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VENEZUELA
No votamos por los candidatos de Chávez
El domingo tendrán lugar las elecciones parlamentarias en Venezuela, a las cuales se presentará por primera vez la oposición financiada por el Departamento de Estado de Obama. Había boicoteado las anteriores con la expectativa de producir un derrocamiento violento del gobierno. Las encuestas dan ganador al chavismo por el 53% contra el 47%, un margen estrecho que no impediría -según varios observadores, que obtenga una mayoría de dos tercios y, con ello, la seguridad de que pasarán todos los proyectos que envíe el Ejecutivo. En Venezuela, de todos modos, rige una ley habilitante que le permite a Chávez tomar medidas sin pasar por el Parlamento. La financiación exterior que recibe la derecha (que sigue siendo tal aunque la integren grupos de izquierda como el maoísmo y ex trotskistas) está más que compensada por la suma abrumadora de dinero que ha salido de las arcas oficiales y por el abrumador control de los medios por parte del chavismo, incluida la posibilidad de valerse de la cadena de medios en cualquier momento. El resultado electoral será juzgado por los votos y no por las bancas que se obtengan, y por el peso que tengan los centros urbanos en esos votos. En las elecciones estatales y municipales de hace un año y medio, la oposición obtuvo la mayoría en las ciudades más grandes, aunque fuera derrotada en el conjunto del país.
La novedad de estas elecciones es su escenario social, el que se ha deteriorado en forma marcada como consecuencia de una caída fuerte de la actividad económica y una inflación enorme. Al mismo tiempo, se ha producido un incremento extraordinario de la inseguridad ciudadana: entre un aparato de seguridad que está lejos de haber completado la reorganización que impulsa el gobierno y una fuerte infiltración paramilitar, Venezuela se encuentra en un verdadero estado de emergencia en la materia. La derecha ha tenido dificultades en capitalizar esta crisis debido a que ha sido incapaz de presentar una alternativa. Si lo hiciera, propondría un ajuste anti-popular y, en lo relativo a la seguridad, una orientación como la que siguen México, por un lado, donde la situación es desesperante, o Colombia, donde los paramilitares siguen actuando a sus anchas.
La peculiaridad política de Venezuela consiste en que Chávez ha montado un aparato para-estatal, o sea paralelo al Estado oficial. El régimen reivindica para sí el haber circunvalado a las instituciones heredadas mediante la creación paralela de pseudo instituciones, como ocurre con las Misiones, que atienden la salud, la vivienda, la educación y otros servicios sociales. En lugar destruir el viejo aparato y reemplazarlo por otro basado en la deliberación popular, lo ha dejado al garete, lo cual ha desgastado la infraestructura social que ya existía y le ha valido la oposición militante de los trabajadores de servicios sociales estatales. Ha ido más lejos aún luego de perder municipios y gobernaciones a manos de la oposición en las elecciones pasadas, pues el Estado nacional les quitó la jurisdicción sobre la infraestructura existente e incluso armó órganos municipales rivales del Estado municipal existente. La pregunta es hasta dónde irá si ahora pierde el control de la Asamblea Nacional, como ocurriría incluso si no obtiene los dos tercios. Cuando los chavistas reivindican que sus transformaciones son democráticas y pacíficas, aluden precisamente a que no han destruido el viejo Estado ni construido uno nuevo, sino que han creado poderes rivales dentro del mismo aparato del viejo Estado. Un exabrupto mortal para cualquier régimen político.
Donde el chavismo ha hecho una excepción es con la clase obrera, a la cual ha impedido construir una central sindical independiente con una interferencia permanente contra las expresiones combativas y autónomas de los trabajadores. Ha creado un paralelismo sindical peculiar al fomentar agrupamientos sindicales chavistas que bloqueen la formación de una central sindical autónoma. En ningún terreno ha sido el chavismo más consecuente que en sus intentos de regimentar al proletariado, de estatizarlo. En las empresas nacionalizadas domina una burocracia estatal digitada que sigue la orientación propia de cualquier régimen capitalista. El chavismo es la expresión más pura del nacionalismo de contenido burgués (defensa del orden capitalista) en toda América Latina. Nuestra oposición fundamental al chavismo tiene por eje, precisamente, nuestro irreductible rechazo a cualquier forma de estatización de la clase obrera. Sólo un proletariado independiente y confiado puede desarrollar una revolución socialista.
