GOLPE DE ESTADO BONAPARTISTA EN EGIPTO
La cercana igualdad
en fuerzas de los dos bandos contendientes por el poder en Egipto llevó al
ejército a organizar un golpe de estado bonapartista. No es sólo el reciente
episodio de multitudes sin precedentes de millones que se han volcado a las
calles el 30 de junio lo que ha hecho mover al ejército. La confrontación entre
el gobierno de la Hermandad Musulmana del ahora depuesto Presidente Mohammed
Morsi, por un lado, y la oposición, representada por el Frente de Salvación
Nacional, y más recientemente por el movimiento Tamerod (Rebelión), por otra
parte, ha estado sucediendo desde el pasado mes de noviembre. Esta es, de
hecho, la tercera ola de manifestaciones espectaculares por parte de la
oposición dentro de un ciclo en la revolución egipcia que se viene dando desde
noviembre. Fue en noviembre, tras el pretendido decreto constitucional de
Morsi, que la oposición comenzó a cuestionar la legitimidad del Presidente. De
esa primera ola 10 personas murieron como resultado del ambiente electoral por
el referéndum sobre la Constitución para el 15 de diciembre. Luego en el
segundo aniversario de la revolución (los egipcios marcan el comienzo de la
revolución, el 25 de enero, como su fecha), comenzó otra ola que duró casi un
mes. Las gigantescas manifestaciones del 30 de junio y después son entonces la
tercera ola. La singularidad de las concentraciones del 30 de junio se
encuentran en el hecho de que, al menos en El Cairo, las multitudes eran
simplemente demasiado grandes para ser comparadas con todo lo que pasó antes:
no sólo fue la Plaza Tahrir, el centro emblemático de la revolución egipcia,
mucha más densamente llena que en cualquier ocasión anterior según el
comentario unánime de todo tipo de observadores, sino que Ittihadiye, el área
alrededor del palacio presidencial en Heliopolis, atrajo a multitudes que, por
su magnitud, ¡encabezarían con este incidente los anales de las protestas
masivas en todo el mundo! ¡Así sería este movimiento de formidable que logró
espantar a cualquier partido en el gobierno y a cualquier clase dirigente!
Y sin embargo
la Hermandad Musulmana y los otros movimientos islamistas, con algunas
excepciones, no mostraron signos de ceder. Por un lado, organizaron
demostraciones contrarias y plantones que alcanzaron hasta los cientos de
miles. También hubo enfrentamientos en todo el país antes, durante y después de
la fecha histórica del 30 de junio que provocó decenas de víctimas en ambos
lados. Por su lado, Morsi mismo se mantuvo firme y declaró abiertamente que no
iba a ceder a las demandas de la oposición. Estas demandas, hay que
recordarlas, exigían su renuncia, la asunción provisoria a la Presidencia del
nuevo jefe de la Corte Constitucional, la formación de un gobierno de transición
tecnocrático que pudiera poner en orden a la tambaleante economía del país y el
adelanto de las elecciones presidenciales. Esto, por cierto, también resultó ser
la llamada "hoja de ruta" del ejército.
El
estancamiento que nace de la confrontación de dos casi iguales fuerzas sociales
y políticas fue simplemente inextricable. Amenazó con la guerra civil. Fue en
este vacío que el ejército interviene y dio su golpe de estado. Se trata de un
caso clásico de bonapartismo.
Para entender
las ironías de la historia que este golpe representa uno tiene que recordar los
hechos de la historia reciente. Por supuesto, es conocimiento común que desde
principios de los cincuenta, el ejército ha sido el pilar del régimen egipcio. Después
de la muerte de Nasser, el ejército gobernó a través del Partido Demócrata
Nacional y sus hombres fuertes, primero con Anwar Sadat y luego con Hosni
Mubarak. El nuevo período se abrió, por supuesto, con la deslumbrante a los
ojos revolución egipcia del 25 de enero de 2011, que, en cuestión de 18 breves
días, derribó el gobierno autocrático de 30 años de Mubarak. Esta revolución
política fue una mezcla peculiar de revolución popular y golpe de estado.
Realmente era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), liderada por el
Mariscal de Campo Tantawi, el Ministro de Defensa bajo Mubarak durante dos
décadas, quien retuvo el máximo poder tras bambalinas, sin embargo con la promesa
de construir un régimen más democrático y pluralista.
Irónicamente,
en el primer período, tras el derrocamiento de Mubarak, el ejército cooperó con
la Hermandad Musulmana, la única fuerza coherente políticamente considerable en
el país, como también en contra del campo de la revolución (la relación de la Hermandad
con la revolución en sí misma fue muy problemática: llegó muy tarde y oscilando
constantemente). Mientras tanto, la mayor demanda alrededor de la cual cada vez
más se movilizó el campo revolucionario fue captado en la consigna "Yaskut yaskut, hukm el askar!" o
"¡Abajo, abajo, el régimen militar!"
