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miércoles, 14 de enero de 2015

Je suis Charlie?

Je suis Charlie?

Enero 10, 2015 en Análisis político Por Alejandro Guerrero (@guerrerodelpo)
http://revistaelotro.wordpress.com/2015/01/10/je-suis-charlie/

José Antonio Gutiérrez Díaz es un historiador anarquista, colombiano. Desde su residencia en Dublín ha escrito un artículo sobre la masacre parisina. Lo tituló “Je ne suis pas Charlie” (“Yo no soy Charlie”, el mismo titular que usó para una declaración el fascista francés Jean-Marie Le Pen).

Sobre las características de Charlie Hebdo, dice Gutiérrez:

“No se trata de inocentes caricaturas hechas por librepensadores (…) se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (…) cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar”.[1]
Dejemos por un momento a un lado que, desde ese punto de vista, solo podrían publicarse “inocentes caricaturas hechas por librepensadores” porque, caso contrario, resultaría muy explicable que una horda armada entrara en la sala de dibujo y ametrallara a todo el mundo. En todo caso se trataría, como ha dicho alguien, de la “cosecha bárbara” de “la provocación”. La decana de la facultad de Periodismo de La Plata, Florencia Saintout, dijo que “ningún homicidio se justifica, pero tienen su contexto”. Una perogrullada, una obviedad poco inocente en este caso. El contexto (ella no lo dice) debe ser, quizás, el que desarrolla Gutiérrez.
Gutiérrez Díaz dice en su artículo que le parece “una atrocidad” el atentado por una razón, entre otras, peculiar: una redacción periodística, según él, no puede ser “un objetivo militar”. Es una postura de anarquista light, de anarquismo devaluado, separado por completo del viejo anarquismo obrero de hace un siglo que, de algún modo, se vinculaba incluso con la dictadura del proletariado.
En verdad, los medios de comunicación han sido objetivos militares en todas las guerras modernas. Por ejemplo, en julio de 2006, cuando Israel invadió el Líbano, sus objetivos iniciales fueron blancos civiles: el aeropuerto de Beirut… y el canal de televisión de Hezbollah, destruido en el primer bombardeo. El fracaso de esa invasión empezó cinco minutos después, cuando la emisora atacada reanudó sus trasmisiones desde una banda de emergencia. Los bombardeos de la aviación cubana de Fulgencio Batista, que batieron la Sierra Maestra en 1958 con una intensidad que solo se vería después en Vietnam, tenían el propósito explícito de matar a la conducción guerrillera y acallar Radio Rebelde. La emisora insurgente no cesó nunca sus trasmisiones, lo cual indicaba que Batista estaba perdido. Más tarde, la vitalidad de las guerrillas salvadoreñas del Frente Farabundo Martí se comprobaba porque los militares fracasaban una y otra vez en sus intentos de suprimir las emisiones de Radio Venceremos.

Ahora bien ¿tiene algo que ver con esos antecedentes el ataque a Charlie Hebdo? ¿Se trató de una respuesta defensiva, bárbara pero explicable desde ese punto de vista, de los oprimidos contra los opresores, como sugieren Gutiérrez Díaz y Saintout, entre otros?
Debe admitirse que las tapas de Charlie Hebdo han alcanzado un grado de provocación inaudito, con caricaturas del Papa haciéndose arrumacos con un guardia suizo mientras exclama “¡al fin libre!”. O esa otra que muestra a la Santísima Trinidad en un trío sexual, en el cual, como en aquellos trencitos del marqués, el que va atrás se la pone al de adelante. U otra caricatura magnífica de Francisco, vestido de prostituta mientras ofrece servicios sexuales en la calle. Y los dibujos del profeta Mahoma, claro está, usados de excusa por los masacradores.
Corresponde defender intransigentemente esas provocaciones, sobre todo porque, en este caso, la creación artística está al servicio de la desmitificación satírica de los extremismos religiosos, de ese opio con el cual los reaccionarios intentan dividir a los pueblos explotados, a los trabajadores. Un párrafo aparte merecen los gobernantes que hablan de libertad de expresión. Esa libertad es una abstracción ficticia del liberalismo. Conquistarla es tarea de los trabajadores, en las redacciones y fuera de ellas.
No obstante, aún no llegamos a la sustancia del problema, que radica en lo siguiente: esta no fue una acción defensiva, bárbara o lo que fuese, de oprimidos contra opresores. Esta fue la acción de un grupo fascista, de una organización terrorista que opera con sus crímenes, ante todo y sobre todo, contra la propia población árabe y musulmana en Oriente Medio.

