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¡LOS TRABAJADORES DEBEN TOMAR EL PODER!



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viernes, 13 de diciembre de 2013

Nelson Mandela


Nelson Mandela


Quizá la palabra que más recorra las redes sociales en relación a Mandela sea “magnanimidad”, la virtud que, según el arzobispo Desmond Tutu, caracterizaba al líder que acaba de morir y habría sido puesta a prueba a la hora de evitar la guerra civil que se avizoraba en Sudáfrica a inicios de la década del ’80.

Los primeros intentos de negociación del gobierno del Apartheid y el líder negro –tendientes a lograr un acuerdo de unión nacional entre la minoría blanca y el Congreso Nacional Africano (CNA) – se produjeron en 1985 y Nelson Mandela se retiró de la vida política en 2004. Son esos 19 años, en una vida política que se extendió por casi setenta, los que reivindica la burguesía mundial. Mandela se había unido al CNA (movimiento nacionalista burgués) en 1943. Fundó su juventud y, desde su dirección, luego de la imponente huelga obrera en mayo de 1950, desenvolvió un vínculo estrecho con el Partido Comunista de Sudáfrica –estalinista– y con la dirección de los sindicatos la central Cosatu, que forman parte hasta el día de hoy de la “orgánica” del movimiento. En 1955, el CNA aprobó la Carta de la Libertad, que llamaba a la nacionalización de los bancos, las minas de oro y los latifundios, en la perspectiva de un “capitalismo negro”. Como Mandela se ocupó de explicar, en un artículo publicado entonces, “la ruptura y democratización de estos monopolios abrirá campos frescos para el desarrollo de una próspera clase burguesa no europea”. La Carta se oponía a la lucha de clases: “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, negros y blancos”.

La crisis internacional

Hacia 1985, Sudáfrica vivía una situación revolucionaria. El gobierno enfrentaba una colosal crisis, sitiado por una ola de huelgas obreras y rebeliones de la juventud. Al mismo tiempo, el CNA enfrentaba la oposición política del Congreso Panafricanista, partidario de la acción directa y la lucha armada y opuesto a la política de conciliación. Entonces, el gobierno del Apartheid resolvió iniciar negociaciones con el líder del CNA en prisión, al mismo tiempo que declaraba la ley marcial para aplastar la insurrección que tenía como protagonista a la juventud negra.

En ese cuadro, el régimen adoptó una política consciente de asesinatos para eliminar potenciales oposiciones al acuerdo. El 13 de septiembre de 1989, dos meses después de la primera reunión oficial entre el presidente y Mandela, fue asesinado por un “grupo de tareas” Anton Lubowsky, un abogado blanco defensor de los perseguidos por el régimen, inmensamente respetado por el movimiento de lucha.

En 1993 cayó del mismo modo Chris Hani, el dirigente más reconocido, junto a Mandela, del CNA; secretario general del PC y líder del movimiento armado del CNA –Umkhonto we Size, “La Lanza de la Nación”. El asesinato se produjo ante un impasse en las negociaciones gobierno-CNA para llegar a una constitución “consensuada” y formó parte del mar de sangre obrera y juvenil con que se quiso “amasar” el acuerdo. Por ese tiempo, y ya en libertad, Mandela había sido ferozmente abucheado en el estadio Jambulami por haber exhortado a “considerar como amigos a los viejos enemigos”. Aun así, la dirección del CNA se apresuró a declarar que el asesinato de Hani no llevaría a una suspensión de las negociaciones.

En los finales de 1993, una mujer negra fue elegida por primera vez Miss Sudáfrica, y Mandela y el presidente De Klerk recibieron en paridad… el premio Nobel de la Paz.

El supuesto fin del Apartheid se consumó en 1994, en un período de aguda crisis –el Muro de Berlín había caído en 1989, la burocracia de la URSS asistía a su retirada y desintegración, Bush padre era derrotado por Clinton, como expresión de un giro político provocado por el impasse de la Guerra del Golfo y el fin de la “era Reagan”. En el mismo período en que se consumó el pacto en Sudáfrica se produjo el acuerdo “histórico” entre la OLP y el Estado de Israel (1993), que consagró la renuncia definitiva al objetivo de crear un Estado palestino independiente y el cese de la Intifada, el levantamiento nacional palestino iniciado en 1987. Bajo la estricta orientación de la diplomacia norteamericana, se consagró una victoria estratégica del imperialismo con la complicidad de la burocracia de la URSS y los elencos nacionalistas.