Año y medio después,
Mohammed Morsi resulta el vencedor de las elecciones presidenciales a dos
vueltas, en la segunda enfrentando a un candidato del viejo régimen, Ahmad Shafik, un ex primer ministro
bajo Mubarak venciéndole por un margen muy estrecho. Es importante destacar
esto porque deja claro que muchas de las personas en las calles, sólo un año
atrás, votaron por Morsi frente al candidato de la era anterior. Un mes después
de asumir el gobierno, Morsi despide al Mariscal de Campo Tantawi y a su jefe
de gabinete poniendo así fin a la dominación del SCAF del sistema político. En
lo que es otra ironía de la historia, impulsó a Al Sisi al comando del
ejército, haciéndolo su Ministro de Defensa, como salvaguarda a la intromisión
del ejército en la vida política. !Fue Al Sisi el que debió organizar el golpe
de estado contra Morsi en el aniversario de su mandato!
Cualesquiera sean
las inclinaciones personales de Al-Sisi (fue clasificado en su momento por la
prensa de occidente como representante de otra generación de oficiales), el
ejército ahora ha vengado su humillación a manos de Morsi el año pasado y ha
restaurado su prestigio ante los círculos dominantes y las masas. Aún más, con
el golpe de estado el ejército ha evitado, al menos por el momento, una
inminente guerra civil entre los dos campos. Una guerra civil es siempre un
grave peligro para los ejércitos, nada menos porque puede llevar a una división
fatal dentro de sus propias filas. Pero todo esto palidece en lo insignificante
comparado con la importancia real del golpe de estado: ¡este golpe se ha
anticipado a una posible revolución por parte del pueblo! El poder de las masas
el 30 de junio, precedido como fue durante seis meses de febril actividad,
manifestaciones, movilizaciones de masas, marchas, desafíos contra toques de
queda, etc., asustaría a cualquier clase gobernante en cualquier parte del
mundo. Con este paso el ejército hábilmente ha impedido una posible victoria de
la revolución popular y en el proceso ha recibido el apoyo de una parte importante
de las masas. Este golpe de estado bonapartista es entonces, en su esencia más pura,
¡una revolución secuestrada!
Una parte
importante de la responsabilidad de esto recae en el liderazgo de la oposición.
Durante la conferencia de prensa en la cual Al Sisi declara la asunción del
poder por el ejército, estaba flanqueado, aparte de sus comandantes, por el
Gran Jeque de Al Azhar como representante de la mayoría musulmana del país y el
Papa Copto Tawadros II como el de la minoría cristiana. Pero hubo una tercera
figura. Era Muhammad ElBaradei, el ex director de la Agencia Internacional de
Energía Atómica, un "liberal" apreciado por los medios occidentales y
el líder de una insignificante fuerza política burguesa del país. ¿Bajo qué
criterios estaba allí? Como el portavoz del Frente de Salvación Nacional, una
abigarrada colección de partidos y socialistas de todas las pintas, y que también
incluye a uno de los magnates más ricos de Egipto, Naguip Sawiris, pero
realmente centrado en torno a la figura de Hamdeen Sabbahi, el candidato de la izquierda
nasserista que obtuvo alrededor de 21 por ciento del voto popular en la primera
vuelta de las elecciones presidenciales hace un año (¡a sólo tres puntos
porcentuales por debajo de Morsi!). Sabbahi y su Corriente Popular Egipcia
formaron este frente incoherente y amarrado de manos de la izquierda nasserista
y los socialistas al aliarse con los políticos burgueses de todas las
tendencias casi sin fuerza militante ni influencia electoral. Con la presencia
de Al Baradei, su portavoz, en la conferencia de prensa que constituyó
oficialmente el golpe militar, ¡el campo revolucionario ha entregado así, de
sus propias manos, el poder a los militares!
Se trata de una
ironía raramente igualada en la historia. Fueron estas mismas masas de gente las
que durante un año y medio después de la caída de Mubarak se enfrentaron, a
costa de sus vidas, a veces, a esta institución militar ferozmente violenta,
tratando de poner fin a su gobierno.
Sin embargo,
incluso dos años y medio después de su primer levantamiento en esta etapa
histórica, la revolución egipcia es tan fuerte y la gente está tan llena de pretensiones
no sólo por la libertad, sino también por el pan y trabajo; tan importante es
el componente de la lucha de clases en todo el proceso que sería una locura
pensar que esto es el fin de la revolución y la estabilidad ha llegado a
Egipto. Todo lo contrario. Que se haya desecho de tres décadas de larga
dominación de un tirano y luego de un presidente que fue elegido en las urnas
en elecciones razonablemente libres hace apenas un año y esto en el espacio de
dos años y medio, la clase obrera egipcia y las grandes masas de gente están
llenas de confianza en sí mismas y la creencia en su propia fuerza. La gente
cree, y con razón, ¡que son ellas y no el ejército quienes derribaron a Morsi!
La audacia de esta gente no es de extrañar nos presentará más sorpresas aún
mayores en el futuro cercano. Pero la victoria de la revolución requiere la
construcción de un liderazgo que sea capaz de romper con todas las formas de
sumisión al imperialismo y la burguesía egipcia.
Sungur Savran
supongo que un desliz o falta de precisión en el último párrafo deja inconcluso el requerimiento para triunfar revolucionariamente, respecto a la necesidad de construir la organización que dirija (liderase) a las masas en lucha independientes tanto de la burguesía nacional como de sus socios foráneos. En otras palabras el liderazgo ausente es la ausencia del partido revolucionario
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