El golpe de
estado, contra la rebelión popular
El
golpe de Estado impuesto en Egipto el pasado 3 de julio ha dado lugar a un
régimen de emergencia, el cual debe operar en medio de una enorme iniciativa
popular.
La
BBC británica calificó a la movilización del 30 de junio contra el gobierno de
Mursi como la mayor de la historia de la humanidad. Una verdadera marea humana
se adueñó de las calles de la capital egipcia y el fenómeno se reprodujo en
todas las ciudades del país. El golpe se precipitó para abortar ese proceso.
El
ejército es la cabeza de una coalición de fuerzas heterogénea, que incluye a
las organizaciones que motorizaron y encabezaron la rebelión popular.
Entre
ellas, se encuentra Tamarud (rebelión), que congregó a decenas de miles de
jóvenes y organizó el petitorio contra Mursi, el cual reunió 22 millones de
firmas y se convirtió en un plebiscito que ayudó a sellar la suerte del
gobierno. Asimismo, se agrupó un arco de fuerzas extenso y contradictorio.
Entre ellos, se encuentran sectores de la oposición burguesa laica, como el
Frente de Salvación Nacional (integrado por liberales como el prooccidental El
Baradei y nacionalistas nasseristas, o sectores ultraislamistas como Al-Nour)
que salió segundo en las elecciones que consagraron presidente a Mursi y luego
tomaron distancia del gobierno. Precisamente, uno de los datos de la rebelión
popular fue el giro operado en las masas musulmanas, la base principal de apoyo
de Mursi, que fueron restando apoyo al presidente para converger con las masas
laicas.
El
desarrollo acelerado de la revuelta popular forzó a los militares a una salida
de apuro. La misma cúpula de las fuerzas armadas que Mursi nombró, luego de
descabezar a las camarillas comprometidas con el viejo régimen de Mubarak, es
la que terminó soltándole la mano. La salida que han improvisado apunta a
encauzar una rebelión que había sobrepasado la capacidad de contención del
gobierno islámico.
“Los militares y los partidos burgueses y
pequeñoburgueses, en una serie de negociaciones frenéticas, acordaron la
destitución de Mursi y la formación de una nueva junta, encabezada por una
coalición de figuras burguesas. Se trató de un golpe preventivo contra la
emergencia de un movimiento revolucionario de la clase obrera” (Socialist
Web Site, 5/7).
Primeras
grietas
La
heterogeneidad de la coalición gobernante afloró de entrada, al momento de
tener que designar el gabinete y, en primer lugar, el primer ministro. “El nuevo presidente interino, el juez Adli
Mansour, tanteó al líder opositor y premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei
como posible primer ministro de un Ejecutivo de transición. La oposición
inmediata del partido salafista Nour, que apoyó el golpe de Estado contra los
Hermanos Musulmanes, le hizo reconsiderar esa opción” (El País, 5/7).
Pero,
finalmente, El Baradei fue confirmado en el cargo de vicepresidente, con el
apoyo del Frente de Salvación Nacional y el movimiento juvenil Tamarud.
Acompañará al nuevo primer ministro el economista Hazem al Beblaui, que fuera
titular de Finanzas durante algunos meses de 2011, en el régimen interino que
siguió al derrocamiento de Hosni Mubarak.
Estos
nombramientos fueron acompañados por la deserción de los salafistas del
gobierno, en momentos en que recrudece la escalada represiva de los militares
contra los Hermanos Musulmanes, con un tendal de muertos y heridos. El golpe ha
debutado con una fractura antes de comenzar a gobernar.
Frentes de
tormenta
Se
ha abierto una gran disputa entre los promotores del golpe para definir su
orientación. En esta disputa, están interviniendo las potencias occidentales y,
en particular, Estados Unidos. Hasta ahora, el gobierno norteamericano se
abstuvo de calificar la destitución de Mursi como golpe de Estado, lo que obligaría
a cesar la asistencia económica y financiera a Egipto. La ayuda militar yanqui
cubre el 80 por ciento de las compras anuales de equipamiento del ejército
egipcio y Obama se está valiendo de ese hecho para condicionar al nuevo
gobierno. “No haber mencionado las
palabras golpe de Estado da tiempo a los gobiernos de Estados Unidos y Egipto
para mantener una serie de conversaciones sobre las intenciones del ejército,
la hoja de ruta y el calendario” (La Nación, 8/7).
Está
pendiente el cierre de un acuerdo con el FMI, que quedó inconcluso bajo el
mandato del gobierno de los Hermanos Musulmanes. Pero la condición para que las
negociaciones se destraben es avanzar en la supresión del subsidio a los
combustibles y a los productos de primera necesidad, empezando por los
alimentos. Egipto importa gran parte de ellos. El paquete del FMI incluye,
también, un recorte de los gastos sociales y una austeridad extrema. Este
paquetazo entra en choque con la agenda popular y las aspiraciones más
elementales de las masas, agobiadas por la carestía, la desocupación y la
desorganización económica. Meses atrás, Mursi tuvo que dar marcha atrás cuando
intentó suprimir los subsidios.
El
golpe también deberá lidiar con el movimiento islámico. Los Hermanos Musulmanes
siguen siendo la fuerza política más organizada y extendida a lo largo del
territorio. Como lo señaló el diario francés Le Monde, si “la transición era difícil con la Hermandad Musulmana en el gobierno, es
imposible sin ella” (29/6). La apuesta de la flamante coalición gobernante
es llegar a un compromiso. En el mismo sentido presiona Occidente, sabiendo que
la gobernabilidad de Egipto es estratégica para las principales potencias.
Todas las fracciones del Congreso norteamericano pidieron “tener en mente los intereses vitales de seguridad nacional”. Entre
otras cuestiones, está en juego el estratégico Canal de Suez.
Pero,
a medida que pasan los días, la perspectiva de un compromiso aparece cada vez
más lejana y se instala la amenaza de una guerra civil. Un escenario de estas
características representaría un golpe a la unidad que se viene gestando entre
las masas laicas y musulmanas, así como un retroceso en el proceso
revolucionario que se ha reabierto en el país.
Independencia
política
La
presencia de las organizaciones populares que participaron de la rebelión en el
nuevo gobierno es alentada por los militares. Su cooptación está al servicio de
sacar a las masas de la calle y proceder a la reconstrucción del Estado
capitalista, jaqueado por la iniciativa popular. El nuevo régimen egipcio asoma
como un frente popular, al menos en grado de tentativa. En este cuadro, se
plantea –más que nunca– la lucha por la autonomía de las organizaciones obreras
y de aquellas comprometidas con la lucha y los reclamos populares. Al
colaboracionismo con el régimen es necesario oponerle una orientación y un
programa independiente de los trabajadores frente a la crisis: por la unidad de
las masas laicas y musulmanas; por la convocatoria de una asamblea
constituyente libre y soberana, que desmantele por completo las bases
económicas, sociales y políticas del viejo régimen de Mubarak –las que se
mantuvieron intactas bajo Mursi–; que dé satisfacción a todos los reclamos
populares y se proceda a una reorganización integral del país sobre nuevas
bases sociales.
Pablo
Heller
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