto en 2011. “Los militares eligieron presidente a un juez de la era Mubarak. Otro de estos jueces ha sido designado para encabezar los esfuerzos para elaborar una nueva Constitución” (ídem). Un digitado consejo de notables estaría a cargo de redactarla, para ser sometida luego a un referéndum. El “consejo” de reformistas está copado por juristas y personajes ligados al viejo régimen, lo cual aumenta las sospechas de que los militares estén pensando en prolongar su permanencia en el poder. Por lo pronto, Al Sisi, jefe de la cúpula militar que asestó el golpe, mantiene la cartera de Defensa y ocupa también el puesto de viceprimer ministro. Por otra parte, se le acaban de otorgar superpoderes al nuevo presidente. Son las mismas facultades extraordinarias que se le negaron a Morsi –cuyo pedido desató una revuelta popular a finales del año pasado. El nuevo presidente tiene el poder de dictar leyes y decretar el estado de emergencia. Esta decisión ha merecido el rechazo de la oposición laica que apoya al gobierno y de las organizaciones populares. Entre ellas se encuentra Tamerod, el grupo juvenil que organizó la campaña de firmas que se convirtió en un plebiscito masivo contra el gobierno islamista.

Primeras fracturas

Estas primeras grietas se producen cuando todavía el gobierno no comenzó a lidiar con el frente económico. Las estimaciones reales de desempleo rondan el 40 por ciento, en lugar del 13 por ciento que indican las estadísticas oficiales.

En medio de esta olla a presión, el nuevo ministro de Hacienda tendrá que negociar un préstamo de 3.650 millones de euros al FMI, el cual está condicionado a la aplicación de un plan de austeridad. La principal medida que exigen los organismos financieros es la supresión de los subsidios a los combustibles y alimentos –de los cuales una parte sustancial se importa de otros países. Ello representaría un golpe fenomenal para una población que ya se encuentra en una situación desesperante.

A esto, se agrega el abismo creciente entre el nuevo gobierno y la población musulmana. La persecución y matanza a la que fueron sometidos los seguidores de los Hermanos Musulmanes ha soliviantado a los trabajadores –incluidos sectores no religiosos–, ahondando el distanciamiento de las fracciones islámicas que, en un primer momento, apoyaron el golpe. La organización salafista –ultraislámica– de Al Nour ha desistido integrar el nuevo gabinete. Pero sin el apoyo islámico, la transición está cuestionada. El imperialismo está empeñado en forzar un compromiso.

Según ha revelado la agencia Reuters, el movimiento islamista ha propuesto la mediación de Bernardino León, el enviado especial de la Unión Europea para el sur del Mediterráneo, para abrir negociaciones con el gobierno.

Los líderes de la Hermandad estarían dispuestos a celebrar elecciones presidenciales anticipadas, la principal petición de la oposición antes de la destitución de Morsi. Pero no piensan reconocer la legitimidad de la asonada. Por su parte, los militares habrían ofrecido poner en libertad a los líderes islamistas arrestados –entre ellos, a Morsi– y archivar todas las causas judiciales en su contra recién abiertas, a cambio de poner fin a las movilizaciones. Pero la pretensión de una transición política armónica en manos del gobierno militar está jaqueada por la bancarrota económica y la crisis social galopante, las que siguen actuando como telón de fondo de la revolución egipcia.


Pablo Heller

lunes, 15 de julio de 2013

El golpe de estado, contra la rebelión popular


El golpe de estado, contra la rebelión popular

Egipto
El golpe de Estado impuesto en Egipto el pasado 3 de julio ha dado lugar a un régimen de emergencia, el cual debe operar en medio de una enorme iniciativa popular.

La BBC británica calificó a la movilización del 30 de junio contra el gobierno de Mursi como la mayor de la historia de la humanidad. Una verdadera marea humana se adueñó de las calles de la capital egipcia y el fenómeno se reprodujo en todas las ciudades del país. El golpe se precipitó para abortar ese proceso.

