LA
SEGUNDA REVOLUCIÓN EGIPCIA
“Ahora
estamos en vísperas de una nueva revolución popular”. Estas palabras son
parte de la convocatoria de uno de los nucleamientos sindicales que actúa en
Egipto, la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, a las protestas que
sacudieron el país y que culminaron con la caída del gobierno.
La destitución del presidente Morsi
por un golpe militar se produjo luego de concentraciones multitudinarias en las
principales ciudades pidiendo la renuncia –empezando por El Cairo, que reunió a
medio millón de personas. Los medios internacionales indican un número de 14 a
17 millones de manifestantes en todo el país.
Crisis
de régimen
El golpe militar es un recurso
desesperado de las fuerzas armadas para salvaguardar un régimen que los tiene
como principales beneficiarios. “Los
militares son un Estado dentro de un Estado en Egipto. El ejército cuenta con
sus propios tribunales y un imperio económico propio con empresas” (Ambito,
3/7). Integran el establishment con propiedades en bancos, agencias de viajes o
fábricas que explican cerca del 40 por ciento del producto bruto. Morsi
estableció una alanza con el ejército, previa selección de una nueva cúpula
militar afín, que asumió el control de la fuerza luego del desplazamiento de
las camarillas más comprometidas con el viejo régimen de Mubarak. Como
contrapartida, el gobierno de los Hermanos Musulmanes preservó sus privilegios
y prebendas. La constitución de Morsi garantizó la autonomía y los negocios de
las fuerzas armadas.
Lo mismo vale para la burocracia
estatal, que no fue removida. “Plétoras
de políticos y consejeros que pueblan los ministerios y la Cámara alta
testimonian la ausencia de renovación del personal político” (Le Monde,
30/6). Esto es aún más acentuado en las provincias, donde los viejos caciques
vinculados a la época de Mubarak siguen teniendo una influencia determinante.
Morsi tuvo frecuentes choques con el
Poder Judicial –donde está enquistada una numerosa masa de funcionarios
vinculados con el viejo régimen depuesto– pero fue impotente en remover ese
obstáculo. De la misma manera, el presidente egipcio fue incapaz de enfrentar
la extorsión del FMI, que venía reclamando la implementación de un ajuste en
regla contra el pueblo. El imperialismo venía sosteniendo a Morsi como la soga
sostiene al ahorcado, exigiéndole la supresión de los subsidios a los
combustibles, tarifazos y un plan de austeridad a gran escala a cambio de
otorgarle un socorro financiero.
De modo que cuando el presidente
denuncia el golpe y la conspiración de la derecha oculta que ese gigantesco
edificio reaccionario se ha mantenido intacto y apañado bajo su mandato. Es
cierto que los sectores pro-Mubarak están tratando de obtener su ganancia a río
revuelto, pero eso no puede llamar a confusión sobre la naturaleza y el alcance
de la movilización en curso.
La rebelión popular que se llevó
puesto a Morsi es un golpe al conjunto del Estado como a sus instituciones, y
al gran capital.
Situación
insostenible
La crisis industrial y el congelamiento
de la economía es uno de los principales motores de la rebelión popular. Cuatro
mil fábricas han cerrado en este último período, provocando la pérdida de miles
de puestos de trabajo. Casi el 60 por ciento de los jóvenes está desocupado.
Ese cuadro general está en la base de
la creciente insurgencia popular. Desde la subida de Morsi al poder, han tenido
lugar 3.817 protestas obreras. El gobierno de los Hermanos Musulmanes ha
respondido intensificando la represión y persecución gremial. La vieja ley
sindical mordaza de Mubarak sigue rigiendo las relaciones laborales.
La desorganización económica se ha
apoderado del país, con cortes de electricidad y de agua, escasez de
combustibles, carestía creciente, desabastecimiento y fuga de capitales. Egipto
está en virtual cesación de pagos y sobrevive agónicamente por los préstamos de
Qatar y Arabia Saudita.
La
revolución en una nueva etapa
Las concentraciones actuales vinieron
acompañadas por el desarrollo de una campaña Tamerod (rebelión), una suerte de
plebiscito para recoger firmas entre la población contra Morsi, que habría
logrado reunir 22 millones de adhesiones. Esta iniciativa surgió de parte de
grupos “de jóvenes revolucionarios de
izquierda que, decepcionados por la incapacidad de la oposición para organizar
la protesta, se lanzaron a fin de mes a una empresa incierta” (Le Monde,
30/6). “Sin recursos pero con el apoyo de
decenas de miles de militantes, estos sectores crearon comités en todas las
provincias del país, que tomaron en sus manos la recolección de firmas… Todos
los petitorios son enviados a El Cairo, donde un “comité central de una
veintena de miembros reúne las firmas luego de verificar su validez”
(ídem).
La plataforma de Tamerod, incluye, por
lo que se conoce, demandas sociales y políticas, aunque de características
difusas.
Muchos de los miembros que estuvieron
al frente de la campaña Tamerod, un año atrás, habían votado por Morsi en la
segunda vuelta. Es un indicador del desplazamiento político de las masas
egipcias. La propia base islámica de apoyo al gobierno giró hacia un frente con
los laicos, acicateada por una crisis social que se agrava día a día.
Dique
de contención y alternativas
Frente a este escenario, Obama venía
presionando por un compromiso. Declaró que “apoyaba
las protestas pacíficas” e instó “a
Morsi y a la oposición al diálogo” (ídem). La cabeza de la oposición, el
Frente de Salvación Nacional, con fuertes vasos comunicantes con el
establishment y las potencias occidentales, trabajó en esa dirección.
Las fuerzas armadas han tomado ese
libreto y “pondrían en marcha una serie
de medidas, que se aplicarían con la participación de todas las fuerzas
políticas” (Clarín, 2/9). El Ejército “planea
suspender la Constitución, disolver el parlamento e instaurar un gobierno de
transición liderado por el presidente de la Corte Suprema” (Ambito, 3/7).
El plan “incluye un breve periodo de
gobierno interino que será seguido por elecciones presidenciales y
parlamentarias”, según el parte dado a conocer por la agencia estatal de
noticias del país. El gobierno militar debe atravesar un campo minado. La
posibilidad de pilotear el proceso dependerá de los acuerdos políticos que
logre enhebrar con el conjunto de partidos, incluido el propio movimiento
islámico depuesto.
“El
jeque de la institución islámica de Al Azhar, Ahmed al Tayeb, el papa copto,
Teodoro II, el representante de la oposición, Mohamed El Baradei, y jóvenes del
movimiento “Tamerod” anunciaron junto a jefes militares la hoja de ruta que se
aplicará para sacar a Egipto de la crisis” (El País, 3/6). La agenda deberá
pasar la prueba de intereses contradictorios y hasta antagónicos. Por un lado,
el gobierno deberá retomar las negociaciones empantanadas con el FMI y buscar
sellar un acuerdo. Por el otro, está la agenda de las masas, cuyas demandas
apremiantes entran en choque con las pretensiones del capital y de sus órganos
financieros. Se pondrá a prueba la capacidad de pilotear la crisis, en momentos
que se agrava la bancarrota capitalista y se traslada a los países emergentes.
La luna de miel puede terminarse muy rápido. Lo que está claro es que el
escenario donde deberán operar los militares está dominado por la iniciativa
popular. Dos años después de la destitución de Mubarak, esa iniciativa ha
provocado la caída del islamismo, una de las principales cartas de las que se
viene valiendo el imperialismo para frenar la revolución que sacude al mundo
árabe.
Pablo
Heller
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