Adonde va
Venezuela*
Las
elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre, en Venezuela, son
observadas con mucha atención, por el impacto político que tendrán en América
Latina (y no sólo), cualesquiera sean sus resultados. Hugo Chávez enfrenta en
las urnas, por primera vez en la larga década de su gobierno, a una oposición
unificada. Los llamados ‘escuálidos’ siguieron una línea golpista hasta una
fecha tan avanzada como el año 2007, cuando Chávez ya tenía siete años de
gobierno. Luego hicieron un repliegue hacia la legalidad electoral sin mayores
alcances, pero a partir de ahí obtuvieron dos éxitos significativos: primero,
derrotaron un intento de Chávez de reformar la Constitución y, luego, ganaron,
en términos de votos, las parlamentarias y a gobernadores hace dos años. En las
primarias en las que eligieron a su candidato, Henrique Capriles, los
opositores unificados consiguieron una concurrencia elevada, alrededor de tres
millones de electores -cuando el padrón electoral de Venezuela acoge a quince
millones de votantes. Chávez carga la mochila del cáncer que le fue tratado
durante varios meses. Si la sospecha de que persiste se confirma, en octubre no
se estaría votando su candidatura, sino la de su sucesor -el cual, de acuerdo a
la Constitución venezolana, recaería en la persona que designe Chávez, incluso
después de electo. La masa chavista, sin embargo, no aprecia políticamente a
ninguno de los que podrían ocupar ese lugar -a los que el lenguaje popular ha
designado como “derecha endógena”. Chávez tiene esto muy claro, por lo que ha
adoptado medidas excepcionales para la eventualidad de su desaparición física.
Las puertitas
de la oposición
Los
sondeos de opinión -muy cuestionados- le dan la victoria a Chávez, pero también
registran un acortamiento de las distancias. El viernes pasado, en un discurso
ante delegados de la Central sindical estatizada, Chavéz reconoció el progreso
de Capriles y anunció que la diferencia en la intención de votos a su favor era
inferior a la que él hubiera deseado. Henrique Capriles, que le ganó al
chavismo el importante estado de Miranda hace tres años, está desarrollando un
activismo extraordinario -entre otras cosas para acentuar una contraposición
morbosa entre su salud, en apariencia robusta, y las dificultades de Chávez.
Pero en sus comicios reúne una cantidad apreciable de gente -esto a pesar del
monopolio apabullante de los medios de comunicación chavistas, de la cesión
obligatoria de espacios a la propaganda del gobierno y del uso de la cadena
nacional para exhibir al Presidente durante un tiempo horario ilimitado. Ocurre
algo parecido a lo que pasó en Argentina en 2008, cuando el movimiento del
capital sojero reunió a mucha gente, lo que se reflejó luego en la derrota del
kirchnerismo en 2009. Algunos sectores de izquierda toman esta circunstancia
para caracterizar el apoyo a Capriles como democrático, pero se trata de un
error, porque su dirección es oligárquica. América Latina conoció muchas
experiencias ‘democráticas’ de ese tipo, como el derrocamiento del nacionalista
boliviano Villarroel, en 1946, o de Perón, en 1955. De todos modos, la unidad
de la oposición es, en gran medida, una fachada. Bajo el asesoramiento de un ex
jefe del partido comunista que se pasó al ‘neoliberalismo’, como tantísimos de
sus congéneres, Capriles desarrolla una campaña de ‘paz y amor’, a la Lula,
apoyado precisamente por una consultora brasileña ligada al gobierno de
Roussef. También Chávez tiene asesoramiento lulista (como lo tuvieron el
peruano Humala, el salvadoreño Funes y el hondureño Zelaya) -es decir que
Brasil ha puesto sus huevos en las dos canastas.
La
derecha de la oposición rechaza la orientación ‘petista’ de Capriles: como
descuenta una derrota electoral, reclama una campaña violenta, que denuncie el
derrape de Venezuela hacia el comunismo y el castrismo, de modo de preparar las
condiciones para un retorno a los métodos golpistas -en especial si, como
anhela, Mitt Romney se alza con la presidencia en Estados Unidos. Advertido de
la operación republicana, Obama declaró, recientemente, que “Venezuela no
representa una amenaza a la seguridad de Estados Unidos”. Tampoco podía decir
otra cosa, después de la venia que le había dado al colombiano Santos para que
se embarque en conversaciones con las Farc, con la mediación de Cuba y
Venezuela. Obama es el gestor principal de estas conversaciones -como lo ha
dejado en claro la Cancillería norteamericana. El ingreso de Venezuela al
Mercosur y el inicio de conversaciones con las Farc representan dos auxilios
políticos a la campaña de Chávez, que han dejado en minoría a los sectores más
recalcitrantes del ‘establishment’ internacional. Pero también sirve a las
‘palomas’ de la oposición venezolana, que han evitado pronunciarse contra un
hecho como contra el otro, para poder ser vistas como un recambio que respetaría
los acuerdos internacionales.
