Siria en la encrucijada
El proceso político en Siria resulta de una enorme complejidad, agravada por las deformaciones mediático-políticas del imperialismo. Luego de diez meses de levantamiento popular, el régimen de Bashar Al Assad sufrió una fractura parcial del aparato represivo cuando un sector de los oficiales se pasó al campo de la rebelión popular y a constituir el Ejército Libre de Siria (ELS). Otro sector de desertores del régimen formó su propia milicia. Al Assad mantiene el control del grueso del aparato estatal, lo que le permite persistir en una dura represión con tanques y artillería contra bastiones opositores como Homs y Hama.
Mientras tanto, la situación social se agravará considerablemente no sólo por los enfrentamientos militares, sino por el boicot comercial de las principales potencias, las que reclaman la caída del gobierno y la formación de un gobierno de coalición. La devaluación de la moneda ha generado una corrida al oro (Financial Times, 31/1). El deterioro de las condiciones materiales de las masas activó las protestas en los suburbios de Damasco que, hasta el momento, estaban aislados de la rebelión por un verdadero amurallamiento realizado por el gobierno. El levantamiento popular en Siria se originó en el interior rural del país, pero las protestas comienzan a alcanzar a los centros urbanos y provocan una serie de huelgas.
Oposición e imperialismo
El imperialismo ha incrementado la presión para controlar una salida política a la crisis. La oposición al régimen se encuentra divida en dos campos: por un lado, el Consejo Nacional Sirio (CNS) (principalmente, los Hermanos Musulmanes) con base en Estambul, y el ELS, los que propugnan una intervención militar de la Otan en el país encabezada por Turquía y, por el otro, se coloca el Cuerpo Nacional de Coordinación, que reúne a "la mayoría de los activistas locales que organizan las protestas populares" y "están en contra de cualquier invasión" (El País, 28/1). El fracaso del operativo para unificar a las dos formaciones en una sola plataforma significó un duro golpe para allanar el camino a una intervención de la Otan, que cuenta con el apoyo del sionismo.
Rusia -con fuertes intereses en Siria, donde mantiene la única base militar fuera de su territorio- se opone a cualquier intento de intervención militar. Moscú quiere evitar "el error libio", donde la intervención militar en ese país significó "un fiasco para Rusia con un nuevo gobierno que castigó a las empresas rusas y chinas por su apoyo al anterior régimen" (Financial Times, 25/1). De acuerdo con El País (4/2), "las autoridades de transición libias declararon que los contratos firmados por el régimen con Rusia y China serían seguramente cancelados, ya que esos países no habían participado activamente en la lucha contra la tiranía". Las "autoridades libias", en realidad, no pinchan ni cortan: son los rivales capitalistas los que han desalojado a China y Rusia del mercado libio. El gobierno de Trípoli ya reconoció al CNS como gobierno legítimo de Siria.
En un plano más general, "la política (del imperialismo) sobre Siria es parte de la guerra contra Irán" (Financial Times, 30/1). Es decir, la intervención del imperialismo en Siria está vinculada con la preparación de un ataque a Irán y, de un modo general, condicionar la reorganización de la región luego de la revolución árabe. El flamante gobierno de Túnez impulsa una intervención militar extranjera en Siria.
La Liga Arabe y Estados Unidos -una pantalla de las petromonarquías- promueven una llamada "salida Yemen", pero un reemplazo de Al Assad por el vicepresidente y la formación de un gobierno de ‘unidad nacional' equivaldrían a la colonización de Siria. Es un pretexto para superar la división de la oposición y embarcarla toda en el apoyo a una salida imperialista. La salida revolucionaria consiste en derrocar a la dictadura siria, con total independencia del imperialismo y la formación de un gobierno de los explotados de Siria, sin divisiones confesionales. Como ya ocurrió en Libia, hay quienes justifican el apoyo a las masacres del gobierno contra la rebelión popular -a la que describen como un complot de las cancillerías occidentales. Pero eso implica que los revolucionarios colaboren con la masacre de las masas hoy insurrectas contra un gobierno contrarrevolucionario, que ha estado aliado históricamente a la reacción árabe. Significa convertir a la izquierda revolucionaria en verdugo del pueblo al servicio de una camarilla capitalista. Ya pasó más de medio siglo de la fecha en que el partido Baath (de Siria e Irak) se postuló como una alternativa de unidad árabe antimperialista, fracasó en forma miserable y se convirtió en instrumento ocasional de las conspiraciones del imperialismo y el sionismo. Los revolucionarios árabes deben sumarse a la rebelión popular denunciando la cueva imperialista que es el Consejo Nacional de Transición, un grupo sin raíz en el país, que opera como títere del imperialismo mundial.
El apoyo público que los Hermanos Musulmanes están dando a una intervención militar debe ser aprovechado para desacreditarlos en el Medio Oriente -donde tienen enorme predicamento y han copado, en forma transitoria, las revoluciones en Túnez y Egipto.
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