El ejército es la cabeza de una coalición de fuerzas heterogénea, que incluye a las organizaciones que motorizaron y encabezaron la rebelión popular.

Entre ellas, se encuentra Tamarud (rebelión), que congregó a decenas de miles de jóvenes y organizó el petitorio contra Mursi, el cual reunió 22 millones de firmas y se convirtió en un plebiscito que ayudó a sellar la suerte del gobierno. Asimismo, se agrupó un arco de fuerzas extenso y contradictorio. Entre ellos, se encuentran sectores de la oposición burguesa laica, como el Frente de Salvación Nacional (integrado por liberales como el prooccidental El Baradei y nacionalistas nasseristas, o sectores ultraislamistas como Al-Nour) que salió segundo en las elecciones que consagraron presidente a Mursi y luego tomaron distancia del gobierno. Precisamente, uno de los datos de la rebelión popular fue el giro operado en las masas musulmanas, la base principal de apoyo de Mursi, que fueron restando apoyo al presidente para converger con las masas laicas.

El desarrollo acelerado de la revuelta popular forzó a los militares a una salida de apuro. La misma cúpula de las fuerzas armadas que Mursi nombró, luego de descabezar a las camarillas comprometidas con el viejo régimen de Mubarak, es la que terminó soltándole la mano. La salida que han improvisado apunta a encauzar una rebelión que había sobrepasado la capacidad de contención del gobierno islámico.

Los militares y los partidos burgueses y pequeñoburgueses, en una serie de negociaciones frenéticas, acordaron la destitución de Mursi y la formación de una nueva junta, encabezada por una coalición de figuras burguesas. Se trató de un golpe preventivo contra la emergencia de un movimiento revolucionario de la clase obrera” (Socialist Web Site, 5/7).

Primeras grietas
La heterogeneidad de la coalición gobernante afloró de entrada, al momento de tener que designar el gabinete y, en primer lugar, el primer ministro. “El nuevo presidente interino, el juez Adli Mansour, tanteó al líder opositor y premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei como posible primer ministro de un Ejecutivo de transición. La oposición inmediata del partido salafista Nour, que apoyó el golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes, le hizo reconsiderar esa opción” (El País, 5/7).

Pero, finalmente, El Baradei fue confirmado en el cargo de vicepresidente, con el apoyo del Frente de Salvación Nacional y el movimiento juvenil Tamarud. Acompañará al nuevo primer ministro el economista Hazem al Beblaui, que fuera titular de Finanzas durante algunos meses de 2011, en el régimen interino que siguió al derrocamiento de Hosni Mubarak.

Estos nombramientos fueron acompañados por la deserción de los salafistas del gobierno, en momentos en que recrudece la escalada represiva de los militares contra los Hermanos Musulmanes, con un tendal de muertos y heridos. El golpe ha debutado con una fractura antes de comenzar a gobernar.

Frentes de tormenta
Se ha abierto una gran disputa entre los promotores del golpe para definir su orientación. En esta disputa, están interviniendo las potencias occidentales y, en particular, Estados Unidos. Hasta ahora, el gobierno norteamericano se abstuvo de calificar la destitución de Mursi como golpe de Estado, lo que obligaría a cesar la asistencia económica y financiera a Egipto. La ayuda militar yanqui cubre el 80 por ciento de las compras anuales de equipamiento del ejército egipcio y Obama se está valiendo de ese hecho para condicionar al nuevo gobierno. “No haber mencionado las palabras golpe de Estado da tiempo a los gobiernos de Estados Unidos y Egipto para mantener una serie de conversaciones sobre las intenciones del ejército, la hoja de ruta y el calendario” (La Nación, 8/7).

