Brasil: entre
Turquía y Egipto
Junio
quedará en la historia por la realización de manifestaciones de masas
simultáneas en más de 600 ciudades, por primera vez en todo el territorio de
Brasil. Ahora, retorna a la agenda pública la crisis económica y política. El tarifazo
de los transportes fue anulado en todas las ciudades, incluso en las que no
hubo manifestaciones. El pavor de gobernadores e intendentes fue memorable. El
gobierno nacional, inicialmente paralizado, ha respondido con una propuesta de
“cinco pactos” (que ya nadie recuerda) y con la promesa de consagrar el 100% de
las regalías del petróleo de aguas profundas a la salud y la educación –o sea
apenas un 8% de la renta petrolera. A su vez, el Senado le recortó un 56,3%. El
Congreso anunció desgravaciones impositivas para las empresas de transporte,
para compensar la anulación de los aumentos de tarifa.
En
su pánico inicial, el gobierno propuso un plebiscito popular para convocar una
“asamblea constituyente para una reforma política”, lo que luego se transformó
solamente en un plebiscito sobre elecciones y partidos, y más tarde en un
referendo sobre cinco tópicos acerca del sistema electoral. La improvisación no
impidió que la izquierda “progresista” del PT o de algún otro partido “de
izquierda”, para no hablar de una intelectualidad izquierdosa, apoyara con
entusiasmo el engendro concebido para desmovilizar al pueblo. La explosión
popular provocó una derechización aún mayor de la izquierda brasileña.
El
gobernador de Rio Grande do Sul, Tarso Genro (PT) abrió un sitio de Internet
para recibir sugerencias de la población. El PSTU, único partido relevante de
la izquierda clasista, cambió, en su espacio gratuito de televisión, el rojo
predominante de su color habitual por el “verdeamarelo”, incluyendo un símbolo
que algunos compararon con el de la Confederação Brasileira de Futebol. El PSOL
reaccionó en direcciones disparatadas, según la tendencia que integra su
desintegrado panel. En estas condiciones, la propuesta de un “frente
(electoral) de izquierda” (para 2014), reiterada en TV por el PSTU, carece de
contenido. Se observa una acentuación del divorcio entre la izquierda y la
situación del país, ni hablar de las masas.
La
“reforma política” propuesta por el gobierno es una farsa reaccionaria. Sus
aspectos principales son el financiamiento público exclusivo de las campañas
electorales y el voto en lista sábana. Con esto pretende continuar con las
operaciones para salvar de la cárcel a la cúpula lulista del PT y de aliados
del PMDB por un sonado caso de corrupción (mensalao), armado para asegurar una
mayoría parlamentaria permanente al gobierno de coalición.
La
reforma no toca la extinción del Senado o la reducción del mandato de senador
(ocho años), no promueve la elección popular de jueces y fiscales, ni deroga la
vergonzosa Ley de Amnistía, que declaró impunes para siempre a asesinos,
torturadores y ladrones comprobados del régimen militar. Por no hablar de la
militarización de las policías, que matan impunemente (poseen fuero judicial y
tribunales propios). Que la izquierda apoye esta porquería revela el nivel de
su bajeza.
La
oposición parlamentaria negocia a cuentagotas en función de desgastar al
gobierno de coalición PT-PMDB o hasta de provocar la renuncia anticipada de
Roussef, cuya “popularidad” cayó al 27%, en cuyo caso asumiría el vice o el
presidente de la Cámara (ambos del PMDB). El “golpe” sería el de los aliados
que el PT abrazó y aduló en los últimos diez años. La crisis económica acelera
los plazos. El crecimiento del PBI, previsto inicialmente en más de 3,5%, ya ha
sido reducido a menos del 2% (abajo del crecimiento demográfico, lo que
provocará una nueva caída del PBI per cápita). El aumento de las tasas de
interés, cediendo a la presión del capital financiero, no logra impedir la fuga
de capitales, y ha aumentado la deuda pública al punto de provocar el recorte
suplementario de 15 mil millones de reales del presupuesto (afectando, claro,
salud y educación…) para cumplir con la meta fondomonetarista de superávit
primario. Compárese con el previsto superávit comercial de 6,5 mil millones de
reales (10% del superávit de los “años de oro” de Lula) después de haber
transformado todo el sistema productivo y de obras públicas para hacer del país
una plataforma exportadora.
La
economía brasileña, como ya lo dijimos, es una bomba de tiempo. Ahí está el
destino del “grupo (holding) X” del “empresario nacional” de Lula/Dilma, Eike
Batista (ex 8º fortuna del mundo, actualmente fuera de la lista de las primeras
200), cuyas empresas perdieron 90% de su valor bursátil en los dos últimos
meses. Vinicius Torres Freire, principal comentarista económico de la Folha de
S. Paulo, afirmó que hay una “huelga de inversiones” del sector privado desde
2012. Las masas están votando con los pies en la calle, la burguesía con el bolsillo.
El
paro tardío del 11 de julio convocado por las centrales sindicales por “mayores
inversiones en sanidad y educación; aumento de salarios para los trabajadores;
reducción de la jornada de trabajo; apoyo a la reforma agraria y transporte
público de calidad” (reivindicaciones que Dilma Rousseff ni se tomó el trabajo
de escuchar en la entrevista que mantuvo con los sindicatos) está presidida por
la defensa de la reducción de las tasas de interés, una reivindicación de la
burguesía endeudada. El paro aislado intenta desviar la rebelión popular y
ponerse a la cabeza de las negociaciones de su agenda –como recurso último para
salvar al gobierno del derrumbe capitalista. CONLUTAS, la pequeña central
sindical clasista, se sumó al paro sin criticar su finalidad desmovilizadora.
Las
tendencias al derrumbe financiero, que se manifiestan en la salida de capitales
del más importante de todos los “mercados emergentes” (después de China), pasan
ahora a ser el principal combustible de una segunda vuelta de movilizaciones
populares –probablemente al margen de las organizaciones sindicales
tradicionales.
Osvaldo
Coggiola
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