Testamento de Leon Trotsky
27 de febrero de 1940
El 21 de agosto se conmemora el 85.º aniversario del asesinato de León Trotsky, líder de la Revolución de Octubre, junto a Lenin, fundador del Ejército Rojo. Fue asesinado con un piolet en Coyoacán, México, en el verano de 1940 por Ramón Mercader, agente de Stalin. Antes de él, casi toda la generación de líderes bolcheviques del "asalto al cielo" de 1917 había sido aniquilada, organizado por el sepulturero de la revolución, el verdugo del primer estado obrero de la historia, Stalin.
El siguiente texto conocido como "El Testamento de
Trotsky", escrito apenas seis meses antes del fin del hombre que fue el
corazón y la mente de la Cuarta Internacional, sustentada en el Programa de Transición, cuya organización es indispensable para culminar en la revolución mundial, esa es nuestra tarea como sus herederos.
“Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los
que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en
condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas
líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y
viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola
mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones
ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin
fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas
generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se
lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me
siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No
nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin
embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia
Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un
luchador de causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los
casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible
de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la
última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que
también conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida
consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si
tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual
error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un
revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en
consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la
humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”
L.Trotsky
Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los
ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a
disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos
perezcamos [el resto de la página está en blanco].
3 de marzo de 1940
La índole de mi enfermedad es tal (presión
arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede
llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis
personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear.
Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros
especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la
verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga
invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías
espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el
derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es
que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un
estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez
que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir
la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte... Pero
cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe
inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da
aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.
L.T.
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