Está pendiente el cierre de un acuerdo con el FMI, que quedó inconcluso bajo el mandato del gobierno de los Hermanos Musulmanes. Pero la condición para que las negociaciones se destraben es avanzar en la supresión del subsidio a los combustibles y a los productos de primera necesidad, empezando por los alimentos. Egipto importa gran parte de ellos. El paquete del FMI incluye, también, un recorte de los gastos sociales y una austeridad extrema. Este paquetazo entra en choque con la agenda popular y las aspiraciones más elementales de las masas, agobiadas por la carestía, la desocupación y la desorganización económica. Meses atrás, Mursi tuvo que dar marcha atrás cuando intentó suprimir los subsidios.

El golpe también deberá lidiar con el movimiento islámico. Los Hermanos Musulmanes siguen siendo la fuerza política más organizada y extendida a lo largo del territorio. Como lo señaló el diario francés Le Monde, si “la transición era difícil con la Hermandad Musulmana en el gobierno, es imposible sin ella” (29/6). La apuesta de la flamante coalición gobernante es llegar a un compromiso. En el mismo sentido presiona Occidente, sabiendo que la gobernabilidad de Egipto es estratégica para las principales potencias. Todas las fracciones del Congreso norteamericano pidieron “tener en mente los intereses vitales de seguridad nacional”. Entre otras cuestiones, está en juego el estratégico Canal de Suez.

Pero, a medida que pasan los días, la perspectiva de un compromiso aparece cada vez más lejana y se instala la amenaza de una guerra civil. Un escenario de estas características representaría un golpe a la unidad que se viene gestando entre las masas laicas y musulmanas, así como un retroceso en el proceso revolucionario que se ha reabierto en el país.

Independencia política
La presencia de las organizaciones populares que participaron de la rebelión en el nuevo gobierno es alentada por los militares. Su cooptación está al servicio de sacar a las masas de la calle y proceder a la reconstrucción del Estado capitalista, jaqueado por la iniciativa popular. El nuevo régimen egipcio asoma como un frente popular, al menos en grado de tentativa. En este cuadro, se plantea –más que nunca– la lucha por la autonomía de las organizaciones obreras y de aquellas comprometidas con la lucha y los reclamos populares. Al colaboracionismo con el régimen es necesario oponerle una orientación y un programa independiente de los trabajadores frente a la crisis: por la unidad de las masas laicas y musulmanas; por la convocatoria de una asamblea constituyente libre y soberana, que desmantele por completo las bases económicas, sociales y políticas del viejo régimen de Mubarak –las que se mantuvieron intactas bajo Mursi–; que dé satisfacción a todos los reclamos populares y se proceda a una reorganización integral del país sobre nuevas bases sociales.


Pablo Heller

viernes, 5 de julio de 2013

GOLPE DE ESTADO BONAPARTISTA EN EGIPTO


GOLPE DE ESTADO BONAPARTISTA EN EGIPTO

La cercana igualdad en fuerzas de los dos bandos contendientes por el poder en Egipto llevó al ejército a organizar un golpe de estado bonapartista. No es sólo el reciente episodio de multitudes sin precedentes de millones que se han volcado a las calles el 30 de junio lo que ha hecho mover al ejército. La confrontación entre el gobierno de la Hermandad Musulmana del ahora depuesto Presidente Mohammed Morsi, por un lado, y la oposición, representada por el Frente de Salvación Nacional, y más recientemente por el movimiento Tamerod (Rebelión), por otra parte, ha estado sucediendo desde el pasado mes de noviembre. Esta es, de hecho, la tercera ola de manifestaciones espectaculares por parte de la oposición dentro de un ciclo en la revolución egipcia que se viene dando desde noviembre. Fue en noviembre, tras el pretendido decreto constitucional de Morsi, que la oposición comenzó a cuestionar la legitimidad del Presidente. De esa primera ola 10 personas murieron como resultado del ambiente electoral por el referéndum sobre la Constitución para el 15 de diciembre. Luego en el segundo aniversario de la revolución (los egipcios marcan el comienzo de la revolución, el 25 de enero, como su fecha), comenzó otra ola que duró casi un mes. Las gigantescas manifestaciones del 30 de junio y después son entonces la tercera ola. La singularidad de las concentraciones del 30 de junio se encuentran en el hecho de que, al menos en El Cairo, las multitudes eran simplemente demasiado grandes para ser comparadas con todo lo que pasó antes: no sólo fue la Plaza Tahrir, el centro emblemático de la revolución egipcia, mucha más densamente llena que en cualquier ocasión anterior según el comentario unánime de todo tipo de observadores, sino que Ittihadiye, el área alrededor del palacio presidencial en Heliopolis, atrajo a multitudes que, por su magnitud, ¡encabezarían con este incidente los anales de las protestas masivas en todo el mundo! ¡Así sería este movimiento de formidable que logró espantar a cualquier partido en el gobierno y a cualquier clase dirigente!

