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jueves, 25 de julio de 2013

Un Papa militarizado (la soga y el ahorcado)


Un Papa militarizado (la soga y el ahorcado)

Es bajo una protección bastante poco divina que Francisco inició su visita a la bella Rio de Janeiro. Las crónicas dan cuenta de que la “cidade maravilhosa” recibió al Papa “absolutamente militarizada”. El cuadro es el de un “escenario de guerra”: a los 13.700 efectivos de las Fuerzas Armadas y federales se agregaron otros 14.000 soldados de la policía militar “estadual” (provincial).

Se ve que el mensaje que el obispo de Roma dijo aportar requiere una custodia bastante poco celestial: “Semejante emplazamiento de hombres armados hasta los dientes tiene como objetivo la ‘disuasión’ no tanto de los eventuales terroristas como de los manifestantes que se pueden animar a aparecer en los actos que protagonice el líder católico” (Clarín, 20/7). No se trata de una improvisación: el secretario de Seguridad carioca planteó que las fuerzas de seguridad implementaron una “nueva estrategia” a partir de las multitudinarias protestas recientes en el país vecino. En estas movilizaciones, en particular en Río, la novedad fue que muchachos y chicas de la clase media manifestaron con jóvenes de las favelas, “unidos en la bronca común contra el gobernador por la brutal represión que descargara contra la movilización popular” (ídem). Nada improvisado: un habitante de la mayor favela de Río que visitará Francisco en estos días declaraba a la prensa que el temor por la dictadura de los narcos había sido sustituido, hace tiempo, por la dictadura de la policía que ocupó el territorio (rediseñando los acuerdos entre narcos y uniformados).

Nada de esto es desconocido por Bergoglio. Los hombres del Vaticano que diseñaron el viaje admitieron que el Epsicopado brasilero trazó la “línea”: buscar un “equilibrio” que evite ahondar el abismo abierto entre las masas y el gobierno de Dilma. Este papel de “rescatista” del Papa no es un favor gratuito: los hombres del clero necesitan del poder político para rescatar a una Iglesia que reúne en Brasil a la mayor cantidad nacional de feligreses del mundo, pero que se encuentra en un feroz retroceso. En las tres últimas décadas, el porcentaje de los que se declaran católicos cayó de más de un 90% de la población a menos de un 70. Bergoglio fue a Brasil a “intentar darle nueva vida a la Iglesia”, admitió su biógrafo y amigo connacional Sergio Rubin. Detrás de la fastuosa cobertura mediática se oculta, por lo tanto, el derrumbe que deben pilotear los dos “actores” de este encuentro: el jefe de la Santa Sede y la devaluada sucesora de Lula, temerosa de aparecer en público para no quedar expuesta al repudio. Hay algo en este escenario que recuerda el aforismo sobre la soga que sostiene al ahorcado.

Vaticano

Es que son tiempos de crisis. No había puesto Bergoglio el pie en el vuelo de Alitalia a Brasil cuando un renombrado vaticanista italiano –Sandro Magister– del semanario L’Espresso puso en blanco sobre negro los oscuros antecedentes de monseñor Batista Ricca, un amigo de Bergoglio, nombrado semanas atrás para poner orden en los criminales negocios del IOR, el Banco Vaticano. Resulta que Ricca fue embajador del Vaticano en Uruguay desde 1999, a donde llevó a su pareja, un capitán suizo llamado Haari. “La intimidad entre Ricca y su amante escandalizaba a obispos, sacerdotes y laicos; incluso a las monjas que se ocupaban de la Nunciatura rioplatense”. Para tapar el caso, don Ricca fue transferido a Trinidad Tobago, desde donde más tarde regresó al Vaticano. Mientras tanto, la “curia romana” se encargó de limpiar el prontuario del hombre y ahora se dice que todo fue un “complot” contra Francisco. Ay, mi Dios (si existiera). El colapso vaticano tendrá proporciones gigantescas. Tan grandes como las concentraciones que se anuncian ahora en las playas, por donde anduvo la garota de Ipanema.


Pablo Rieznik

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