Chávez ha producido nacionalizaciones generalizadas de empresas, las cuales ha pagado a precio de oro, con la intención de que el Estado desarrolle un mercado interno y rompa la dependencia histórica de la monoexportación petrolera. Hasta ahora, sin embargo, PDVSA y el petróleo siguen siendo responsables por más del 90% de los ingresos fiscales y de las exportaciones. Chávez ha independizado a PDVSA de sus gerentes extranjeros o cipayos -e incluso del control informático que ejercía sobre ella la CIA. Pero, al mismo tiempo, ha abierto la cuenca del Orinoco a la penetración del capital extranjero, que con el tiempo hará valer su superioridad en su sociedad con el Estado. En el marco de la crisis mundial de los hidrocarburos, esta apertura a los capitales extranjeros le ha valido un importante apoyo internacional. En el plano de las relaciones regionales, los regímenes chavistas han hecho sus paces con el uribismo colombiano, como lo prueba el acuerdo de monitoreo de fronterías firmado entre Chávez y el colombiano Santos. Hace 72 horas, una operación del ejército colombiano contra las Farc, en el sur del país, fue coordinada con las fuerzas de seguridad del bolivariano Correa, el presidente de Ecuador. La ‘seguridad democrática' en la Gran Colombia empieza a asomar la cabeza.
El ingreso de la oposición a la Asamblea Nacional no tendrá como resultado una parlamentarización de las relaciones oficialismo-oposición. Chávez ignorará la presencia de sus rivales en la Asamblea, y estos buscarán utilizar la tribuna para una agitación que será, en definitiva, siempre golpista. Las elecciones y el Parlamento seguirán oficiando de meras pantallas de una disputa que se desarrolla en otros niveles. El chavismo se ha armado una carrera de obstáculos sin futuro: mantener la ficción parlamentaria de un régimen de poder personal. Este sistema pseudo-parlamentario no aporta ni un gramo a la deliberación política del pueblo -sólo ayuda a las camarillas que medran en él.
Hay otra contradicción en este régimen de equívocos: los candidatos chavistas han sido designados a dedo por las camarillas del PSUV, el partido oficial, pero precisamente por ello está poblada de ‘traidores' potenciales. En la Asamblea actual, numerosos chavistas (una veintena) cambiaron de bando durante su período -incluso dos partidos: Podemos y Patria para Todos -además de importantes renuncias, como la del vicepresidente del PSUV y decano del movimiento bolivariano, el general Müller. En una palabra, votar por los candidatos de Chávez no es siquiera un voto de apoyo a la causa nacional y popular que pregonan.
La novedad de estas elecciones es su escenario social, el que se ha deteriorado en forma marcada como consecuencia de una caída fuerte de la actividad económica y una inflación enorme. Al mismo tiempo, se ha producido un incremento extraordinario de la inseguridad ciudadana: entre un aparato de seguridad que está lejos de haber completado la reorganización que impulsa el gobierno y una fuerte infiltración paramilitar, Venezuela se encuentra en un verdadero estado de emergencia en la materia. La derecha ha tenido dificultades en capitalizar esta crisis debido a que ha sido incapaz de presentar una alternativa. Si lo hiciera, propondría un ajuste anti-popular y, en lo relativo a la seguridad, una orientación como la que siguen México, por un lado, donde la situación es desesperante, o Colombia, donde los paramilitares siguen actuando a sus anchas.