Y sin embargo la Hermandad Musulmana y los otros movimientos islamistas, con algunas excepciones, no mostraron signos de ceder. Por un lado, organizaron demostraciones contrarias y plantones que alcanzaron hasta los cientos de miles. También hubo enfrentamientos en todo el país antes, durante y después de la fecha histórica del 30 de junio que provocó decenas de víctimas en ambos lados. Por su lado, Morsi mismo se mantuvo firme y declaró abiertamente que no iba a ceder a las demandas de la oposición. Estas demandas, hay que recordarlas, exigían su renuncia, la asunción provisoria a la Presidencia del nuevo jefe de la Corte Constitucional, la formación de un gobierno de transición tecnocrático que pudiera poner en orden a la tambaleante economía del país y el adelanto de las elecciones presidenciales. Esto, por cierto, también resultó ser la llamada "hoja de ruta" del ejército.

El estancamiento que nace de la confrontación de dos casi iguales fuerzas sociales y políticas fue simplemente inextricable. Amenazó con la guerra civil. Fue en este vacío que el ejército interviene y dio su golpe de estado. Se trata de un caso clásico de bonapartismo.

Para entender las ironías de la historia que este golpe representa uno tiene que recordar los hechos de la historia reciente. Por supuesto, es conocimiento común que desde principios de los cincuenta, el ejército ha sido el pilar del régimen egipcio. Después de la muerte de Nasser, el ejército gobernó a través del Partido Demócrata Nacional y sus hombres fuertes, primero con Anwar Sadat y luego con Hosni Mubarak. El nuevo período se abrió, por supuesto, con la deslumbrante a los ojos revolución egipcia del 25 de enero de 2011, que, en cuestión de 18 breves días, derribó el gobierno autocrático de 30 años de Mubarak. Esta revolución política fue una mezcla peculiar de revolución popular y golpe de estado. Realmente era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), liderada por el Mariscal de Campo Tantawi, el Ministro de Defensa bajo Mubarak durante dos décadas, quien retuvo el máximo poder tras bambalinas, sin embargo con la promesa de construir un régimen más democrático y pluralista.

Irónicamente, en el primer período, tras el derrocamiento de Mubarak, el ejército cooperó con la Hermandad Musulmana, la única fuerza coherente políticamente considerable en el país, como también en contra del campo de la revolución (la relación de la Hermandad con la revolución en sí misma fue muy problemática: llegó muy tarde y oscilando constantemente). Mientras tanto, la mayor demanda alrededor de la cual cada vez más se movilizó el campo revolucionario fue captado en la consigna "Yaskut yaskut, hukm el askar!" o "¡Abajo, abajo, el régimen militar!"

Año y medio después, Mohammed Morsi resulta el vencedor de las elecciones presidenciales a dos vueltas, en la segunda enfrentando a un candidato del viejo  régimen, Ahmad Shafik, un ex primer ministro bajo Mubarak venciéndole por un margen muy estrecho. Es importante destacar esto porque deja claro que muchas de las personas en las calles, sólo un año atrás, votaron por Morsi frente al candidato de la era anterior. Un mes después de asumir el gobierno, Morsi despide al Mariscal de Campo Tantawi y a su jefe de gabinete poniendo así fin a la dominación del SCAF del sistema político. En lo que es otra ironía de la historia, impulsó a Al Sisi al comando del ejército, haciéndolo su Ministro de Defensa, como salvaguarda a la intromisión del ejército en la vida política. !Fue Al Sisi el que debió organizar el golpe de estado contra Morsi en el aniversario de su mandato!