Estado Islámico, que declaró “combatientes heroicos” a los atacantes de la redacción de Charlie Hebdo, no es una organización musulmana sino un grupo fascista, terrorista, que ha provocado miles de muertos y un millón de desplazados entre la población árabe y musulmana de los territorios que controla en el este de Siria y en el norte y el oeste de Irak. La televisión occidental les ha dado fama por el decapitamiento filmado de tres o cuatro periodistas de Estados Unidos o Europa, pero el gran terror lo ejerce EI contra los árabes.

El líder de EI es el califa Abu Bakr al-Baghdadi, un jeque multimillonario que ahora exporta gas y petróleo del territorio que tiene ocupado. Es, al igual que sus rivales imperialistas, un rapiñero lanzado al asalto de los recursos naturales de Oriente Medio. Por eso está en guerra abierta contra las tribus musulmanas sunnitas, porque ellas son mayoría en esos territorios. De ahí que la sharia, o “ley islámica”, tiene para EI una utilidad práctica bien material y mundana: no es una herramienta religiosa sino una ley del terror contra la población de los territorios ocupados. Para eso le sirven las crucifixiones y decapitaciones en masa… de musulmanes, no de periodistas y dibujantes franceses. Ocho millones de personas viven bajo la ocupación terrorista del califa. Ahora, incluso el jefe de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, le ha advertido que semejante terror contra la población árabe le hará perder “el corazón y la cabeza de los musulmanes”. Ese es el “contexto”, señora Saintout…

El poder de fuego de esos fascistas es enorme. Tienen artillería pesada, ametralladoras, lanzaderas de cohetes, baterías antiaéreas, tanques y vehículos blindados. Medios norteamericanos denuncian abiertamente que EI recibe financiamiento de jeques árabes de Qatar y Arabia Saudita, aliados de los Estados Unidos. Los yanquis (también los franceses) los dejan hacer, los contienen con cuentagotas. En cambio, el avance de EI en Irak ha sido detenido, a veces en combates cuerpo a cuerpo y casa por casa, por las milicias del Partido Revolucionario de los Trabajadores del Kurdistán, el PKK, que han tenido en este caso un comportamiento heroico contra una fuerza muy superior en armamento.
El ataque en París ha tenido el objetivo de provocar más terror, sobre todo a los trabajadores franceses, sean cristianos, ateos o musulmanes (era musulmán el policía que remataron en el piso cuando escapaban). Para la derecha francesa esto es una fiesta: Marine Le Pen ya pidió un plebiscito para reinstaurar la pena de muerte; el presidente “socialista” Francois Hollande se ha juntado con su antecesor, Nicolás Sarkozi (el que llamó “escoria” a los habitantes de los suburbios pobres de París), para proclamar la “unidad nacional”, pero una unidad entre ellos solo puede operar contra los trabajadores; al mismo tiempo, fascistas de un signo y de otro (o del mismo) atacan mezquitas o supermercados de comida kosher.

Esa sensación, agitada por los medios, de que Francia está “bajo fuego”, apunta a paralizar a los trabajadores que enfrentan la crisis capitalista. Y, sobre todo, intenta preparar a la opinión pública para que acepte nuevos bombardeos contra la misma población árabe a la que Estado Islámico aterroriza. La “unidad nacional” de una potencia imperialista significa represión contra sus propios trabajadores, contra sus minorías, y nuevas masacres contra los oprimidos de la periferia. Es una lisa y llana traición, por ejemplo, el bochorno de Evo Morales cuando le hace llegar su solidaridad “al gobierno de Francia”. Esa es una solidaridad con el imperialismo y contra los explotados franceses, contra el pueblo palestino, contra la revolución árabe en curso. Es, también, una pleitesía canallesca para con los opresores de Bolivia.
Por todo eso, frente al ataque fascista, sí, je suis Charlie.

[1] En http://www.semanariovoz.com/2015/01/07/je-ne-suis-pas-charlie-yo-no-soy-charlie/

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