La peculiaridad política de Venezuela consiste en que Chávez ha montado un aparato para-estatal, o sea paralelo al Estado oficial. El régimen reivindica para sí el haber circunvalado a las instituciones heredadas mediante la creación paralela de pseudo instituciones, como ocurre con las Misiones, que atienden la salud, la vivienda, la educación y otros servicios sociales. En lugar destruir el viejo aparato y reemplazarlo por otro basado en la deliberación popular, lo ha dejado al garete, lo cual ha desgastado la infraestructura social que ya existía y le ha valido la oposición militante de los trabajadores de servicios sociales estatales. Ha ido más lejos aún luego de perder municipios y gobernaciones a manos de la oposición en las elecciones pasadas, pues el Estado nacional les quitó la jurisdicción sobre la infraestructura existente e incluso armó órganos municipales rivales del Estado municipal existente. La pregunta es hasta dónde irá si ahora pierde el control de la Asamblea Nacional, como ocurriría incluso si no obtiene los dos tercios. Cuando los chavistas reivindican que sus transformaciones son democráticas y pacíficas, aluden precisamente a que no han destruido el viejo Estado ni construido uno nuevo, sino que han creado poderes rivales dentro del mismo aparato del viejo Estado. Un exabrupto mortal para cualquier régimen político.
Donde el chavismo ha hecho una excepción es con la clase obrera, a la cual ha impedido construir una central sindical independiente con una interferencia permanente contra las expresiones combativas y autónomas de los trabajadores. Ha creado un paralelismo sindical peculiar al fomentar agrupamientos sindicales chavistas que bloqueen la formación de una central sindical autónoma. En ningún terreno ha sido el chavismo más consecuente que en sus intentos de regimentar al proletariado, de estatizarlo. En las empresas nacionalizadas domina una burocracia estatal digitada que sigue la orientación propia de cualquier régimen capitalista. El chavismo es la expresión más pura del nacionalismo de contenido burgués (defensa del orden capitalista) en toda América Latina. Nuestra oposición fundamental al chavismo tiene por eje, precisamente, nuestro irreductible rechazo a cualquier forma de estatización de la clase obrera. Sólo un proletariado independiente y confiado puede desarrollar una revolución socialista.
Chávez ha producido nacionalizaciones generalizadas de empresas, las cuales ha pagado a precio de oro, con la intención de que el Estado desarrolle un mercado interno y rompa la dependencia histórica de la monoexportación petrolera. Hasta ahora, sin embargo, PDVSA y el petróleo siguen siendo responsables por más del 90% de los ingresos fiscales y de las exportaciones. Chávez ha independizado a PDVSA de sus gerentes extranjeros o cipayos -e incluso del control informático que ejercía sobre ella la CIA. Pero, al mismo tiempo, ha abierto la cuenca del Orinoco a la penetración del capital extranjero, que con el tiempo hará valer su superioridad en su sociedad con el Estado. En el marco de la crisis mundial de los hidrocarburos, esta apertura a los capitales extranjeros le ha valido un importante apoyo internacional. En el plano de las relaciones regionales, los regímenes chavistas han hecho sus paces con el uribismo colombiano, como lo prueba el acuerdo de monitoreo de fronterías firmado entre Chávez y el colombiano Santos. Hace 72 horas, una operación del ejército colombiano contra las Farc, en el sur del país, fue coordinada con las fuerzas de seguridad del bolivariano Correa, el presidente de Ecuador. La ‘seguridad democrática' en la Gran Colombia empieza a asomar la cabeza.
El ingreso de la oposición a la Asamblea Nacional no tendrá como resultado una parlamentarización de las relaciones oficialismo-oposición. Chávez ignorará la presencia de sus rivales en la Asamblea, y estos buscarán utilizar la tribuna para una agitación que será, en definitiva, siempre golpista. Las elecciones y el Parlamento seguirán oficiando de meras pantallas de una disputa que se desarrolla en otros niveles. El chavismo se ha armado una carrera de obstáculos sin futuro: mantener la ficción parlamentaria de un régimen de poder personal. Este sistema pseudo-parlamentario no aporta ni un gramo a la deliberación política del pueblo -sólo ayuda a las camarillas que medran en él.
Hay otra contradicción en este régimen de equívocos: los candidatos chavistas han sido designados a dedo por las camarillas del PSUV, el partido oficial, pero precisamente por ello está poblada de ‘traidores' potenciales. En la Asamblea actual, numerosos chavistas (una veintena) cambiaron de bando durante su período -incluso dos partidos: Podemos y Patria para Todos -además de importantes renuncias, como la del vicepresidente del PSUV y decano del movimiento bolivariano, el general Müller. En una palabra, votar por los candidatos de Chávez no es siquiera un voto de apoyo a la causa nacional y popular que pregonan.
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