Cualesquiera sean las inclinaciones personales de Al-Sisi (fue clasificado en su momento por la prensa de occidente como representante de otra generación de oficiales), el ejército ahora ha vengado su humillación a manos de Morsi el año pasado y ha restaurado su prestigio ante los círculos dominantes y las masas. Aún más, con el golpe de estado el ejército ha evitado, al menos por el momento, una inminente guerra civil entre los dos campos. Una guerra civil es siempre un grave peligro para los ejércitos, nada menos porque puede llevar a una división fatal dentro de sus propias filas. Pero todo esto palidece en lo insignificante comparado con la importancia real del golpe de estado: ¡este golpe se ha anticipado a una posible revolución por parte del pueblo! El poder de las masas el 30 de junio, precedido como fue durante seis meses de febril actividad, manifestaciones, movilizaciones de masas, marchas, desafíos contra toques de queda, etc., asustaría a cualquier clase gobernante en cualquier parte del mundo. Con este paso el ejército hábilmente ha impedido una posible victoria de la revolución popular y en el proceso ha recibido el apoyo de una parte importante de las masas. Este golpe de estado bonapartista es entonces, en su esencia más pura, ¡una revolución secuestrada!

Una parte importante de la responsabilidad de esto recae en el liderazgo de la oposición. Durante la conferencia de prensa en la cual Al Sisi declara la asunción del poder por el ejército, estaba flanqueado, aparte de sus comandantes, por el Gran Jeque de Al Azhar como representante de la mayoría musulmana del país y el Papa Copto Tawadros II como el de la minoría cristiana. Pero hubo una tercera figura. Era Muhammad ElBaradei, el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, un "liberal" apreciado por los medios occidentales y el líder de una insignificante fuerza política burguesa del país. ¿Bajo qué criterios estaba allí? Como el portavoz del Frente de Salvación Nacional, una abigarrada colección de partidos y socialistas de todas las pintas, y que también incluye a uno de los magnates más ricos de Egipto, Naguip Sawiris, pero realmente centrado en torno a la figura de Hamdeen Sabbahi, el candidato de la izquierda nasserista que obtuvo alrededor de 21 por ciento del voto popular en la primera vuelta de las elecciones presidenciales hace un año (¡a sólo tres puntos porcentuales por debajo de Morsi!). Sabbahi y su Corriente Popular Egipcia formaron este frente incoherente y amarrado de manos de la izquierda nasserista y los socialistas al aliarse con los políticos burgueses de todas las tendencias casi sin fuerza militante ni influencia electoral. Con la presencia de Al Baradei, su portavoz, en la conferencia de prensa que constituyó oficialmente el golpe militar, ¡el campo revolucionario ha entregado así, de sus propias manos, el poder a los militares!

Se trata de una ironía raramente igualada en la historia. Fueron estas mismas masas de gente las que durante un año y medio después de la caída de Mubarak se enfrentaron, a costa de sus vidas, a veces, a esta institución militar ferozmente violenta, tratando de poner fin a su gobierno.

Sin embargo, incluso dos años y medio después de su primer levantamiento en esta etapa histórica, la revolución egipcia es tan fuerte y la gente está tan llena de pretensiones no sólo por la libertad, sino también por el pan y trabajo; tan importante es el componente de la lucha de clases en todo el proceso que sería una locura pensar que esto es el fin de la revolución y la estabilidad ha llegado a Egipto. Todo lo contrario. Que se haya desecho de tres décadas de larga dominación de un tirano y luego de un presidente que fue elegido en las urnas en elecciones razonablemente libres hace apenas un año y esto en el espacio de dos años y medio, la clase obrera egipcia y las grandes masas de gente están llenas de confianza en sí mismas y la creencia en su propia fuerza. La gente cree, y con razón, ¡que son ellas y no el ejército quienes derribaron a Morsi! La audacia de esta gente no es de extrañar nos presentará más sorpresas aún mayores en el futuro cercano. Pero la victoria de la revolución requiere la construcción de un liderazgo que sea capaz de romper con todas las formas de sumisión al imperialismo y la burguesía egipcia.