Nacionalismo
en ruinas
La
campaña electoral apenas logra disimular las dificultades insalvables por las
que atraviesa el régimen chavista (el chavismo es una organización ‘sui
géneris’ del poder estatal, no solamente un gobierno). Lo ponen de manifiesto
las sublevaciones y matanzas en las cárceles, la violencia cotidiana y el
reciente incendio de una de las refinerías más grandes del mundo. El régimen
chavista, como tal, se encuentra en pleno desbande. La diferencia histórica del
chavismo y los ‘escuálidos’ -si la renta petrolera debía servir para financiar
el gasto asistencial de las mayorías empobrecidas o alimentar a los accionistas
internacionales- concluye en una situación de desorganización económica
descomunal, obsolescencia de PDVSA, despilfarro de gastos sociales y una
desvalorización espectacular de los salarios de la clase obrera. Lo singular de
la situación de Venezuela es que una victoria bolivariana sólo serviría para
dejar al desnudo esta desorganización y precipitar una crisis política. El
precio elevado del petróleo, como ocurre en la Argentina con la soja, es visto
como una carpa de oxígeno para el régimen -entendido así tanto por el
oficialismo como por la oposición, pero opera, en realidad, como un factor adicional
de disolución económica. Es que acentúa, por un lado, los desequilibrios
internos (desindustrialización y dependencia del petróleo) y, por el otro, la
tendencia al despilfarro. El flujo de dinero no puede superar la debilidad
estructural del capitalismo nativo en todas sus manifestaciones. La pretendida
eliminación de los intermediarios comerciales, por medio de mercados estatales,
no ha hecho la menor mella en una inflación que supera el 20% anual. A pesar de
la cotización del petróleo, el déficit financiero y operacional de PDVSA se
acentúa y la obliga a recurrir a deuda externa. Es que la inflación catapulta
sus costos de producción; PDVSA liquida sus divisas en el mercado oficial, el
cual está un 50% por debajo del paralelo. El incendio de la refinería de Amuay
es una manifestación de este desgaste, lo mismo que la incapacidad para
financiar una refinería en Pernambuco, con la que se había comprometido con
Brasil. El chavismo enfrenta este desbarajuste con la reducción relativa de los
salarios de los trabajadores petroleros, quienes ganan entre 2.500 a 3.000
pesos argentinos. No sorprende, entonces, que el gobierno ejerza una brutal
regimentación contra los sindicatos y persiga a los activistas independientes y
clasistas. El contrato colectivo petrolero se aprobó apenas hace mes y medio,
luego de estar vencido desde octubre de 2011. Se logró por la presión de sus
trabajadores, que obtuvieron un incremento irrisorio de 30 BsF a la firma y 10
bolívares más en enero de 2013. Esto demuestra que los trabajadores, sean o no
chavistas, no dejarán de luchar a pesar de la descarnada regimentación en la
que se encuentran. Los trabajadores de Sidor le hicieron doblar el brazo, la
semana antepasada, cuando se comenzó a discutir un convenio demorado por
treinta meses.
El
oficialismo, no importa lo que digan sus encuestas, también se prepara para lo
peor: una derrota electoral o, alternativamente, un resultado disputado. Chávez
ha nombrado un Consejo de Estado, el que no había figurado como institución a
lo largo de su gobierno. Es decir que contempla -en caso de derrota,
incertidumbre o una fatalidad personal- el pasaje del gobierno a los militares.
En efecto, las fuerzas armadas son la médula o el hueso duro del régimen
bolivariano; por eso el choque más importante dentro de la oposición es,
precisamente, la cuestión militar, que la extrema derecha quiere abordar con
depuraciones y expulsiones. Los izquierdistas que describen al gobierno
bolivariano como un ‘empoderamiento’ del pueblo, se hacen los distraídos acerca
de su naturaleza militar. Si una disputa por los resultados -como ocurrió con
el referendo sobre la Constitución, en 2008- desatara una crisis política, una
de las alternativas probables será la mediación internacional de Unasur -a eso
se deben los guiños de la oposición al bloque regional. Semejante mediación
sería terminal para el gobierno actual, pues sería un reconocimiento de su
falta de sustentación.
En
los círculos cerrados de la oposición también se evalúa la situación post
electoral, en especial porque una derrota neta la condenaría a un largo
ostracismo y dejaría sin salida a la burguesía local que la apoya. El ex
presidente de Colombia, Uribe, ya ha empezado una agitación golpista contra
Santos, la que está dispuesto a convertir en regional. Los golpes que
derribaron a Zelaya y a Lugo han sido mistificados como ‘parlamentarios’, pero
-en realidad- fueron golpes militares, activo en el caso de Honduras, y
‘neutral’ en el de Paraguay.
Nuestra
posición
Cuando,
en abril de 2002, las masas salieron a la calle contra el golpe y ganaron la
adhesión de las tropas, Venezuela asistió a una irrupción histórica del pueblo,
aunque sin una traducción independiente en el campo político (al salir de la
prisión, Chávez las llamó a “volver a casa”). Lo mismo ocurrió en enero del
2003, cuando la clase obrera petrolera enfrentó el sabotaje petrolero de los
agentes internacionales en PDVSA. Ese fenómeno popular es cosa del pasado;
ahora se reúnen multitudes regimentadas. Se trata de una distinción fundamental
a la hora de determinar una política socialista, porque apoyar a las primeras
manifestaciones, con banderas propias, sirve para desarrollar la experiencia
del pueblo; en cambio, hacerlo con las segundas es, simple, seguidismo y
abandono de los objetivos estratégicos. La experiencia nacionalista en
Venezuela dio lo que podía, ahora se encarna en un régimen fosilizado. Es lo
que habría que explicar, en nuestra opinión, a los trabajadores.
Jorge Altamira
*
Publicado
en Prensa Obrera, periódico semanal de Partido Obrero de Argentina, en su
edición N° 1.238 del 6 de septiembre de 2012. http://po.org.ar/po1238/2012/09/06/adonde-va-venezuela/
No hay comentarios:
Publicar un comentario