Un
Papa militarizado (la soga y el ahorcado)
Es bajo una protección bastante poco
divina que Francisco inició su visita a la bella Rio de Janeiro. Las crónicas
dan cuenta de que la “cidade maravilhosa”
recibió al Papa “absolutamente
militarizada”. El cuadro es el de un “escenario de guerra”: a los 13.700
efectivos de las Fuerzas Armadas y federales se agregaron otros 14.000 soldados
de la policía militar “estadual”
(provincial).
Se ve que el mensaje que el obispo de
Roma dijo aportar requiere una custodia bastante poco celestial: “Semejante emplazamiento de hombres armados
hasta los dientes tiene como objetivo la ‘disuasión’ no tanto de los eventuales
terroristas como de los manifestantes que se pueden animar a aparecer en los
actos que protagonice el líder católico” (Clarín, 20/7). No se trata de una
improvisación: el secretario de Seguridad carioca planteó que las fuerzas de
seguridad implementaron una “nueva estrategia” a partir de las multitudinarias
protestas recientes en el país vecino. En estas movilizaciones, en particular
en Río, la novedad fue que muchachos y chicas de la clase media manifestaron
con jóvenes de las favelas, “unidos en la
bronca común contra el gobernador por la brutal represión que descargara contra
la movilización popular” (ídem). Nada improvisado: un habitante de la mayor
favela de Río que visitará Francisco en estos días declaraba a la prensa que el
temor por la dictadura de los narcos había sido sustituido, hace tiempo, por la
dictadura de la policía que ocupó el territorio (rediseñando los acuerdos entre
narcos y uniformados).
Nada de esto es desconocido por
Bergoglio. Los hombres del Vaticano que diseñaron el viaje admitieron que el
Epsicopado brasilero trazó la “línea”: buscar un “equilibrio” que evite ahondar
el abismo abierto entre las masas y el gobierno de Dilma. Este papel de
“rescatista” del Papa no es un favor gratuito: los hombres del clero necesitan
del poder político para rescatar a una Iglesia que reúne en Brasil a la mayor
cantidad nacional de feligreses del mundo, pero que se encuentra en un feroz
retroceso. En las tres últimas décadas, el porcentaje de los que se declaran
católicos cayó de más de un 90% de la población a menos de un 70. Bergoglio fue
a Brasil a “intentar darle nueva vida a
la Iglesia”, admitió su biógrafo y amigo connacional Sergio Rubin. Detrás
de la fastuosa cobertura mediática se oculta, por lo tanto, el derrumbe que
deben pilotear los dos “actores” de este encuentro: el jefe de la Santa Sede y
la devaluada sucesora de Lula, temerosa de aparecer en público para no quedar
expuesta al repudio. Hay algo en este escenario que recuerda el aforismo sobre
la soga que sostiene al ahorcado.
Vaticano
Es que son tiempos de crisis. No había
puesto Bergoglio el pie en el vuelo de Alitalia a Brasil cuando un renombrado
vaticanista italiano –Sandro Magister– del semanario L’Espresso puso en blanco
sobre negro los oscuros antecedentes de monseñor Batista Ricca, un amigo de
Bergoglio, nombrado semanas atrás para poner orden en los criminales negocios
del IOR, el Banco Vaticano. Resulta que Ricca fue embajador del Vaticano en
Uruguay desde 1999, a donde llevó a su pareja, un capitán suizo llamado Haari.
“La intimidad entre Ricca y su amante
escandalizaba a obispos, sacerdotes y laicos; incluso a las monjas que se
ocupaban de la Nunciatura rioplatense”. Para tapar el caso, don Ricca fue
transferido a Trinidad Tobago, desde donde más tarde regresó al Vaticano.
Mientras tanto, la “curia romana” se encargó de limpiar el prontuario del
hombre y ahora se dice que todo fue un “complot” contra Francisco. Ay, mi Dios
(si existiera). El colapso vaticano tendrá proporciones gigantescas. Tan
grandes como las concentraciones que se anuncian ahora en las playas, por donde
anduvo la garota de Ipanema.
Pablo
Rieznik
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