Sungur Savran

jueves, 4 de julio de 2013

LA SEGUNDA REVOLUCION EGIPCIA


LA SEGUNDA REVOLUCIÓN EGIPCIA

Ahora estamos en vísperas de una nueva revolución popular”. Estas palabras son parte de la convocatoria de uno de los nucleamientos sindicales que actúa en Egipto, la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, a las protestas que sacudieron el país y que culminaron con la caída del gobierno.

La destitución del presidente Morsi por un golpe militar se produjo luego de concentraciones multitudinarias en las principales ciudades pidiendo la renuncia –empezando por El Cairo, que reunió a medio millón de personas. Los medios internacionales indican un número de 14 a 17 millones de manifestantes en todo el país.

Crisis de régimen
El golpe militar es un recurso desesperado de las fuerzas armadas para salvaguardar un régimen que los tiene como principales beneficiarios. “Los militares son un Estado dentro de un Estado en Egipto. El ejército cuenta con sus propios tribunales y un imperio económico propio con empresas” (Ambito, 3/7). Integran el establishment con propiedades en bancos, agencias de viajes o fábricas que explican cerca del 40 por ciento del producto bruto. Morsi estableció una alanza con el ejército, previa selección de una nueva cúpula militar afín, que asumió el control de la fuerza luego del desplazamiento de las camarillas más comprometidas con el viejo régimen de Mubarak. Como contrapartida, el gobierno de los Hermanos Musulmanes preservó sus privilegios y prebendas. La constitución de Morsi garantizó la autonomía y los negocios de las fuerzas armadas.

Lo mismo vale para la burocracia estatal, que no fue removida. “Plétoras de políticos y consejeros que pueblan los ministerios y la Cámara alta testimonian la ausencia de renovación del personal político” (Le Monde, 30/6). Esto es aún más acentuado en las provincias, donde los viejos caciques vinculados a la época de Mubarak siguen teniendo una influencia determinante.

Morsi tuvo frecuentes choques con el Poder Judicial –donde está enquistada una numerosa masa de funcionarios vinculados con el viejo régimen depuesto– pero fue impotente en remover ese obstáculo. De la misma manera, el presidente egipcio fue incapaz de enfrentar la extorsión del FMI, que venía reclamando la implementación de un ajuste en regla contra el pueblo. El imperialismo venía sosteniendo a Morsi como la soga sostiene al ahorcado, exigiéndole la supresión de los subsidios a los combustibles, tarifazos y un plan de austeridad a gran escala a cambio de otorgarle un socorro financiero.

De modo que cuando el presidente denuncia el golpe y la conspiración de la derecha oculta que ese gigantesco edificio reaccionario se ha mantenido intacto y apañado bajo su mandato. Es cierto que los sectores pro-Mubarak están tratando de obtener su ganancia a río revuelto, pero eso no puede llamar a confusión sobre la naturaleza y el alcance de la movilización en curso.

La rebelión popular que se llevó puesto a Morsi es un golpe al conjunto del Estado como a sus instituciones, y al gran capital.

Situación insostenible
La crisis industrial y el congelamiento de la economía es uno de los principales motores de la rebelión popular. Cuatro mil fábricas han cerrado en este último período, provocando la pérdida de miles de puestos de trabajo. Casi el 60 por ciento de los jóvenes está desocupado.

Ese cuadro general está en la base de la creciente insurgencia popular. Desde la subida de Morsi al poder, han tenido lugar 3.817 protestas obreras. El gobierno de los Hermanos Musulmanes ha respondido intensificando la represión y persecución gremial. La vieja ley sindical mordaza de Mubarak sigue rigiendo las relaciones laborales.

