Brasil:
lo que está y lo que se viene
El paro general del 11 de julio no fue
una continuidad de las masivas movilizaciones populares de junio. Muy parcial
en la mayoría de las grandes ciudades, casi inexistente fuera de ellas, no
consiguió parar –con excepción de Porto Alegre– el sistema de transportes. Los
pocos cortes de rutas y avenidas fueron realizados por un número pequeño de
personas. Las manifestaciones callejeras fueron muy bajas en relación a las
multitudinarias marchas de junio: 8 mil personas, como máximo, en la Av.
Paulista (San Pablo). Buena parte de los manifestantes había recibido dinero
para participar y hasta un extra si ayudaba a cargar una bandera o cartel. La
jornada, sin embargo, había sido convocada por las siete centrales sindicales
del país, algunas (CUT, Fuerza Sindical) con enormes recursos financieros. En
los pocos lugares en que hubo actividades combativas (Fortaleza, Porto Alegre,
San José dos Campos, Belém, Natal), fue notoria la actividad de la CSP-CONLUTAS,
a pesar de que sólo representa el 2 por ciento del movimiento sindical.
El PSTU, sin embargo, concluyó que “el 11 de julio fue la continuidad de las
manifestaciones de junio” (Opinión Socialista, 17/7), lo que ni el
estudiante menos informado se atrevería a decir. Los movimientos responsables
de las jornadas de junio, el MPL en primer lugar, ignoraron el paro. La CUT, a
su vez, pagó a sus “manifestantes” para que cargaran banderas (industrialmente
confeccionadas) de apoyo al gobierno, las que dominaron los actos públicos (en
junio, no se vio ninguna siquiera parecida).
La respuesta de Dilma Rousseff a “la
voz de las calles” quedó reducida a la nada. La promesa de consagrar el 100 por
ciento de los royalties del petróleo de alto mar (menos del 8 por ciento de la
renta petrolera, en manos del capital privado internacional) fue mutilada y
postergada por el Parlamento. La “reforma política”, anunciada como asamblea
constituyente y después reducida a una modificación reaccionaria de un par de
mecanismos electorales, fue simplemente enterrada en el Congreso Nacional.
Dilma, que no tuvo tiempo para ir a la reunión de la Dirección Nacional del PT,
lo tuvo para recibir públicamente a un representante parlamentario del PSOL,
quien le manifestó su apoyo. Frente al obvio vendaval de críticas, el PSOL emitió
un comunicado distanciándose de su diputado, pero apoyando la (enterrada)
reforma política. Los principales partidos de izquierda se han puesto en la
ruta de la divergencia o la colisión con el movimiento popular.
Lula salió de su mutismo (desde las páginas
del New York Times), para caracterizar las movilizaciones como producto del
progreso de la última década: los coches particulares habrían invadido las
calles, entorpeciendo el transporte público. Ni una palabra sobre los lucros y
los monopolios del transporte privatizado. Llamó también –era necesario– a una
“renovación del PT”. La reunión de la
dirección de éste, a mediados de julio, fue un episodio de crisis: manifestó su
insatisfacción por la ausencia de Dilma y oficializó nueve listas para las elecciones
internas del 10 de noviembre, con seis candidatos a presidente del partido. La
izquierda del PT, un aparato ajeno al movimiento popular, apostó todas sus
fichas en ese proceso.
Toda la porquería acumulada del Estado
(régimen) brasileño está ahora apareciendo. Los poco más de 5.500 municipios
del país usan nada menos que 510 mil “cargos de confianza” (ñoquis), muchos con
salarios mensuales superiores a los 10 mil dólares. Mientras tanto, profesores
y médicos municipales padecen salarios de hambre, para no hablar de la
infraestructura. La corrupción y la crisis económica se cruzan en el BNDES, el
banco estatal cuya cartera de créditos al sector privado aumentó de 25,7 mil
millones de reales (12 mil millones de dólares) en 2001 a 168,4 mil millones de
reales (84 mil millones de dólares) en 2010, con una tasa decreciente de la
inversión privada, actualmente igual a cero. La mayoría de las empresas
beneficiadas registra pérdidas o se encuentra en quiebra. La más importante es
la EBX de Elke Batista, el “capitalista de Lula”, beneficiaria de 10,5 mil
millones de reales de dinero público. La crisis capitalista está iluminando el
agujero negro de la corrupción brasileña.
El papa Francisco viene al “más grande país católico del mundo”, en
el que la proporción de católicos cayó del 92% en 1970 al 65% en 2010, en
beneficio de las mafiosas sectas evangélicas que han gobernado el país en la
última década junto al PT. Viene también a contener el movimiento juvenil,
desviándolo. También para llamar al gobierno petista a “escuchar la voz de la calle” –abriendo más espacio para la Iglesia
católica y reduciendo el de los evangélicos. Los “teólogos de la liberación”
(los hermanos Boff, Frei Betto) se sumaron calurosamente a esa operación
político-religiosa. El Vaticano le metió la cuenta de los inmensos gastos
papales en Brasil al Estado y los evangélicos presionaron al gobierno para que
los redujera, en una contienda pública. La izquierda, aquí, mira para otro
lado.
Frente al inmovilismo político, el
PMDB busca transformarse en el eje del régimen, reafirmando su alianza con el
PT y el apoyo a Dilma, al mismo tiempo que bombardea en el parlamento todas sus
iniciativas políticas. En las actuales condiciones, es casi un juego de ruleta
rusa. Las centrales sindicales han marcado un nuevo paro general para el 30 de
agosto. Aislado y sin conexión con cualquier plan de lucha de conjunto, la
jornada será un nuevo saludo a la bandera. La juventud en lucha anda por otros
caminos. Después de Belo Horizonte, los jóvenes de Porto Alegre –organizados en
un “Bloque de Lucha” –, ocuparon la alcaldía, de la que sólo se retiraron
mediante un compromiso escrito de pasaje gratuito en ómnibus y trenes para
estudiantes y desempleados, sin desgravación impositiva de las empresas
concesionarias. El caldo está fermentando. La victoria por puntos en el primer
round puede transformarse en nocaut del gobierno en los próximos asaltos.
Osvaldo
Coggiola
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