“Transición” e indulto

El pacto del gobierno y el CNA, un cogobierno a esa altura, estableció elecciones con participación de los negros en 1994, con un gobierno de transición en que la configuración del gabinete debía reflejar la proporción de votos obtenida por cada partido. Dio garantías de que ni los funcionarios blancos, incluidos los militares, iban a perder sus puestos, ni los granjeros blancos sus tierras –sesenta mil blancos poseían el 87% de las tierras cultivadas y el 90% de la producción agrícola. No habría juicio y castigo por la masacre operada en el país. El nuevo gobierno “negro” bajo la presidencia de Mandela constituyó una Comisión de la Verdad y la Reconciliación, fundada sobre la base de exceptuar de castigo a todo aquel que denunciase los asesinatos producidos.

Mandela y el CNA accedieron al poder bajo un pacto secreto por el cual debía reducirse el déficit, subir las tasas de interés y abrir la economía, a cambio de un préstamo del FMI.

Las leyes del Apartheid –de Servicios Separados, que prohibía a las personas negras entrar en las mejores playas y parques, o de Inscripción de la Población, que compartimentaba a los grupos raciales y establecía sus privilegios, y alguna otra– fueron anuladas, pero su alcance fue meramente formal en la medida que no se alteraron las bases sociales y políticas del régimen.

Utilizada como arma política contra la rebelión obrera y juvenil, la consigna “un hombre, un voto” permitió preservar íntegramente el régimen social fundado por la minoría blanca. Consumar la integración del movimiento nacionalista al Estado y la defensa de los privilegios de la clase explotadora “histórica”, no ya en el terreno racial que se reveló agotado, sino en un terreno de clase.

Marikana y el futuro

El ex dirigente sindical Cyrill Ramaphosa fue la mano derecha de Nelson Mandela en las negociaciones por el “fin” del Apartheid. Hoy, su fortuna está entre las diez más importantes de Sudáfrica. Fue uno de los beneficiarios de la política de “otorgamiento de poder económico a la comunidad negra”, establecida como soporte del “capitalismo negro”, por el que abogaba Mandela.

Los índices de crecimiento económico de Sudáfrica desde el ’94 ocultan el enriquecimiento inmenso de la minoría blanca y esta nueva elite negra en el poder, mientras más de la mitad de la población sigue anclada en la pobreza y la indigencia. El gobierno miente sobre la desocupación, que reconoce en un 25%, siendo que es del 40 y entre los jóvenes, del 60.

Los puestos más descalificados siguen siendo ocupados por los negros, tres cuartas partes de los alumnos blancos completan el último año de la escuela secundaria, pero los alumnos negros sólo un tercio.

Cyrill Ramaphosa mutó de fundador de la central de trabajadores –Cosatu– a ser parte del Consejo de Administración de la empresa que enfrentó la enorme huelga minera en Marikana (agosto de 2012), cuando la policía mató a tiros a 34 mineros en una mina de platino. Desde entonces, las huelgas, movilizaciones y protestas son una constante en el país. Las huelgas mineras están dirigidas, en gran cantidad de casos, por el AMCU, un sindicato independiente que ha impulsado la elección de comités de huelga, enfrentando a la burocracia sindical.

La crisis mundial ha terminado de dislocar la obra que la burguesía exhibe como fruto histórico de la humanidad en la persona de Mandela. Los pulpos mineros están obligados a un “ajuste” por el derrumbe en la demanda internacional del platino y otros minerales, y deben enfrentar la oposición violenta de los trabajadores. Marikana no sólo fue una huelga y rebelión obrera por el salario, es la expresión del agotamiento del régimen fundado hace 19 años y que ha “vendido” a obreros, jóvenes y explotados como el fin de su larga odisea bajo el gobierno del opresor blanco.

Ni uno solo de los problemas de las masas, ni siquiera la discriminación, ha sido resuelto. A través del nacionalismo capitalista, la burguesía mundial enfrentó el reclamo por la nacionalización de las minas y de las tierras, que son las consignas que hoy vuelven a formar parte del debate político frente al agotamiento del régimen y el gobierno. Y que, en definitiva, constituyen la plataforma de un gobierno de trabajadores.

La clase obrera y la juventud –negra y blanca– de Sudáfrica tienen la palabra.

Christian Rath

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