La desorganización económica se ha apoderado del país, con cortes de electricidad y de agua, escasez de combustibles, carestía creciente, desabastecimiento y fuga de capitales. Egipto está en virtual cesación de pagos y sobrevive agónicamente por los préstamos de Qatar y Arabia Saudita.

La revolución en una nueva etapa
Las concentraciones actuales vinieron acompañadas por el desarrollo de una campaña Tamerod (rebelión), una suerte de plebiscito para recoger firmas entre la población contra Morsi, que habría logrado reunir 22 millones de adhesiones. Esta iniciativa surgió de parte de grupos “de jóvenes revolucionarios de izquierda que, decepcionados por la incapacidad de la oposición para organizar la protesta, se lanzaron a fin de mes a una empresa incierta” (Le Monde, 30/6). “Sin recursos pero con el apoyo de decenas de miles de militantes, estos sectores crearon comités en todas las provincias del país, que tomaron en sus manos la recolección de firmas… Todos los petitorios son enviados a El Cairo, donde un “comité central de una veintena de miembros reúne las firmas luego de verificar su validez” (ídem).

La plataforma de Tamerod, incluye, por lo que se conoce, demandas sociales y políticas, aunque de características difusas.

Muchos de los miembros que estuvieron al frente de la campaña Tamerod, un año atrás, habían votado por Morsi en la segunda vuelta. Es un indicador del desplazamiento político de las masas egipcias. La propia base islámica de apoyo al gobierno giró hacia un frente con los laicos, acicateada por una crisis social que se agrava día a día.

Dique de contención y alternativas
Frente a este escenario, Obama venía presionando por un compromiso. Declaró que “apoyaba las protestas pacíficas” e instó “a Morsi y a la oposición al diálogo” (ídem). La cabeza de la oposición, el Frente de Salvación Nacional, con fuertes vasos comunicantes con el establishment y las potencias occidentales, trabajó en esa dirección.

Las fuerzas armadas han tomado ese libreto y “pondrían en marcha una serie de medidas, que se aplicarían con la participación de todas las fuerzas políticas” (Clarín, 2/9). El Ejército “planea suspender la Constitución, disolver el parlamento e instaurar un gobierno de transición liderado por el presidente de la Corte Suprema” (Ambito, 3/7). El plan “incluye un breve periodo de gobierno interino que será seguido por elecciones presidenciales y parlamentarias”, según el parte dado a conocer por la agencia estatal de noticias del país. El gobierno militar debe atravesar un campo minado. La posibilidad de pilotear el proceso dependerá de los acuerdos políticos que logre enhebrar con el conjunto de partidos, incluido el propio movimiento islámico depuesto.

El jeque de la institución islámica de Al Azhar, Ahmed al Tayeb, el papa copto, Teodoro II, el representante de la oposición, Mohamed El Baradei, y jóvenes del movimiento “Tamerod” anunciaron junto a jefes militares la hoja de ruta que se aplicará para sacar a Egipto de la crisis” (El País, 3/6). La agenda deberá pasar la prueba de intereses contradictorios y hasta antagónicos. Por un lado, el gobierno deberá retomar las negociaciones empantanadas con el FMI y buscar sellar un acuerdo. Por el otro, está la agenda de las masas, cuyas demandas apremiantes entran en choque con las pretensiones del capital y de sus órganos financieros. Se pondrá a prueba la capacidad de pilotear la crisis, en momentos que se agrava la bancarrota capitalista y se traslada a los países emergentes. La luna de miel puede terminarse muy rápido. Lo que está claro es que el escenario donde deberán operar los militares está dominado por la iniciativa popular. Dos años después de la destitución de Mubarak, esa iniciativa ha provocado la caída del islamismo, una de las principales cartas de las que se viene valiendo el imperialismo para frenar la revolución que sacude al mundo árabe.


Pablo Heller